Matthias Politycki, escritor: “Soy de izquierdas, pero estaría mejor representando por liberales o conservadores”

  • El escritor alemán Matthias Politycki explica a NIUS en esta entrevista por qué ha decidido dejar de vivir en Alemania, país que ha dejado por el “régimen lingüístico” de lo políticamente correcto.

El lenguaje políticamente correcto ya genera lo que se podría describir como exiliados culturales. El escritor alemán Matthias Politycki (Karlsruhe, 1955) parece ser un buen ejemplo.

Este creador, responsable de una dilatada carrera en la que ha producido decenas de novelas, poemas y ensayos, ha dejado de vivir en Alemania por culpa del régimen lingüístico imperante en el país de Angela Merkel.

Hace unos días publicaba un ensayo en el influyente diario Frankfurter Allgemeine Zeitung titulado “Mi despedida de Alemania”. En él, Politycki daba cuenta de cómo la presión que se ejerce en el ámbito cultural para usar el lenguaje políticamente correcto y, por supuesto, inclusivo, terminó por dejarle sin ganas de escribir.

“Dejé de disfrutar al trabajar y escribir”, dice Politycki en esta entrevista con NIUS. Él habla con este medio desde Viena. Se ha mudado a la capital austriaca para poder trabajar allí por ser una ciudad, según sus términos, “más liberal” desde un punto de vista lingüístico.

Politycki es un veterano izquierdista. Por eso lamenta especialmente que el actual clima de restricciones a la hora del uso de la lengua se haya impuesto desde el espectro político y cultural de la izquierda. Partidos como el que él todavía define como el suyo, Los Verdes alemanes, son los grandes defensores en suelo germano de la lengua políticamente correcta.

“He leído el nuevo programa de Los Verdes Alemanes, y sólo desde un punto de vista de la lengua, es aún peor a lo que me podía haber imaginado”, sostiene Politycki, a falta de dos meses para las próximas elecciones generales alemanas. “Soy de izquierdas, pero en mi país estaría mejor representando actualmente, como escritor, por liberales o conservadores”, abunda.

Independientemente de a quién vote en la próxima gran cita con las urnas, Politycki cree que ha llegado el momento de que los creadores, escritores e intelectuales como él, hablen en voz alta y defiendan la neutralidad de la lengua.

“Yo no escribo en lenguaje políticamente correcto y mantengo mi estilo porque simplemente me siento obligado a respetar el uso correcto de la gramática, algo que no tiene nada que ver con la ideología”, defiende Politycki. “La lengua es mi vida, no tengo elección, ¡Tengo que defenderla!”, exclama con determinación.

P: Usted se ha mudado a Viena, ciudad que usted describe como “liberal” desde un punto de vista lingüístico, porque no quería seguir enfrentándose todos los días al clima lingüístico de Alemania. ¿Qué le molesta de Alemania?

Mi día comienza, por la mañana, cuando hago café o lo hace mi mujer. Escuchamos a menudo la radio. Y ahí ya me doy cuenta de que se está utilizando demasiado el lenguaje políticamente correcto o inclusivo. Personalmente, no tengo problemas con que se haga más visible a las mujeres en el debate público. Pertenezco a una generación que se implicó mucho con la emancipación de la mujer. Pero cuando se utiliza la lengua para vehicular una visión del mundo, entonces la lengua pierde su neutralidad y, así, me sienta mal el café.

Cuando se utiliza la lengua para vehicular una visión del mundo, entonces la lengua pierde su neutralidad

La lengua debería ser una plataforma para intercambiar opiniones, para que haya controversias. Porque yo pienso, como veterano izquierdista que soy, que las cosas deben discutirse. Pero lo que no hay que hacer es, a través de la lengua, vehicular la idea de que unos hablan en el lado correcto y los otros en el lado de los reaccionarios. Esta sensación la he tenido varias veces al cabo del día en Alemania, ya sea en intervenciones en la radio, hablando con conocidos y demás. Pero también, cada vez más, por ejemplo, en el trabajo con los editores.

P: ¿A qué se refiere?

