Caroline Fourest: “Hay una vinculación de militantes de extrema izquierda e islamistas radicales”

  • La intelectual Caroline Fourest explica a NIUS, entre otras cosas, cómo una nueva generación izquierdista caricaturiza el antiracismo y el feminismo, paradójicamente, en nombre del antiracismo y del feminismo.

Hay gente que no deja que le cancelen el discurso. La autora francesa Caroline Fourest (Aix-en-Provence, 1975) puede que sea uno de los ejemplos más claros en la escena intelectual europea. Fourest explica en esta entrevista con NIUS que está acostumbrada a plantar cara a quienes se toman por los nuevos censores del debate público, estén en la extrema izquierda o en la extrema derecha.

En su último libro, esta escritora, cineasta, editorialista y, entre otras cosas, ex-integrante de la redacción de Charlie Hebdo , se dirige especialmente a esa generación de militantes de izquierdas que “caricaturizan la lucha antiracista y feminista”, cayendo incluso en las “categorías intelectuales de la extrema derecha”, según Fourest.

Ese libro se titula Génération offensée: de la police de la culture á la police de la pensée (Ed. Grasset 2020), algo así como “Generación ofendida: de la policía de la cultura a la policía del pensamiento”. Acaba de ser publicado por Edition Tiamat en Alemania, donde se está convirtiendo, al igual que en Francia, en un superventas.

Fourest, que apareció en el mundo intelectual galo procedente de las luchas sociales antiracistas, feministas y del colectivo homosexual, se dedica en ese volumen a desmontar a esa nueva generación que, según esta intelectual, se indigna por igual ante un genocidio que ante una cantante blanca con un peinado de estilo africano.

Según cuenta la autora de Génération offensée: de la police de la culture á la police de la pensée, tal vez lo más preocupante sea cómo esta “izquierda identitaria” juega al mismo y peligroso juego que la extrema derecha e, incluso, el de los islamistas radicales. “Cuando esto ocurre es cuando hay que hacer sonar las alarmas”, dice Fourest.

P: Usted está adscrita a la izquierda en Francia. Y su último libro, precisamente, es una crítica a esa “generación ofendida” que es mayoritariamente de izquierdas, ¿no es cierto?

Sí. Lo que pasa es que en Francia, muy afortunadamente, hay dos izquierdas antiracistas y feministas que están debatiendo sobre estas cuestiones. Yo vengo de una izquierda universalista, muy feminista y muy antiracista también. Es una izquierda muy identificada con los valores de Charlie Hebdo que ahora mismo está preocupada por la deriva identitaria y estadounidense que ha tomado la otra parte de la izquierda.

P: ¿Cómo han entrado esas ideas que vienen de Estados Unidos a la izquierda francesa?

En Francia, en realidad, el debate ya no es entre izquierda y derecha, sino entre los identitarios y los universalistas. Los identitarios son, de forma muy numerosa, de extrema de derecha. Éstos son los más clásicos y los que reivindican una supremacía cultural y religiosa en nombre de la etnia o de la religión cristiana. A este colectivo yo llevo enfrentándome toda mi vida, porque yo vengo de la izquierda laica no marxista.

Yo vengo de esa izquierda que hace más de un cuarto de siglo se levantó y dijo a los marxistas que hay más que la lucha de clases, que también hay que luchar contra el sexismo, la homofobia y el racismo. Lo que ocurre es que, 25 años más tarde, bajo la influencia de una izquierda identitaria que ha sacrificado la lucha contra las desigualdades en favor de la lucha cosmética por la diversidad, nos encontramos con caricaturas del feminismo y del antiracismo que, por momentos, se encuentran en las mismas categorías intelectuales de los identitarios de la extrema derecha. Cuando esto ocurre es cuando hay que hacer sonar las alarmas.

P: ¿Por qué cae en esto la izquierda?

Porque en Europa hemos empleado 50 años en deconstruir la palabra raza, considerando finalmente que no hay varias razas en la especie humana, porque todos somos miembros de la misma especie y que nuestros matices en la piel no justifican el pertenecer a una raza diferente. Ahora se ve a una izquierda identitaria que reutiliza esa palabra, diciendo que no cree en una visión biológica de la raza sino en una visión social de la raza. Esta izquierda identitaria rehabilita la palabra y el juego de la extrema derecha identitaria racista.

