El mejor hotel del mundo o el ‘soft power’ marroquí

  • La Mamounia, símbolo de la exuberancia marrakechí, se lleva el galardón de mejor hotel del planeta que concede la revista Condé Nast Traveler por tercera vez en su historia

  • Por sus lujosas habitaciones pasaron desde Winston Churchill, Charles de Gaulle o Franklin Delano Roosevelt hasta Charles Chaplin, Alfred Hitchcock o Marcello Mastroianni

  • El mítico hotel acaba de ser sometido a una millonaria reforma coincidiendo con la pandemia, que ha mermado el turismo en Marrakech

En un tiempo en que el adjetivo mítico se le regala lo mismo a un futbolista que a una serie de televisión, el epíteto no puede escamoteársele a La Mamounia, que acaba de llevarse el premio al mejor hotel del mundo. Un galardón que conceden los lectores de la revista internacional de viajes Condé Nast Traveler. Exuberancia, lujo, exceso, elegancia, orientalismo y art déco, ocre y verde. Desde Winston Churchill pintor de acuarelas hasta Charles de Gaulle nostálgico de la grandeur, pasando por Franklin Delano Roosevelt, Charles Chaplin, Alfred Hitchcock o Paul McCartney, quien hasta le dedicó una canción en 1973. Todo eso y mucho más es Marrakech en general y La Mamounia en particular.

No es la primera vez, sino la tercera que el estandarte del lujo marrakechí se lleva el reconocimiento de mejor hotel del planeta. En esta ocasión han sido más de 80.000 lectores de la revista los que han situado al establecimiento marroquí en primer lugar de la tabla con una puntuación de 99,99 sobre 100. “Estamos muy felices y honrados de haber recibido por tercera vez el primer premio de los lectores de Condé Nast Traveler”, aseguraba el director general del establecimiento, Pierre Jochem. El francés, en el puesto desde 2013, fue reconocido también este año como mejor director de hotel independiente del mundo.

Un francés al frente del hotel, lo cual no debe extrañar, porque Francia no se ha ido nunca de Marruecos, y menos aún de Marrakech. A pesar de las guerras de las visas y del Sáhara y otros desencuentros circunstanciales entre París y Rabat. Algunas de las mejores marcas de cosméticos marroquíes, que presumen de jazmín, higuera y azahar de las ásperas llanuras de la región marrakechí, son empresas francesas. Lo mismo le ocurre con los viñedos y las bodegas del mejor vino tinto y blanco marroquí. No en vano, Marrakech es la plaza de Jamaa El Fna, con sus contadores de historias y su bullicio, pura África y puro Imperio almorávide, pero también son los jardines de Jacques Majorelle y la pasión francesa de Yves Saint Laurent y Pierre Bergé. El encanto de La Mamounia es soft power francés en Marruecos y marroquí en el mundo.

Y así fue con La Mamounia desde sus orígenes, pues a comienzos de los años veinte del pasado siglo la Compagnie de Chemins de Fer du Maroc –sociedad de derecho francés fundada en 1920 en pleno Protectorado- decidió construir un hotel en unos terrenos situados a apenas un paseo de la mezquita de la Kutubía y la antigua medina. El edificio fue diseñado por los arquitectos franceses Henri Prost y Antoine Marchisio. Con todo, para conocer el antecedente histórico primero de La Mamounia, de tintes miliunanochescos, hay que remontarse al siglo XVIII, cuando el sultán alauita de Marruecos Sidi Mohammed Ben Abdallah ofrece un suntuoso vergel de trece hectáreas como regalo de bodas a su hijo, el príncipe Al Mamoun, que lo convierte en un grato lugar de fiestas, según se explica en el sitio web del establecimiento.

Pese al indudable sello francés de La Mamounia, hoy el hotel, eso sí, es propiedad de la Oficina Nacional de Ferrocarriles de Marruecos (la ONCF), el Ayuntamiento de Marrakech y la caja de depósitos del país magrebí. Una información en el digital marroquí Le Desk en la que se afirmaba que La Mamounia es un negocio poco rentable y se recordaba que está en manos públicas cifraba en 600 millones de euros su precio para los compradores interesados.