A que desde hace unos años uno tiene que discutir con los editores muy en detalle cómo uno ha de expresarse, y ¡ No se trata de cuestiones de estilo ! Se trata de evitar así posibles malentendidos específicos. Esto lo encuentro horriblemente fatigante. De un año para otro esto es cada vez más habitual, más exigente. Por eso he venido a Viena. Estudié aquí antes y he venido a menudo para presentaciones de libros. Y no, no me hago ilusiones de que no hay en Austria esfuerzos que buscan adoptar un enfoque ideológico de la lengua. Pero en el día a día, la situación en Viena es más relajada. Aquí todavía no ha llegado la obsesión por limpiar la lengua. Yo necesito esa sensación de libertad para mi trabajo. Necesito sentir placer al utilizar el lenguaje y no dejarme imponer un lenguaje.

P: ¿Se había complicado la relación con sus editores?

Con ellos, que son amigos, me llevo bien. Pero antes, el editor se ocupaba de cuestiones estilísticas o de composición del texto que yo estaba produciendo. Pero ahora, el editor se siente con la obligación de revisar formulaciones del texto que, sacadas de contexto – y esto es lo peligroso porque ahora con Internet se puede hacer fácilmente –, pueden ser problemáticas. De esta forma el editor se ha convertido en una especie de cuidador que yo, en realidad, no necesito. Con el tiempo he pasado a trabajar con un equipo de editores. Y si uno dice que “esto y esto puede ser malinterpretado”, luego viene otro y te dice lo mismo de otros pasajes y bueno, al final, todo ese trabajo ha pasado a ser algo demasiado laborioso. Así, dejé de disfrutar al trabajar y escribir.

P: O sea, que, al escribir, usted se ha topado con que hay que tener en cuenta cómo pueden leer sus textos y reaccionar grupos de activistas.

Sí, por ejemplo, yo no escribo en lenguaje políticamente correcto y mantengo mi estilo porque simplemente me siento obligado a respetar el uso correcto de la gramática, algo que no tiene nada que ver con la ideología. Pero esto implica que te coloquen en un sitio ideológicamente, aunque la mayoría de la gente en Alemania se expresa sin complicar sus frases de forma innecesaria. Pero hay grupos que al ver textos como el mío me sitúan inmediatamente y a la fuerza en un rincón ideológico. Y yo no quiero estar ahí. Porque un escritor tiene otras prioridades.

Un escritor no sirve a ninguna ideología, sino siempre y durante una vida, a la lengua

Un escritor no sirve a ninguna ideología, sino siempre y durante una vida, a la lengua. Y ésta no se puede tratar de una forma binaria. La lengua es inabordablemente rica y está llena de abismos y ambivalencias maravillosas. Pero uno tiene que conocer las raíces de las palabras, su historia, sus muchos significados. Las raíces históricas del lenguaje no parecen importar en absoluto a los que quieren cambiarlos en favor de su agenda políticamente correcta.

P: ¿Podría ponerme un ejemplo?

En Berlín hubo una acción de protesta en Hermannplatz [la plaza de Arminio, el comandante vencedor ante el Imperio romano de la batalla del bosque de Teutoburgo, en el siglo I, ndlr.] en la que sobre las placas de la plaza se pegaron pegatinas rebautizando el lugar como Frau-Frau-Platz [plaza de la Señora-Mujer, ndlr.]. Los de las pegatinas entienden que la Hermannplatz es la “plaza del Señor-Hombre”, por las palabras Herr [Señor, ndlr.] y Mann [Hombre, ndlr.]. Esta confusión puede parecer divertida, pero también es al mismo tiempo increíblemente naíf.

P: Usted pertenece al Centro Alemán PEN, que se ocupa de proteger la libertad de expresión en todo el mundo, y a la Academia Libre del Arte de Hamburgo. ¿Cómo están reaccionando estas instituciones al fenómeno que usted describe?

Nuestra academia en Hamburgo se mantiene fuera de estos debates y no utiliza el lenguaje políticamente correcto. El PEN, que ocupa un asiento en el Consejo de la Ortografía Alemana, tiene un miembro que realizó una investigación entre los miembros del PEN hace poco sobre estas cuestiones. Una gran mayoría se manifestó en contra del uso del lenguaje inclusivo. No deja de ser interesante que haya muchísimas mujeres en contra de ese lenguaje inclusivo.

No deja de ser interesante que haya muchísimas mujeres en contra de ese lenguaje inclusivo

P: La prominente feminista alemana Alice Schwarzer ha calificado el uso del lenguaje inclusivo como un fenómeno “ampliamente elitista”. Es decir, como algo que viene impuesto desde las élites, por ejemplo, desde la política o los medios de comunicación. ¿Está de acuerdo?

