Gregorio Marañón, la memoria y la emoción

  • Es nieto del ilustre científico y humanista Gregorio Marañón e hijo de un eminente abogado, embajador y político del mismo nombre

  • Nació en Madrid en plena posguerra, pero desde siempre ha mantenido una vinculación estrecha, irrompible, con Toledo

  • Desde 2008, preside el Teatro Real: "Hemos hecho que sea la tercera institución cultural española, y la primera en el ámbito de las artes escénicas y musicales"

Visto desde la mirada de la sabiduría popular, “Quien a los suyos se parece, honra merece”, Gregorio Marañón es nieto e hijo de una gran parte de la historia del siglo XX español. Nieto del ilustre científico y humanista Gregorio Marañón, hijo de un eminente abogado, embajador y político del mismo nombre. Esto me da pie para comenzar nuestra conversación, partiendo de la curiosidad de si alguna vez tuvo la tentación de ser médico y seguir la huella de su abuelo.

“En la familia Marañón ha predominado la tradición jurídica. Mi bisabuelo –Manuel Marañón Gómez-Acebo– fue un ilustre jurista, académico, abogado, diputado y autor del compendio de legislación más conocido hasta mi generación. Mi padre también fue un reconocido abogado, además de político. Estudió, sin vocación, tres años de Medicina, y dejó la carrera para estudiar Derecho. Mi abuelo fue la excepción, sin que se haya aclarado el origen de su vocación médica. Quizás siguió inicialmente los pasos de algún personaje galdosiano, pues siempre tuvo muy cerca a Galdós, íntimo amigo de su padre. Ninguno de sus hijos o nietos siguió sus pasos. Por mi parte, sin vocación clara, también decidí dedicarme al Derecho, y terminé mi carrera a los 21 años con muy buen expediente. En segundo de carrera, me acerqué a la Facultad de Medicina para asistir a una operación quirúrgica, y ratifiqué mi decisión de no estudiar Medicina. Empecé a trabajar en el despacho de mi padre, independizándome muy pronto para crear mi propio despacho que, con el tiempo, se convirtió en una firma importante. En paralelo, mi vida desbordó el cauce jurídico, me hice banquero y empresario, y asumí, desinteresadamente, posiciones de responsabilidad en el ámbito cultural. En el año 2000, colgué la toga y, desde entonces, mi ocupación se divide entre dos mundos: el empresarial y el cultural, aunque mi formación como jurista subyace siempre en lo que soy y hago”.

Hay quien ha tenido que cargar con el peso de su linaje, con el currrículum de sus ancestros, que le miren con atención o le puedan juzgar por lo que han sido sus predecesores. Siempre he sentido curiosidad por cómo se puede gestionar la presión de tener un padre o un abuelo con quienes te pueden comparar. ¿Pesa llevar el apellido Marañón? “Supongo que sí, pero tuve la lucidez de liberarme de esa carga muy joven, cuando decidí que Gregorio Marañón era yo. La figura de mi abuelo ha sido con todo, desde siempre, mi principal referente. Como dije en mi discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes, Marañón fue mi maestro y mi mejor ejemplo, pero he procurado no cobijarme nunca bajo su sombra protectora, y, cuando he creído vislumbrarla, he apresurado el paso”.

Le escuché decir al escritor estadounidense John Irving: “He tenido la oportunidad de habitar otras vidas, de ser todas ellas, pero supongo que me siento más cómodo inventando y habitando una personalidad propia, este yo, quienquiera que sea”.