P. Frente a esa izquierda identitaria, usted defiende una izquierda universalista o, en definitiva, el universalismo. ¿Es defender el universalismo el combate intelectual de nuestro tiempo?

El universalismo implica, por un lado, luchar contra los obstáculos que existen para lograr la igualdad, señalando allí donde haya discriminación. Pero también implica no reducir a las personas a su identidad. Y esto último, en concreto, es lo que hace la izquierda identitaria. Porque tiene tendencia a adoptar las categorías étnicas y racialistas para, por ejemplo, prohibir a activistas el hablar de según que tema porque son blancos u hombres. Esto es de un simplismo que desacredita al antiracismo. Porque si la idea antirracista cuenta con una superioridad moral, es porque el antiracismo lucha por un mundo donde no se clasifica a los seres humanos. Ésta es la promesa del antiracismo que está siendo pisoteada por esa visión completamente ordinaria del combate antirracista.

P: Es en esa izquierda identitaria, en esa parte de la “generación ofendida” de la usted habla, que hay lo que usted denuncia como una pérdida de criterios a la hora de elegir los problemas del mundo.

La “generación ofendida” es una generación de niños mimados. A menudo son gente que sale de grandes universidades, en Estados Unidos, de centros como la Universidad de California en Berkeley, o en Francia, de las grandes escuelas universitarias. Quieren, por un lado, hacerse un hueco profesional. Utilizan muy bien los mecanismos de la batalla cultural, ya sea el marketing o estrategias militantes, y van a jugar el papel de la raza y del género, esencialmente, para hacerse con un hueco, desplazando a los rivales del puesto profesional que quieren, adoptando la pose de víctimas. Esto es una característica muy clara de esta joven generación.

Con esta izquierda, hemos pasado de la escucha de las víctimas a una forma de prima por víctima cuando uno se queja de algo. Esto último es algo muy diferente a la escucha a la víctima. Porque el status de víctima es un status transitorio que sirve para denunciar un crimen, pero no debe convertirse en una identidad. Pero la “generación ofendida” tiene tendencia a fracturar las luchas sociales, dando un premio a aquel que puede reivindicarse más como víctima. Esto lo que hace, al final, es dividir las luchas sociales, en lugar de unirlas contra toda forma de discriminación.

P: Y es así que llegamos a esa pérdida de criterio de la que usted habla.

Sí, así es como se llega a prioridades bastante absurdas. En Canadá se ha llegado a prohibir un curso de yoga porque se consideró apropiación cultural. En Francia, hemos visto sindicatos de estudiantes luchar contra obras del dramaturgo griego Esquilo porque había actores que interpretaban personajes negros con caretas. En Estados Unidos hemos visto artistas pedir la censura de un cuadro antiracista porque estaba pintado por una artista blanca. La última polémica absurda es la de la traductora neerlandesa que ha tenido que dimitir de su trabajo como traductora de la obra de la joven poetisa estadounidense negra Amanda Gorman. Porque hemos llegado a un punto en el que hay que tener la misma identidad – ser joven, negra y a ser posible estadounidense – para traducir a una autora joven, negra y estadounidense.

En definitiva, esta izquierda está ocupada con cosas absolutamente ridículas, mientras que las desigualdades aumentan, la gente cae en la indigencia y pasan cosas que, en general, no son tenidas en cuenta. La izquierda estadounidense de los campus universitarios se lía la manta a la cabeza con estas luchas, habiéndose olvidado muy oportunamente de que no tiene nada que ofrecer para luchar contra la pobreza y las desigualdades.

P: En los campus universitarios de Francia se viene hablando de un tiempo a esta parte de un fenómeno que usted conoce bien: el “islamo-izquierdismo”. Usted ya hablaba de este fenómeno a principios de este siglo. ¿Qué relación hay entre la “generación ofendida” y el “islamo-izquierdismo”?