Tengo una opinión parecida. Porque este movimiento lingüístico viene de las universidades estadounidenses y ha sido integrado por las universidades alemanas y en el resto de países occidentales. Este fenómeno ha llevado a numerosos investigadores al cargo académico que ocupan. Tenga en cuenta que, según recuerdo haber leído, en Alemania hay aproximadamente unos 200 profesores dedicados a los estudios de género. Un profesor universitario me dijo que ese número supera incluso el número de docentes de Universidad para la germanística. No puedo confirmarle esto, pero está claro que estos debates están estableciendo nuevas élites a expensas de las viejas élites. Quizás todo esto sea un clásico conflicto generacional.

Pero de ahí a que las nuevas enseñanzas lleguen también a los ciudadanos de a pie y, sobre todo, a que sean adoptadas por ellos, hay un trecho muy largo. No es ninguna casualidad que sean los medios de comunicación, los académicos y la gente del mundo editorial - ¡ pero no los escritores ! - y del periodismo los que promueven este fenómeno. Yo cuando hablo con mi asesor fiscal, mi médico o el conductor de un taxi, todos consideran que eso del lenguaje inclusivo es risible. En el extranjero, donde paso mucho tiempo, ya sea en África o en Asia, me encuentro con reacciones similares. En mi opinión, todo esto es una cuestión cosmética que, en verdad, sólo oculta los problemas de verdad, los pospone o incluso agrava los problemas reales. Porque no sólo hablamos de lenguaje inclusivo, sino también del debate del post-racismo y, en definitiva, de mucho vocabulario que ha quedado proscrito.

P: ¿Por ejemplo?

En alemán se utiliza la palabra Schwarzfahren para viajar en un transporte público sin pagar. La palabra probablemente venga del yidis “shvarts”, que significa pobreza, o sino, puede que venga de cómo hablaban los ladrones, donde esa palabra se asocia al contrabando. Sea cual sea la explicación que se adopte Schwarzfahren no tiene nada que ver con el racismo. Sin embargo, la palabra ha sido prohibida, simplemente porque contiene schwartz [“negro”, en alemán, ndlr.]. Cosas así dan cuenta de que vivimos en un tiempo en el que se ha perdido una conciencia diferenciada de la historia.

Hoy día se prefiere cancelar a alguien por completo en lugar de ocuparse de discutir de un modo crítico sobre las palabras, los poemas,… Los hay que prefieren derribar antes que discutir sobre poemas, pinturas, especialmente cuando éstas pueden herir. Ni siquiera se puede evitar suprimir pasajes "problemáticos" en la nueva edición de una obra clásica. Esto es un ataque a nuestra historia y a nuestros tesoros culturales occidentales. Yo esto lo veo peligroso y propio de regímenes totalitarios. Aún estamos lejos de vivir en un régimen totalitario. Porque los hay, por suerte, que nos quejamos. Pero esa tendencia está ahí.

Hoy día se prefiere cancelar a alguien por completo en lugar de ocuparse de discutir de un modo crítico sobre las palabras, los poemas,…

P: Usted está, por así decir, en “la resistencia” ante un fenómeno que viene fundamentalmente de la izquierda. Pero usted se politizó en su momento gracias a Los Verdes. ¿Qué ha ido mal en la izquierda para que ésta acabe abrazando este fenómeno?

Yo soy un izquierdista de los de antes. Soy un realista de Los Verdes. En Los Verdes sigue habiendo realistas y fundamentalistas. Cuando hoy veo a Los Verdes, entre los realistas está Winfried Kretschmann, presidente del Land de Baden-Wurtemberg. A él yo le daba mi voto sin dudar. Pero él es en Los Verdes actuales una minoría. Los Verdes de hoy son, en lo que respecta al lenguaje, “Fundis” [por fundamentalistas, ndlr.]. A pesar de estas grandes diferencias, sigo siendo uno de Los Verdes, uno de los veteranos como Kretschmann.