Gregorio es hijo de la cultura, de un ímpetu creador y creativo, de la razón incansable, de las ideas y del pensamiento como medio de salvación. Una persona construida sobre una sólida formación cultural poco común. Le deslizo la cuestión de si su entronque familiar marcó su inclinación para la gestión en este ámbito: “Me considero muy afortunado por haber crecido en un entorno cultural y, seguramente por ello, siempre me he sentido comprometido con la causa de la cultura. Estoy convencido de que la cultura tiene un carácter estratégico para nuestra sociedad, no sólo por la riqueza material que genera, sino por su carácter identitario, y también porque propicia un ocio inteligente del que nacen imprescindibles pensamientos críticos y utópicos. En definitiva, lo que configura a una sociedad es su cultura. En cuanto a mi formación, en mi niñez empecé leyendo todas las novelas de Salgari; a los trece años, mi padre me facilitó el Werther, de Goethe, Guerra y Paz, de Tolstoi, y Rojo y negro, de Stendhal, y aún recuerdo mi primera película, Los tres caballeros, de Disney, y las zarzuelas a las que me llevaba mi madre. Y una obrita de teatro que escribí a los 13 años, coincidiendo con la venida en noviembre al cigarral del gran actor Carlos Lemos, disfrazado de Don Juan. Y el descubrimiento de Italia con mi colegio, en un inolvidable viaje de fin de bachillerato con nuestro profesor de Arte, cuando yo tenía 16 años. Durante mi estancia formativa en USA –tenía 24 años, antes de incorporarme al Banco Urquijo– descubrí la fecunda relación que en Estados Unidos existe entre la sociedad civil y el mundo empresarial. A mi vuelta, en el banco, de la mano de Juan Lladó, Jaime Carvajal y José Antonio Muñoz Rojas, viví, como director general, el mejor ejemplo de apoyo a la cultura en la España de aquel tiempo. Yo tenía 34 años. Luego fui presidente de la Asociación de Amigos del Museo de Arte Contemporáneo, del Teatro de la Abadía, de la Real Fábrica de Tapices y de la Real Fundación de Toledo, y, desde el año 2008, del Teatro Real. En todas estas posiciones he ejercido, y sigo ejerciendo, por supuesto, mi actividad de forma totalmente desinteresada, pero sin mengua de mi dedicación”.

Llegados a este punto de la conversación doy cabida al exministro de Cultura y escritor César Antonio Molina. Atiende con solicitud y amabilidad mi llamada, es buen conocedor además de mi invitado de este sábado: “Gregorio Marañón se mantiene fiel a su estirpe. Es una gran persona y un intelectual en toda regla, un ejemplo de lo que deberían ser muchos españoles y no lo son: cultos, con conocimientos de otras lenguas, sabiduría de muchas materias, cosmopolitas. Es un hombre del Renacimiento. Es un grandísimo liberal abierto a todas las ideologías democráticas. Sabe escuchar y es muy dialogante. Y un hombre de palabra. Lo dicho: el ejemplo de lo que debieran ser todos los españoles”.

En su figura no caben ni más responsabilidades, ni más distinciones, innumerables. Tiene un perfil poliédrico, interminable. Lo es casi todo en estos tiempos de velocidades y vértigos y no sé en cuál de sus posiciones se siente más confortable: “Tengo la convicción de que cuanto más amplio sea el campo de nuestras ocupaciones, mayor es nuestra disponibilidad de tiempo. Se trata de un fenómeno expansivo. Estoy al frente, como presidente –prosigue–, de importantes sociedades como la multinacional cotizada Logista. También del Teatro Real, una de las principales instituciones culturales españolas, con proyección internacional. Tanto en estas dos posiciones como en las otras que tengo en el ámbito empresarial o cultural, me siento más que confortable, ilusionado y realizado. Solo presumo de una cosa en mi vida, que es mi independencia. Para mí la independencia radica más en nuestra forma de ser que en las circunstancias externas. Allí donde no me he sentido a gusto, por razones objetivas o personales, me he ido al instante. Muy rara vez, y siempre por cuestiones éticas, en vez de irme he intentado cambiar la circunstancia que producía mi incomodidad”.

Toledo y el Cigarral de Menores

Gabriel García Márquez escribió: “Todos los días de mi vida me despierto con la impresión, falsa o real, de que he soñado que estoy en esa casa”. Gregorio Marañón nació en Madrid en plena posguerra, pero desde siempre ha mantenido una vinculación estrecha, irrompible, con Toledo, ese cruce de caminos de siglos, culturas y confesiones; con su Cigarral de Menores: “A la semana de haber nacido, llegaron mis abuelos en coche desde Francia, donde habían estado seis años exiliados por su pasado republicano. Se fueron directamente al cigarral, donde les esperaban sus hijos y nietos, y algún discípulo médico. Mis padres me llevaron consigo y yo simbolicé para mis abuelos la esperanza de la nueva etapa que se abría en su vida. Desde entonces, no he dejado de ir al cigarral que, 35 años después, pude comprar a mi familia y que, recientemente, Pili, mi mujer, y yo hemos convertido en una fundación, de carácter familiar, para asegurar su futuro. Allí encuentro siempre esa paz reconstituyente que nos permite continuar nuestro camino. Y, desde el cigarral, he hecho de Toledo mi lugar de arraigo y, a su vez, Toledo me nombró su Hijo Adoptivo. Pero también soy madrileño, y, de hecho, este año, nuestro excelente alcalde, José Luis Martínez-Almeida, me ha concedido la Medalla de Oro de la ciudad, y he sido nombrado –muy generosamente– el primer madrileño del año. Mis cuatro abuelos, mis padres y yo mismo nacimos en este Madrid tan abierto y acogedor, que nunca pregunta por su origen a quienes aquí viven. En Madrid estoy la mayor parte de mi tiempo, y me siento también madrileño. Esta doble ciudadanía no me produce ningún conflicto emocional, sino que me enriquece cultural y cívicamente”.