Hay una relación, sí. La palabra “islamo-izquierdismo” señala la vinculación paradójica de militantes de extrema izquierda y de militantes islamistas o pro-islámicos que apoyan movimientos como Hamas y que se presentan como los nuevos condenados del mundo, aunque sean integristas, antisemitas, homófobos y sexistas. Es un fenómeno muy paradójico, pero esas alianzas existen.

Yo los conozco de primera mano y los he sufrido físicamente. En más de una ocasión me han atacado en universidades a las que acudía para dar conferencias sobre la extrema derecha. Se me atacó por militantes de extrema izquierda e islamistas que iban de la mano y que me reprochaban mis posiciones feministas sobre el velo integral. En Bélgica, unos sesenta islamo-izquierdistas vinieron a impedir la celebración de una conferencia que tenía allí. En redes sociales, llamaron a me lapidarme simbólicamnte.

Otros han sufrido también este tipo de activismo...

En esta situación es en la que estamos y también la han sufrido amigos míos. Gente de Charlie Hebdo y activistas árabes laicos han sido acosados por estos izquierdistas que apoyan a predicadores islamistas o cómicos negacionistas y antisemitas como Dieudonné. Estos activistas, actúan en nombre de la islamofobia, un término muy discutible porque mezcla de forma voluntaria la crítica al Islam con una forma de racismo contra los musulmanes. La crítica al Islam y el racismo contra los musulmanes son dos cosas muy diferentes.

El racismo anti-musulmán es algo ilegal y forma parte de la incitación al odio, es algo que está castigado por la ley en Francia. Está bien que así sea. Pero la crítica contra el Islam forma parte de la libertad de expresión y del derecho de blasfemar. Gracia a esas críticas contra la religión cristiana hemos logrado muchas libertades. Pero quienes quieren mezclar crítica al Islam y racismo son gente que forma parte de esa “generación ofendida” que no sabe diferenciar entre la crítica de las ideas y de los dogmas, por un lado, y, por otro, del odio contra las personas. Esta confusión es terrible porque lleva al debate sobre la igualdad a pisotear el cuerpo de las libertades.

P: ¿Y piensa usted que va a tener éxito la ministra francesa de la Educación Superior, Frédérique Vidal, que ha prometido una investigación en las universidades sobre la influencia del islamo-izquierdismo en las aulas

La ministra está traumatizada. Para entenderla hay que ver cómo se han desatado contra ella desde el mundo universitario. Pero esas críticas contra ella muestran que hay un problema. Pero si ella se ha lanzado en ese debate, sabiendo que sólo podía llevarse golpes, es porque ha quedado impactada por el número de reacciones de universitarios que ha escuchado sobre la situación en las universidades. La ministra es alguien muy conciliadora, en principio. Pero se ha visto obligada a poner el tema sobre la mesa después de la muerte de Samuel Paty, e incluso antes, porque se le han hecho llegar problemas de libertad académica, de dificultades para desarrollar conferencias o seminarios en las universidades y hasta a la hora de hacer tesis doctorales sin la intimidación de las corrientes que tienen que ver con el islamo-izquierdismo.

La reacción del mundo de la investigación universitaria ha sido muy corporativista, hay que tener en cuenta que este colectivo en Francia es un colectivo muy privilegiado. Todo el mundo sabe que nunca les pasará nada. Pero lo triste es que, en nombre de la ciencia, este colectivo rechaza ver algunas realidades y desarrollar algunos debates. Esto lleva a que actualmente haya desarrollándose 120 tesis doctorales sobre la islamofobia, un término muy discutible por lo que ya le he explicado. La ideología indulgente con el integrismo religioso explica esas tesis, en las que se considera que todo debate sobre el integrismo religioso o sobre el peligro religioso es islamofobia. Esta consideración no es nada científica y, sin embargo, ocurre.

P: Y la llamada “ley contra el separatismo” de Emmanuel Macron, ¿Cómo la ve usted?

