Recorremos municipios deshabitados de la comarca orensana de Valdeorras. En Santa María dos mujeres nos reciben.
Ellas son exactamente la mitad del censo. Angelita nos cuenta que vino a este pueblo hace 26 años por el reclamo que supuso para ella encontrar una vivienda con agua y electricidad a un precio irrisorio porque nadie quería venirse aquí. Ella sí quiso. Y asegura vivir con todo lo que necesita. Su vecina Adelaida opina igual. Adelaida conduce, así que ante cualquier emergencia sobre ella recae toda la responsabilidad. Con ella vive su nieto de tres años. Acostumbrado a jugar sólo o formar un equipo de fútbol con el hijo de Angelita, que ya peina canas. Es lo que hay.Aunque aquí nadie se lamenta, sólo dicen echar en falta más visitas de caras nuevas con quienes entablar un poco de charla.
Siguiendo carretera arriba, nos encontramos con Mones. Un pueblo en el que, según nos cuentan, llegaron a vivir hasta ochocientas personas de las que ahora sólo queda una veintena.
Es precisamente un grupo de vecinos de esta localidad el que está tratando de dinamizar de nuevo la zona. Han creado una asociación para buscar ayudas y atraer a personas que puedan estar interesadas en vivir aquí, y en revitalizar estas calles llenas de casas que se derrumban.
Más arriba todavía, siguiendo una carretera de un solo carril, se adentra San Fiz. Sobre el pantano, una veintena de casas con los tejados hundidos, las escaleras caídas y las ventanas rotas. Ni siquiera las cerraduras cumplen su función. La ranura de la puerta abierta, muestra los vestigios de sus últimos moradores. Encontramos abrigos y zapatos cubiertos por telarañas y lodo. Prueba de que el tiempo ha pasado por aquí, dejando expuesta la memoria que atesoraban estas casas.
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