Ser de izquierdas también consiste en reconocer que a veces la posición conservadora es la que tiene razón

Soy alguien de izquierdas. Pero la izquierda siempre ha tenido – y da igual el partido que sea – vertientes que radicalizan y exageran las cosas, y en ocasiones que hacen empeorar las cosas, con formas de dominio bárbaras y hasta sangrientas. Y esto es así desde los días de la Revolución francesa. Yo, como izquierdista realista, creo en que las cosas hay que discutirlas, con una tesis y una antítesis y hasta que se encuentre una síntesis. Y cuando la otra parte tiene razón, hay que dársela. Eso también es de izquierdas, reconocer que a veces la posición conservadora es la que tiene razón. Porque no se trata de imponer puntos de vista, sino lograr lo mejor posible para todos, y eso suele ser un compromiso.

P: ¿Cuándo cree usted que se torció la cosa?

No lo sé. Lo cierto es que yo seguía estos asuntos sólo parcialmente en Alemania porque pasaba mucho tiempo fuera. Pero con la pandemia me vi obligado a permanecer en Alemania más de lo habitual. Por primera vez en muchos años, he seguido la conversación pública tal y como se desarrolla en Alemania sin interrupción, no he tenido la posibilidad de marcharme sin más. Esto hizo que mi propia vida fuera cada vez más miserable, ya no podía desconectar. Aunque lo cierto es que mi incomodidad empecé a sentirla hace un par de años. Pero con la pandemia la sensación se hizo demasiado grande. En Austria, es diferente. Aquí disfruto. Aquí, la gente se enfrenta a todos estos temas de una manera mucho más relajada, y sólo esta serenidad vale mucho.

P: Hay otras personas de izquierdas que critican lo mismo que usted, por ejemplo, Sahra Wagenknecht o Sahra WagenknechtWolfgang Thierse

¡Sí, y eso es lo peor de todo! Yo me opongo claramente a AfD. Pero creo que no hay que dejar que ese partido nos arrebate temas importantes o que contamine temas por el hecho de que ellos se ocupan también de esos temas. Esto lleva automáticamente a muchos liberales a la posición contraria: prefieren adoptar el lenguaje políticamente correcto a correr el riesgo de ser confundidos con un simpatizante de AfD. ¡Pero el problema es mucho más grande que AfD! Se trata de continuar con un lenguaje claro e intrínsecamente lógico en el que los intereses de todos puedan expresarse de la manera más sencilla y comprensible.

Por decirlo de una manera algo polémica: nos va demasiado bien. Si durante esta entrevista hubiera un fuego en la habitación en la que estamos hablando, a nadie se le ocurriría la idea de pedir ayuda en lenguaje políticamente correcto. La lengua tiene que ser rápida y funcional, también para permitir a los artistas hacer música con ella. A los filósofos les deber permitir expresar ideas complejas. El lenguaje políticamente correcto siempre persigue sus propios fines de exclusión y marginación; da lecciones persiguiendo su política de identidad e intereses, deconstruyendo la identidad de la mayoría de la gente hasta tal punto que en realidad sólo tendrían que avergonzarse permanentemente de sí mismos si quisieran comportarse correctamente. A propósito de las políticas de identidad, yo a Wolfgang Thierse lo aprecio mucho y, después de que él hablara en contra de las políticas de identidad, lo querían echar del SPD. Es algo incomprensible.

P: Wagenknecht, Thierse o usted mismo pertenecen a la gente que protesta. Pero son casos aislados pese a que la mayoría se opone a prácticas como el lenguaje inclusivo. Como son pocos los que hablan en contra, parecería que son más los favorables al lenguaje políticamente correcto.

¡Pero eso es así sólo en apariencia! Por supuesto, la minoría pretende ser la mayoría, la corriente principal. Lo decisivo es que muchos medios de comunicación pertenecen a esta minoría y han adoptado su lenguaje: eso es lo que les da esta atención en primer lugar. Pero la gente en general no utiliza ese lenguaje políticamente correcto. Usted no se puede imaginar cuánta gente me está escribiendo, incluyendo autores de renombre y gente de la vida pública que me están dando las gracias por haber escrito lo que he escrito en el Frankfurter Allgemeine Zeitung.

Muchas personas aceptan el nuevo régimen lingüístico y, mientras no les afecte directamente, pueden vivir con bastante comodidad. Pero como escritor me afecta, la lengua es mi vida, no tengo elección, ¡tengo que defenderla! Es mi suerte y de momento mi pena tener una relación tan intensa con el lenguaje, sufro terriblemente con él. Y me duele – incluso físicamente – lo que está pasando. Creo que vivimos un momento en el que es preciso manifestarse a favor de la libertad artística, en mi caso de la literatura.

