La muerte: el destino más seguro en Ciudad Juárez

PILAR BERNAL 04/02/2010 17:27

Morir violentamente en México es morir de muerte natural, dicen los "juaritos", el apelativo cariñoso que reciben los habitantes de la ciudad donde el cariño se le demuestra a alguien matándolo de la manera menos cruenta.

Los últimos dos años han elevado a la ciudad fronteriza de Juárez al podio mundial de la inseguridad, un galardón obtenido a sangre y fuego, con miles de muertes como daños dudosamente necesarios.

El despliegue del ejército en la ciudad fue la estrategia del presidente Felipe Calderón (PAN) para pacificar y enfrentar a los narcos, un plan que a nivel macro implementó en todo el país con cuarenta y cinco mil efectivos y cuyo exponente micro fue Ciudad Juárez.

La experiencia de estos meses, sin embargo, ha hecho que nadie en Juárez confíe ya en que los militares puedan aportar la solución porque precisamente las cifras de asesinatos se han disparado.

Para el alcalde, José Reyes Ferriz (PRI) "los militares han conseguido contener la violencia.

Había un problema de control directo del territorio por parte de las instituciones, si no hubiesen venido las Fuerzas Armadas la situación sería mucho peor".

La disputa real se da entre los cárteles del narcotráfico por controlar la "plaza" más valiosa en las rutas de entrada de droga al primer mercado mundial del consumo: Estados Unidos, un paraíso de treinta y cinco millones de adictos que todos los grupos de delincuencia organizada de México quieren dominar.

Pero además, la polémica actuación de algunos soldados y mandos (asesinatos y secuestros de civiles incluidos), responsables de graves abusos cometidos contra la población civil y que aún se están investigando, ha debilitado la credibilidad de una institución que, a menudo, ha funcionado "bajo su propia lógica y sin plegarse al mandato de los Gobiernos de turno", lo afirma un comisario de la Policía Federal, con 45 años de servicio castrense que, por seguridad, prefiere permanecer en el anonimato.

En esa guerra directa luchan entre sí ejércitos de sicarios, al servicio de los cárteles, y también fuerzas de seguridad (policía federal, estatal, municipal y ejército).

Todos ellos constituyen una amalgama de policías conectada por medio de los llamados Operativos Conjuntos en los que reina la desconfianza: "Trabajamos con la policía municipal y con la estatal, pero ni unos ni otros son de fiar.

Sólo confiamos en el Ejército", puntualiza un policía federal que ha pasado nueve meses sirviendo en Juárez. Los distintos cuerpos se confrontan en un país con una contrastada tradición de corrupción política y policial, y a menudo sirven más bien a los intereses de los narcos que a los de la población, a merced de las luchas entre uno y otro bando.

"Todo el mundo en Juárez ha presenciado uno o varios hechos violentos en los últimos meses. No hace falta que estés implicado, te lo encuentras en la calle, en la esquina de tu casa, en el trabajo.

Matar es muy fácil aquí..." explica Lalas, un joven activista juarense por los derechos humanos, que ha regresado a su ciudad, precisamente, cuando todo el mundo se marcha a causa del terror generalizado en el que se vive.

De profesión sicario

El pandillerismo y su expresión más radical, el sicariato, se han convertido en una de las profesiones, irónicamente, con más futuro en la ciudad.

La demanda de asesinos a sueldo ha hecho bajar los precios al punto de que ahora mismo es posible contratar un asesinato por unos mil pesos mexicanos (cincuenta euros), mientras que si se requiere tortura, decapitación o mutilación la suma asciende a los 1.500 (75 euros).

Tomás estrenó su primera pistola propia a los quince pero ya desde los once se manejaba con soltura con un arma en la mano.

Se crió en Estados Unidos pero a los 21 años fue deportado a México porque ya acumulaba un jugoso historial penal que le devolvió a la tierra fronteriza de sus padres donde otros familiares se dedicaban al negocio del narcotráfico: "Si pudiera, volvería a Estados Unidos. Allí hay mucha muerte también pero tienes más posibilidades de sobrevivir. No está tan pesado como aquí".

La policía acaba de "reventarle" el negocio de venta de drogas y sus posibilidades de sobrevivir son limitadas.

Pertenece a la banda de los sureños, que en estos momentos trabaja para el Chapo Guzmán, uno de los narcotraficantes más ricos y poderosos del mundo.

La revista Forbes le colocó el año pasado en el puesto de cuarenta y uno de los hombres más adinerados del mundo. Su joven soldado Tomás, recién cumplidos los treinta, se dedicaba, hasta hace unas semanas, a administrar un sector de venta de droga en Juárez y para dicha labor contaba con un cuerpo de sicarios dispuestos a ajustar las cuentas de cualquiera: pequeños narcovendedores, consumidores que no pagaban sus deudas o proveedores que se retrasaban en las entregas.

La policía le detuvo y lo que es peor, según él, le robó su mercancía. Apenas una semana entre rejas le sirvió para firmar su sentencia de muerte.

Sus jefes no permitirían que alguien con tanta información acerca de la organización y ya sin el poder de la droga quedase libre e impune. "Sé que lo van a matar", dice la joven de veintiún años que ha sido su novia durante un año, "Y cuando eso pase yo no quiero estar cerca. Tengo miedo y por eso me he alejado de él. Tengo que pensar en mi y mi hijo".

La joven que se relaciona con el atractivo mundo del narco desde que tenía doce años ha vivido infinidad de experiencias al borde de la ley: "Me pagaban 1.500 pesos (75 euros) por acompañarles de viaje a transportar droga.

Viajábamos a Michoacán o más al sur y volvíamos con la furgoneta llena de coca. Se lleva en las llantas, en el depósito de gasolina, etcétera".

Explica que una vez la policía les interceptó en un retén en la carretera pero ella, al viajar con su hijo de meses, consiguió librarse: "les dije que no sabía nada, que conocía al chavo desde hacía un mes y que no tenía idea de a qué se dedicaba. Hasta ahora siempre me libré. Pero empieza a ser muy peligroso. Ya no quiero arriesgarme a que me maten a mí o a mi familia. Sólo pienso en mis estudios y en mi hijo".

El entorno del narco significa poder, dinero y presunta invulnerabilidad por eso son muchos los jóvenes, sin alternativas laborales ni sociales, que toman ese camino fácil. Ahora proceden de todos los entornos sociales mientras que antes eran los que procedían de familias desestructuradas como Tomás.

El señor de sicarios reconoce que siempre ha sentido una singular fascinación por la muerte: "La primera vez que vi a gente muerta me fascinó. El olor, sobre todo, el olor. No podía dejar de mirar. Estoy muy acostumbrado a la muerte porque vivo rodeado de ella".

Cuando se le pregunta si tiene sueños o piensa en el futuro, sonríe y dice que le gustaría llegar a viejo, aunque no le ve probable: "En el futuro me veo guapo". Guapo y muerto".

Quieres denunciar una situación o enviarnos alguna sugerencia? Contacta con nuestro equipo de Reporteros en los teléfonos 91/395 93 08 - 91/395 95 41 o mándanos un email a reporteros@informativost5.com. Gracias por tu colaboración.