Esa ley es un refuerzo de herramientas que ya existían. Por ejemplo, refuerza la lucha contra la incitación al odio en Internet. Esto empezó a forjarse tras los atentados de Christchurch, en Nueva Zelanda. Es algo necesario. También se refuerzan criterios para crear asociaciones. Algunas asociaciones han tenido que ser disueltas por ser extremistas. Por ejemplo, el Colectivo Contra la Islamofobia de Francia [disuelto en diciembre de 2020, ndlr.] designaba, sin razón, a gente como “islamópfoba”, para que luego grupos radicales actuaran o, por citar otro ejemplo, el grupo Generación Identitaria, [disuelto este mes de marzo, ndlr.], un grupo de extrema derecha que fue financiado en su momento por el asesino de Christchurch.

La democracia es buena con todo el mundo, pero hay un momento en el que no se puede dejar pisotear por los violentos, como ha pasado, por ejemplo, en el Capitolio en Estados Unidos. No se puede dejar a la gente utilizar los medios de la democracia para incitar el odio a la democracia. La “ley contra el separatismo”, en realidad, viene a reforzar los principios republicanos, la laicidad y su respeto. Lo que pasa con esta ley es que, en la prensa anglo-sajona, se ha presentado como una ley islamófoba, algo que da un impulso a los islamistas religiosos, ya sea los de Turquía o de Catar, pero también se impulsa a los de la izquierda identitaria estadounidense.

P: Con su último libro, da la impresión que usted, que ya tenía en su contra a la extrema derecha y a los integristas religiosos, suma a ese grupo de enemigos a los de la “generación ofendida”. ¿Cómo lo vive usted?

Mis días se hacen muy largos. Pero estoy entrenada. Lo cierto es que he perdido muchos amigos pero también he ganado otros muchos. Mi último libro se ha convertido en un superventas en Francia y se está convirtiendo en un best-seller en Alemania. Hay mucha gente, y también en la izquierda, que están reconociéndose en ese grito de alarma mío. En realidad, el debate en la izquierda yo lo estoy llevando desde 2004. Entonces, cuando escribí La Tentation obscurantiste [“La tentación oscurantista”, Ed. Grasset 2020, ndlr.], ya planteaba que había una parte de la extrema izquierda que caminaba hacia la indulgencia con el islamismo.

En 2006 fue cuando se me puso de verdad la extrema izquierda en contra. Fue cuando critiqué al intelectual suizo Tariq Ramadan. Ahí fue cuando empecé a recibir amenazas de todo tipo de los islamistas y a sufrir campañas de difamación de la extrema izquierda. A ese nivel, he sufrido lo peor. Pero he sobrevivido a toda tentativa de cancelación. En realidad, lo que hace falta es mucho aguante. Porque la gente cree estar sobreinformada. Pero a partir del momento en el cual hay que explicar matices, la explicación se convierte prácticamente en un deporte de combate.

P: ¿Ha triunfado en el debate público europeo el simplismo que se reprocha a la cultura estadounidense ?

Entendámonos: a mí me encantan las películas estadounidenses que tienen esa fuerza narrativa que gusta a todos los públicos, también a quienes no tienen tanta capacidad para concentrarse o para comprender determinadas complejidades. Eso sí, actualmente hay una simplificación del debate público intelectual en Estados Unidos, algo que ha llevado a una polarización política enorme, donde la mitad de los republicanos quieren matar a los demócratas y, a la inversa, y donde se ha perdido en lenguaje común y una cierta capacidad de establecer matices. Los Estados Unidos están mostrando dónde lleva la postmodernidad asociada a la revolución tecnológica. Si no resistimos, en Europa vamos hacia lo mismo a una velocidad enorme. Y no es fácil desarrollar antídotos contra esto.

P: De hecho, en Europa, desde los años 80 hemos visto el resurgir de una extrema derecha contra la que no ha habido antídoto. Y ahora se añade a ese extremo esa “generación ofendida” de extrema izquierda de la que usted habla.

Así es. De hecho, la izquierda identitaria juega al mismo juego que el trumpismo. En Estados Unidos, los excesos de la izquierda identitaria en los campus universitarios que han ridiculizado el antiracismo han generado una respuesta supremacista. Y si miramos al populismo en Europa, aquí el trumpismo o el populismo de derechas puede marcar puntos. Están deseando que se propaguen las caricaturas de la izquierda identitaria.