La guerra madrugaba en el corazón de Ucrania. La plaza ardía de nuevo en plena tregua y con ella, hasta los opositores que lanzaban cócteles molotov. Fuego sobre agentes heridos a los que se trataba de evacuar o sobre los indignados ucranianos que quedaban tirados sin que hubiese tiempo de ponerles a salvo. Los francotiradores de uniforme disparaban sobre civiles armados también con fuego real, que, conforme pasaban los minutos, iban ganando posiciones en los límites de este campo de batalla encerrado en una plaza. La policía parecía más bien un ejército que, con armamento de combate disparaba sin piedad y los opositores se desplomaban vestidos de camuflaje. De poco sirven la reanimación en medio del caos. Imposible asistir a los heridos y menos a los muertos que al final de esta contienda inesperada se apilaban en cualquier parte. También tiradores del lado opositor. Pagando un precio altísimo, el pulso lo ganaban los activistas que hasta lograban capturar a decenas de agentes a los que a estas horas aún mantienen como rehenes. El Gobierno ha dicho que se reserva el uso de la fuerza para rescatarles así que el peligro de otra escalada abrasa.