El cigarral es el hilo de la memoria, de la que García Márquez también decía que era “ese artificio que nos ayudaba a sobrellevar el pasado”. Los recuerdos y lo vivido hacen también brotar la escritura, los recuerdos de las diferentes etapas de la vida, eso que María Zambrano llamaba “el lenguaje de los misterios”. En sus memorias habita el mundo, su magia nos traslada de inmediato a la propia memoria emotiva de los años, de un universo construido de lo doméstico a lo universal. Destellos de antaño que brillan como luciérnagas en la noche. Andando por esos caminos Gregorio escribió Memorias del cigarral(Taurus, 2015) y Memorias de luz y niebla Memorias de luz y niebla(Galaxia Gutemberg, 2020): “Cuando llegas al cigarral y entras por su portalón sientes inmediatamente una paz indescriptible. No es que desaparezcan nuestros problemas, pero pasan a un segundo término, liberándose el corazón de su peso. Ese sentimiento también propicia la convivencia familiar y amistosa, la lectura y la escritura. Por eso, muchas páginas de mis libros están escritas allí, donde, además, tengo mi archivo. Y, por supuesto, el cigarral es también el escenario de muchas páginas de mi vida. También de Memorias de luz y niebla, aunque lo terminé en Madrid gracias a la disponibilidad de tiempo que me regaló el confinamiento”.

A propósito del confinamiento, ¿crees que hemos aprendido algo durante todo este tiempo?

“La humanidad ha tenido que hacer frente, improvisadamente, a un problema sanitario gravísimo, sin precedentes, que ha ocasionado ya millones de muertos y una crisis económica mundial. Mi generación creció con el miedo al holocausto nuclear, pero nunca imaginamos nada parecido a la pandemia. Se ignora aún el origen de esta catástrofe, que hemos tenido que afrontar experimentando soluciones por la vía de prueba y error, día a día. Quienes han querido politizar este arduo camino de aprendizaje son, política y cívicamente, muy poco solidarios. Lo mejor ha sido la rapidez con la que el sistema sanitario mundial ha producido, aprobado y aplicado las vacunas. Y, más cerca, el hecho de que España esté al frente de la tasa de vacunaciones, demostrando un eficaz sistema de salud y un excelente espíritu cívico. El repunte que se está produciendo de nuevo en estos momentos es un signo de la gravedad del problema y de lo lejos que estamos de su erradicación. Se necesita, imperiosamente, una política mundial para terminar con la pandemia, y, mientras, tenemos que estar dispuestos a vacunarnos masiva y recurrentemente”.

El Teatro Real

Antes de comenzar a hablar del Teatro Real llamo a mi consejero delegado, Paolo Vasile, buen conocedor de Gregorio y de la institución: “Es una persona amable, de una amabilidad ancestral y tímida, habla siempre en voz baja porque su pensamiento es elevado, su capacidad de análisis es aguda y aplica una terapia moderna para la resolución de los problemas con los que se encuentra en sus infinitas actividades. Su abuelo tiene una plaza, pero él tiene el teatro más noble del mundo: el Teatro Real de Madrid, un monumento a su sensibilidad y a su ingenio”.

Música y también silencios se recopilan en los 202 años de historia del Teatro Real, un emblema de la ciudad de Madrid y de España, dotado en el decir del periodista Rubén Amón de esa “alquimia trinitaria” de la que hablaba Verdi: “Sangre, poesía y pasión”. Una fuerza atronadora convertida en la actualidad en líder de las artes escénicas en virtud de una brillante gestión.

