La Italia unida de las grandes tragedias

  • Políticos e historiadores comparan la crisis del coronavirus con el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial

  • La idea de nación, muchas veces olvidada, reaparece ante las grandes catástrofes

Un compañero de partido es el último asidero que le queda a Antonio Ricci cuando le roban la bicicleta, el único medio que tiene para subsistir. El amigo moviliza a media comunidad de basureros, pero ni toda la clase proletaria organizada consigue poner fin a la injusticia. En medio de ese tono agorero y moralizante, ‘El ladrón de bicicletas’ nos mostró las penurias más inmediatas que dejó la Segunda Guerra Mundial. El neorrealismo, el cine italiano de la posguerra, dibujó en el imaginario colectivo un país devastado, pero también una sociedad unida por un enorme sentimiento de solidaridad.

Superada la tragedia, a Italia se le olvidó ese sentido de la colectividad para convertirse en un país individualista y retomar sus ancestrales diferencias entre norte y sur. No viajará un milanés a Nápoles si no es por razones de fuerza mayor y no tolerará un siciliano de un turinés recomendaciones para una mejor gestión. Sin embargo, con esta crisis Italia ha vuelto a parecer una nación compacta. Un país que sale al balcón para entonar el himno nacional y mantiene un pacto de no agresión a nivel político nunca imaginado en los tiempos del antiestablishment. Lo de los balcones, por cierto, duró tres días. En España, donde no hay esa mesura, lo hemos transformado en verbena. Del entendimiento político, mejor ni hablar.

El lenguaje bélico ha contagiado el discurso institucional estos días, incluido el del primer ministro, Giuseppe Conte. Pero quien elevó la comparación fue el presidente de la República, Sergio Mattarella, quien pidió hace días, en el aniversario de una de las masacres más dolorosas para Italia durante la Segunda Guerra Mundial, “que en este momento de emergencia sanitaria el país demuestre la misma unidad de entonces”.

“Italia combatió mal la guerra y la perdió. Y la sociedad no sólo arrastró esa herida, sino el estigma de amanecer el día siguiente como un país intervenido, en el que se había librado además una guerra civil en paralelo entre fascistas y partisanos”, asegura Eugenio De Rienzo, historiador de la Universidad romana de La Sapienza. Si bien, ese sentimiento de vergüenza sirvió también para impulsar “una esperanza común de recuperación”. Claro que entonces esperaba un Plan Marshall, con el que los americanos regaron de dinero Italia. Mientras, por otro lado, el enorme poder del Partido Comunista italiano mantenía activas las relaciones con Rusia. Así, con el grifo abierto, siempre es más fácil la reconstrucción.

Stefano Cavazza, experto en Historia contemporánea de la Universidad de Bolonia, subraya que precisamente esa guerra interna “provocó que una parte del país no se sintiera del todo derrotada”. Tras la contienda, Italia sometió a referéndum si debía convertirse en una República o volver a la monarquía, que había estado en manos de la casa de los Saboya aún en tiempos de Mussolini, y la campaña republicana se articuló en torno al concepto de nación. “A pesar de las diferencias, la nación nunca ha jugado un papel antagónico, como ha sucedido en España, por eso no me sorprende que en momentos de dificultad volvamos a esa idea”, recalca Cavazza.

La República triunfó, bajo un ideal antifascista. Y según el historiador, en esta historia republicana “sólo se ha percibido la unidad que se ve ahora durante la posguerra y en los momentos más duros del terrorismo”. La década de los setenta fue bautizada como “los años de plomo”, ya que en este periodo confluyeron grupos violentos de ideología fascista y comunista. Su colofón fue el secuestro y asesinato del primer ministro Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas. “El terrorismo tenía, obviamente, un fuerte componente ideológico, pero después de aquello los partidos consiguieron superar sus diferencias y conformar un Gobierno de unidad, de nuevo bajo la idea de la nación”, explica el profesor de la Universidad de Bolonia.

Diferencias políticas en segundo plano

Volviendo a nuestros días, las diferencias políticas también han quedado relegadas a un segundo plano. No han faltado en esta crisis las acusaciones de las regiones del norte, gobernadas por la derechista Liga, contra el Gobierno central, en el que mandan el Movimiento 5 Estrellas y el socialdemócrata Partido Democrático. Tampoco alguna que otra salida de tono del ex ministro del Interior Matteo Salvini. Pero incluso en esos momentos, la prensa ha jugado un papel institucional y ha relegado esas críticas al final de los informativos.

Eugenio de Rienzo no se fía: “La unidad de la posguerra la conseguimos gracias a hombres de Estado, desde el democristiano De Gasperi al comunista Togliatti; pero también debido a que existía una prensa de gran nivel y unos intelectuales de altura que ahora no tenemos”. Según el historiador, el cataclismo que supuso el escándalo de Tangentópolis, por el que se descompuso el sistema de partidos anterior, “no trajo el recambio de una clase política eficaz”. Tangentópolis consiguió que el viejo mundo político se separara del nuevo a principios de los noventa.

La familia como elemento de unión

Antes que eso, la familia había jugado también un papel decisivo como pegamento social. Y aunque la natalidad en Italia sea la más baja de toda Europa y las familias hayan mutado como en otros países a un modelo mononuclear, “todavía existe una gran unidad intergeneracional”, señala el psicólogo Stefano Tomelleri. “Los nietos todavía siguen yendo a comer los domingos a casa de sus abuelos, algo que creo que también sucede en España, y pese a que eso se haya interrumpido con el aislamiento la familia sigue jugando un rol importante en nuestra sociedad para mantenernos unidos”, agrega.

El otro gran aglutinador de la posguerra fue la Iglesia. Los oratorios de las parroquias se convirtieron en centros sociales, transformados en lugar de reunión para los padres y espacio para el recreo entre los niños. Infinidad de estrellas del fútbol italiano dieron sus primeras patadas a un balón en los campos de las iglesias. Ahora esta institución también ha perdido influencia, pero los gestos del papa siguen despertando la atención de los italianos.

Tomelleri sostiene que “hemos pasado de una fase de incredulidad, al shock por ver un número tan grande de muertos y justo eso fue lo que nos ha llevado a esta etapa actual de solidaridad”. Lo ha visto en primera persona, pues da clases en Bérgamo, la provincia más golpeada por el coronavirus. Ahora se atreve a mirar al terreno político para pronosticar dos escenarios: “Si la Unión Europea ayuda en la reconstrucción, podremos ver un nuevo sentimiento de ilusión por reinventarnos; si no es así, lo que se espera es una gran cantidad de rabia acumulada”. Lo que puede unir de nuevo a Italia y a España es que la espera de un Plan Marshall del siglo XXI termine como en la película de Berlanga.