P: Ha hablado usted en esta entrevista de ser un izquierdista realista. Respecto a esa lucha por la libertad artística. ¿Se siente ahora mejor defendido por la izquierda o por los conservadores?

Esa es una cuestión dolorosa. Aquí en Austria Los Verdes son estupendos, hasta donde yo sé. Pero en Alemania no puedo votarles. Tengo que decírselo, he leído el nuevo programa de Los Verdes alemanes y, sólo desde un punto de vista de la lengua, es aún peor a lo que yo me podía haber imaginado. Le doy la razón en lo que sugiere su pregunta.

Soy de izquierdas, pero en mi país estaría mejor representando actualmente, como escritor, por liberales o conservadores. Pero, en realidad, en mi vida, nunca he decidido las cosas porque lleven una etiqueta de un partido u otro. No soy alguien que piense en función de lo que diga un partido u otro, sino que creo en una utopía. Pero para alcanzarla, todos juntos debemos encontrar las mejores soluciones.

P: Y usted, como alguien que ha escrito sobre distopías. ¿Cómo cree que puede ser la distopía que nos espera si seguimos los planteamientos que hay detrás de la corrección política?

Pues bien, la distopía ya la estamos viviendo en Estados Unidos: hay una profunda fractura en la sociedad ..., la violencia impera en muchos lugares, incluso contra los representantes del Estado, ya sea la policía, los bomberos o los médicos de urgencias. De momento, en el mundo occidental, aún tenemos la situación controlada aunque no en todas partes. Ya hay enclaves en los que el Estado ha dejado de ser el dominante.

Hemos perdido el sentido de la comunidad y nos hemos vuelto terriblemente egoístas

Todo esto son síntomas de algo que no sólo tiene que ver con la criminalidad. Tiene que ver con la pérdida de valores y la pérdida de una vida racional en común. Hemos perdido el sentido de la comunidad y nos hemos vuelto terriblemente egoístas. Nos orientamos en función de pequeños grupos de sociedad que cada vez tienen menos que ver con los otros. Por suerte, la literatura tiene la capacidad de dar cuenta de esto gracias a la fantasía y así, de alguna manera, alertar de estos fenómenos.

P: ¿Por ejemplo?

En 2013, por ejemplo, yo publiqué mi libro Samarkand Samarkand [“Samarcanda, Samarcanda”, Ed. Hoffmann und Campe, ndlr.] . En ella, un último remanente del Occidente libre y democrático lucha contra el avance de las fuerzas islamistas y, desde el otro lado, contra la Alianza Panrusa. El imán de la Mezquita Azul de Hamburgo, clasificada como fundamentalista por el Servicio Federal de Inteligencia y vigilada desde entonces, envió a un observador a la presentación del libro, enseguida reconoció el carácter explosivo del tema. Afortunadamente todo salió bien. ¡uf!...

Mi último libro [Das kann uns keiner nehmen o “Nadie puede quitarnos eso˝. Ed. Hoffmann und Campe, 2020 ndlr.] se desarrolla en África. Cuenta la historia de dos alemanes, uno de izquierdas y otro de derechas, o eso parece. Cuando se encuentran en el cráter del Kilimanjaro, se odian inmediatamente. Pero entonces se desata una tormenta de nieve sobre ellos y, a la mañana siguiente, de repente, han tenido una aventura juntos: a regañadientes empiezan a hablarse de nuevo. Y cuanto más tiempo hablen entre ellos - e incluso continuarán su viaje juntos -, más claro quedará que los prejuicios "derecha" e "izquierda" no se aplican a ellos en absoluto, que todo es mucho más complicado, afortunadamente.

P: Esto no es habitual en tiempos de polarización política.

En la conversación pública en Alemania, este tipo de acercamiento al otro se ha convertido en algo bastante raro; en este sentido, mi último libro es realmente una novela de aventuras, pero al mismo tiempo es también una novela política con un mensaje claro: sólo si hablamos con el otro en lugar de indignarnos y ver al otro pensador como un enemigo podemos llegar más lejos juntos, en un viaje y en la vida en general. Si, por el contrario, cada uno de nosotros se limita a insistir en su propia posición, sin comprometerse con los que piensan de forma diferente ni escucharlos, pronto estaremos todos solos. Eso sería el fin de nuestra sociedad, el fin de la democracia.