Le pregunto a Gregorio cómo se consigue este progreso: “El Teatro Real, tras permanecer casi 75 años cerrado, reabrió sus puertas en 1997. Durante los primeros 10 años, tuvo seis presidentes, que fueron los correspondientes ministros de Cultura. Cada uno de ellos nombró un nuevo equipo directivo, tanto gerencial como artístico. En ese marco de inestabilidad, fue imposible acuñar ningún proyecto institucional, y el Teatro Real, como escribió Luis María Anson, permaneció sumido en la irrelevancia. César Antonio Molina asumió mi propuesta de cambio de estatutos, y me nombró el primer presidente independiente. Desde entonces, con el apoyo del ministerio, la Comunidad de Madrid y el ayuntamiento, no sólo hemos superado las crisis económicas de 2008 y la de la pandemia, sino que hemos hecho del Teatro Real la tercera institución cultural española, y la primera en el ámbito de las artes escénicas y musicales. También ha recuperado el prestigio internacional que tuvo en el siglo XIX, hasta el punto de haber recibido, en 2021, el Opera Award correspondiente a la mejor ópera del mundo. Esto se ha logrado gracias al marco de estabilidad, y a los excelentes profesionales que han dirigido el Real durante este tiempo. Destaco, en primer lugar, al director general, Ignacio García-Belenguer, de quien depende la gestión integral del Teatro, y a los directores artísticos, Gerard Mortier (2009-2012) y, sobre todo, Joan Matabosch (desde 2013). En la definición de nuestro proyecto figura también la decisiva participación de la sociedad civil, habiendo creado un modelo de financiación de un teatro de ópera único en Europa: 50% de ingresos propios, un 26% de aportaciones públicas, y un 24% de patrocinio privado. Y, por supuesto, ha sido también fundamental el apoyo de los trabajadores. Además, el Teatro Real ha llegado a tener unos cuerpos estables –orquesta y coro– que están entre los mejores de Europa.”

“Narrar es tomar decisiones” decía el escritor argentino Ricardo Piglia.

Ignacio García Belenguer es director general del Teatro Real desde el año 2012; colaborador estrecho de Gregorio Marañón, acudo también a él para que se incorpore a esta animada charla: “Nos vimos por primera vez en el salón de su casa en una primera entrevista de la que supe desde el inicio que íbamos a hacer un gran proyecto juntos. En esta travesía ha habido de todo, momentos tremendamente duros como la crisis económica que ya estaba muy arraigada en 2012 o el cierre del Teatro Real en 2020 con motivo del Covid. Otros momentos tremendamente gratos compartiendo representaciones en el patio de butacas y el recientemente otorgado premio a la mejor ópera del mundo, pero francamente, la confianza absoluta que preside nuestra relación es la garantía de que cada decisión se toma siempre desde el mejor punto de vista: el del compromiso con la excelencia. Recuerdo una frase de su abuelo que menciona en muchas ocasiones y que a mí me ha servido de referencia, "trabaja cada día como si al día siguiente te fueras de viaje", para dejar las tareas del día terminadas. Pero a su vez, Gregorio es tremendamente cercano, de fácil relación y muy amigo de sus amigos, por los que lo daría todo si lo necesitasen, de un trato exquisito, pero que nadie se lleve a engaño: es determinado y fuerte en sus convicciones, convencido de sus ideas liberales y de que cada día tiene que servir para mejorarnos a nosotros mismos y a los que están a nuestro alrededor. Le importa, y mucho, su familia, a la que venera, como le importa cada persona que trabaja con y para él. Conoce por su nombre a muchas de las más de 300 personas que trabajan en el Teatro Real y se preocupa por lo que les pasa de forma sincera y si puede les intenta ayudar. Creo que no conozco a nadie que tenga su capacidad de trabajo, de organización, de tenacidad y destaca su acertado olfato en la toma de decisiones, con una apasionante visión estratégica de las cosas, destacando su conocimiento de la cultura, su visión profunda de la transición española, su entusiasmo por el mundo jurídico y empresarial y sin duda su gran pasión por la comunicación. Es un privilegio compartir con él, el entusiasmo que pone en cada nuevo proyecto que genera y también que como el mismo Gregorio dice en muchas ocasiones recordando una placa colocada en la fachada en el Pazo de Oca, ¡Que prosiga!”.

En un curioso libro, Un mundo propio, diario de sueños, Graham Greene cuenta que un buen día decidió ir anotando los sueños que iba teniendo, sus anhelos, sus deseos, las cosas que deseaba realizar, los personajes que quería ser. A buen seguro Gregorio Marañón tendrá también apuntado sus sueños, sus proyectos para esta institución que preside, tarea complicada porque el Teatro Real tiene ya un prestigio internacional difícilmente superable: “Recientemente, el Patronato me ha reelegido por unanimidad, a propuesta del ministro de Cultura, para un nuevo mandato de cinco años. Por ello, en diciembre, presentaremos un nuevo Plan Estratégico en el que recogeremos el proyecto que nos anima. En primer lugar, la superación de la crisis económica producida por la pandemia, y, por supuesto, todo lo referente a los cuidados sanitarios que la situación continúa exigiendo. También seguiremos impulsando la proyección internacional del Teatro Real como ópera nacional de referencia en España, y toda el área tecnológica que permite sacar la ópera a la calle, esto es, llevarla a toda la ciudadanía, a través del portal MyOperaPlayer, y de las retransmisiones en directo a los espacios públicos, centros culturales, hospitales y colegios. Por supuesto, también consolidaremos lo logrado en estos últimos años. Todo ello constituye un proyecto apasionante que acometeremos con entusiasmo”.