Camino del centenario

Erigido en 1923, La Mamounia se aproxima a su centenario con su appeal intacto. Recordemos que el establecimiento fue reabierto a finales de 2020 tras someterse a una remodelación confiada al gabinete de arquitectura galo Jouin Manku en plena pandemia (Y que ha costado entre 17 y 20 millones de euros). Antes, entre 2006 y 2009, La Mamounia fue objeto de otra reforma; un proyecto que fue dirigido por el diseñador Jacques García. “Un palacio eterno, érase una vez La Mamounia… Suena como un cuento surgido del fondo de los años. Y, sin embargo, qué hay más nuevo y mejor anclado en nuestro mundo que un remanso de vida, reposo, abundancia y placer. Aunar las maravillas de la modernidad y lo mejor de la tradición es el privilegio de lugares tan raros como este que han sabido permanecer fieles a su mito”, resumía el diseñador y arquitecto francés a la revista digital Slate.

La síntesis de elementos de la arquitectura de inspiración arábigo-andaluza y los cánones del art déco de La Mamounia es rotundamente elegante y monumental, a ratos exagerada incluso para el exceso ornamental al que nos acostumbra Marruecos. Ante la grandiosidad de los artesonados, la belleza de los patios moriscos, el lujo del mobiliario y la perfección de la azulejería marroquí el observador se siente a ratos abrumado. Sobrepasado.

El resultado en cifras de casi cien años de buen gusto son 135 habitaciones, 71 suites y tres riads; cuatro restaurantes y otros tantos bares (uno de ellos con el nombre del citado primer ministro británico). Uno de los mejores spa de Marrakech. Y hasta un casino. Y una fragancia propia a base de esencia de dátil y madera de cedro –obra, por cierto, de una perfumería francesa- que perfuma sus suntuosos salones, corredores y boutiques.

Lujo y pandemia

Sobre los contrastes de Marrakech y La Mamounia, misión imposible es decir algo de original y no tropezar en el tópico de una ciudad donde conviven la pobreza y el lujo extremo, la sordidez y la opulencia, el gentío y la promiscuidad, el silencio y la introspección. La pandemia ha golpeado –porque lo sigue haciendo- fuertemente a la ciudad de Marrakech, la capital turística de Marruecos (los medios marroquíes gustan de insistir en lo de las capitalidades: la espiritual de Fez, la administrativa de Rabat y la económica de Casablanca), como dimos cuenta en su día en NIUS. Hemos visto, en fin, Jamaa El Fna desierta, sin cuentacuentos ni encantadores de serpientes y con los vendedores de artesanía de los zocos desesperados, preguntándonos qué habrían escrito Juan Goytisolo y Elías Canetti de haberla visto así.

El turismo se ha ido y entre las restricciones aún vigentes –Marruecos no ha sacado de la lista de países de “riesgo elevado” a Francia y España, sus dos primeros mercados emisores de viajeros- y las desconfianzas del público europeo y estadounidense sobre la situación sanitaria en el país, las cosas van a tardar en normalizarse. Para los miles de europeos con residencia en Marrakech, mejor así, la ciudad para nosotros, dirán.

Pero La Mamounia resiste ajena a las dificultades económicas de las clases medias europeas, carne de riad medinero y de adosado de la ciudad nueva, y a la suerte de la gran clase sufriente de marrakechíes. Ma non troppo: lo cierto es que fuimos testigos, en un momento en que, en la pasada primavera, las conexiones aéreas comerciales con Marruecos se habían suspendido, de un hotel semivacío. No obstante, preguntándonos cómo diantres aterrizaron en Marruecos, vimos llegar a La Mamounia en coches de cristales tintados a clientes franceses, británicos y estadounidenses para escapar del drama de la pandemia en casa y disfrutar de un mojito junto a la piscina (y olvidarse un rato de la mascarilla). La vida es eso, no busquen lógica ni justicia, pero disfruten si pueden del vergel de rosas, olivares y palmeras y del cielo azul donde Churchill halló su descanso del guerrero. Dios Salve a Marrakech, larga vida a La Mamounia. Inshallah.