En la ópera tienen cabida todas las emociones propias de la vida: el amor, los celos, la amistad, la traición… es un género capaz también de transmitir, entregar y generar sus propias emociones y por ello mi curiosidad me lleva a preguntar cuál ha sido el momento más emocionante que ha vivido en el Teatro Real: “¡Ha habido tantos! Voy a decantarme por uno reciente. Me refiero a la representación de La Traviata. La decisión que tomamos en aquel momento, tras un profundo análisis, fue hacerlo, pero, por supuesto, extremando todas las medidas sanitarias necesarias para ofrecer una cultura segura al público, a los artistas y a los trabajadores. Antonio Muñoz Molina, al terminar la representación, me escribió aquella misma noche 'ha sido memorable, arrebatador, ejemplar'. Fue una representación inolvidable, que nos llevó a realizar la temporada 2020/2021 haciendo del Teatro Real un ejemplo, nacional e internacionalmente”.

Un pinot noir

A Gregorio Marañón el gusto por los vinos le cambia según cada momento de su vida. Me había dicho que ahora los que más le gustaban eran los pinot noir, esa variedad tan borgoñona que tiene su prolongación en España. “Con el amistoso asesoramiento de Custodio López Zamarra –me dijo– he descubierto los pinot noir que se hacen en Valencia, Cataluña y Castilla-León, y, entre ellos, uno de los que más me gustan es el Citius. La cosecha de 2017 ha salido excelente”. Con estos datos en la mano, me permito descorchar una botella de ese Citius, de Alta Pavina de los hermanos Ortega, a orillas del Duero en La Parrilla, provincia de Valladolid, que también es uno de los que más me gustan a mí. Un vino que sorprende por su delicadeza, su viveza y su persistencia. 100% pinot noir cultivado a 900 metros de altitud y en viñedos con una edad media de 35 años. Es mineral, fresco, un vino muy disfrutón.

Para ampliar conocimiento llamo a Diego y Hugo Ortega:

Es un proyecto que pese a tener ya casi 40 años se mantiene fresco e innovador al producir vinos de la variedad más especial que existe en el panorama vitivinícola mundial, la Pinot Noir, en un entorno extraño para la misma.

El motivo por el que nos podemos permitir desarrollar la variedad líder de la Borgoña francesa así como de los afamados vinos de Sonoma o el Russian River Valley en el oeste de los Estados Unidos, en nuestra localización (La Parrilla/ Valladolid), al ser una variedad que el calor le afecta negativamente, es la ubicación, geográficamente hablando, tan privilegiada en que nos encontramos.

Y es que la calidad de los suelos, certificada por la magnífica oferta de bodegas y vinos del entorno, se añade una altitud que compensa la latitud, compensando así, valga la redundancia, la alta temperatura habitual de nuestro país por temperaturas más frescas, incluso frías, al encontrarnos a 1000 metros de altitud sobre el nivel del mar.

Citus es un vino con innumerables reconocimientos nacionales e internacionales como La Medalla de Oro en el Mundial de Pinot Noirs, los 94 Punots Decanter o los 92 puntos por la afamadísima publicación "The Wine Advocate", liderada por el no menos famoso Robert Parker.

Un Pinot Noir castellano (me atrevería a decir que es el único), que se ha criado 18 meses en barrica usada del mejor roble fancés.

Utilizando barrica usada (2-5 vinos) conseguimos aportar todo lo bueno de la madera (reposo y microoxigenación...) sin aportarle demasiado sabor a la misma, consiguiendo de esta manera una mayor expresión de fruta y acidez.

Nos despedimos, mientras vuelvo a mi casa rebobino la conversación con Gregorio, concluyo en su elegancia natural, en ese temple riguroso, lleno de exactitudes capaces de construir un discurso sólido a la vez que atemperado. Su conversación es como un largo río natural con sus meandros y afluentes, como el Tajo, esa gran aorta peninsular que en su paso abraza a su querida Toledo. Como decía Carl Rogers el psicólogo humanista, “su conversación ha sido una dirección, no un destino”.

Palabra de vino.