Jaume Funes, experto en Salud Mental, y el boom de los psicofármacos: "Es el negocio de la angustia"

Jaume Funes es psicólogo, educador, periodista. Desde 1974 ha trabajado profesionalmente en el área social, educativa y de salud de diferentes administraciones, en los movimientos de renovación pedagógica, la intervención educativa en las escuelas de secundaria, la protección de menores, la justicia juvenil y el abordaje de los problemas generados por el uso de las drogas. Es especialista en temas de educación y de atención a los conflictos sociales en la adolescencia. Ahora publica 'Cuando la vida nos duele' (editorial Grijalbo), una reflexión rigurosa que quiere ayudar a tomar conciencia que una buena salud mental es parte del camino que puerta a seguir avanzando hacia la felicidad. Una realidad a la que pone cifras también Enric Vals, experto en Salud mental, que señala la falta de recursos existentes en la sanidad pública, algo en lo que también incide Jaume Funes. Con 11 profesionales cada 100.000 habitantes, solo una de cada 30 personas acaban derivadas al especialista. Hay 2.850 profesionales para todo el territorio nacional. Hay que invertir en prevención. Nueve de cada diez españoles reconoce que han tenido problemas de salud mental. Y más datos. Un 45 por ciento de empleados públicos consume prácticamente a diario fármacos psicoactivos (ansiolíticos, antidepresivos y somníferos, entre otros), según un estudio elaborado por la Central Sindical Independiente y de Funcionarios (CSIF).

Como dice Jaume Funes, la salud mental tiene mucho que ver con la pobreza, con la precariedad, con la exigencia de la sociedad y con el negocio de los psicofármacos. Con esa irrealidad de que con una pastilla volveremos a ser felices.

Jaume Funes intenta ir más allá y dar algo de luz en su libro Cuando la vida nos duele para afrontar estar realidad, para adquirir herramientas para mejor la salud mental. Informativos Telecinco ha querido hablar con él de este tema de plena actualidad, más aún en una sociedad cada vez más empastillada para afrontar sus problemas.

España ya es el segundo país de Europa con más trastornos mentales, uno de cada cinco personas lo sufre. ¿Cuáles son las razones? ¿Por qué en España, un lugar en teoría con muchos elementos idóneos para vivir estamos en esta situación?

Las estadísticas son difícilmente comparables. Todo depende de las etiquetas diagnósticas que se hagan servir. Apenas se mide ese universo de malestares que, a veces, deriva haca vidas trastornadas, a vidas que se hacen inviables por el sufrimiento y la imposibilidad de gestionarlas. El único dato comparable es el de las condiciones de vida que hacen vivir entre malestares y enloquecer. La salud mental tiene que ver con pobreza, precariedad, exclusión… y también con búsqueda del éxito, con triunfar a toda costa, con vidas definidas por el mercado…

La angustia nace de no poder tener futuro y, también, de no llegar nunca al éxito que cada sociedad exige.

La angustia nace de no poder tener futuro y, también, de no llegar nunca al éxito que cada sociedad exige

Estamos ante la pandemia del futuro

Estamos en una sociedad a la que la pandemia hizo descubrir lo que ocultaba: la fragilidad de la vida, la complejidad social, los cambios acelerados, la soledad, el olvido del mundo interior, etc. Además, descubrimos que no tenemos lugares para la escucha, que solo medicalizando la vida parece que los problemas tienen importancia, que las estructuras de atención a la salud mental eran escasas e inadecuadas.

No hay nueva pandemia y es peligroso hablar de ella porque sugiere la idea de la perdida de salud mental como enfermedad contagiosa y no pone en discusión una propuesta sensata, compartida de por qué “enloquecemos”. Sí que vivimos en el descubrimiento de lo mentalmente insanas que son nuestras sociedades.

Estamos en una sociedad a la que la pandemia hizo descubrir lo que ocultaba: la fragilidad de la vida, la complejidad social, los cambios acelerados, la soledad, el olvido del mundo interior

¿Somos más frágiles emocionalmente que nunca?

Hemos descubierto que nunca prestábamos atención a las emociones, los sentimientos, los afectos. Nos sentimos mal y no sabemos por qué.

Esta es una sociedad en la que se quiere negar la educación emocional (solo hay que recordar el lio del “pin parental”). Estar “agobiado” puede significar estar superado, sentir una emoción dolorosa, vivir entre el predomino de la tristeza, ver cómo te supera la angustia…

Ni siquiera queremos aceptar que aprender el sistema de ecuaciones pasa por recorridos afectivos que van desde estar enamorado a sentirse bien aprendiendo.

Hemos descubierto que nunca prestábamos atención a las emociones, los sentimientos, los afectos. Nos sentimos mal y no sabemos por qué

¿Es posible que la razón sea que nos escuchamos más que nunca?

También vivimos en tiempos de ensimismamiento. Nos miramos el ombligo y nos olvidamos de descubrir a los otros. Descubrir cómo somos por dentro también es descubrir cómo nos ven las otras personas y qué somos para el otro. El individualismo feroz lleva a pensar que podemos ser felices solos. No hay felicidad ni malestar que no tengan que ver con otras personas.

En el libro insisto en cómo la afirmación “tu sola puedes” es falsa. Hablo de la condición humana como un cuadro impresionista en el que todos los colores se definen por los colores que les rodean.

El individualismo feroz lleva a pensar que podemos ser felices solos.

Cuando se habla de salud mental muchos son los que dicen que en otros países y sociedades con menos recursos la gente sobrevive y es más fuerte mentalmente. ¿Tiene sentido?

Por suerte, hay muchos pobres (económicamente pobres) felices y abundantes ricos infelices. Las variables económicas tienen que ver con el tipo de vidas que hacen posible. Sobrevivir excluido produce enfermedad. Tener poco, pero vivir en comunidad, no resignarse pero ser realista, soñar pero saber que son sueños, produce estados vitalmente satisfactorios. Querer tener cada día más y esclavizar a otros produce locura. Para hablar de estas variables, en el libro insisto en la dosis mínima de felicidad necesaria y el nivel de padecimiento soportable.

Tener poco, pero vivir en comunidad, no resignarse pero ser realista, soñar pero saber que son sueños, produce estados vitalmente satisfactorios

Cuando se ha hablado de salud mental en el Congreso ha sonado a broma. Si no reconocemos el problema cómo podemos solventarlo.

A veces, los Parlamentos parecen ser el paradigma de un mundo loco. Su principio de realidad es cero. Piensan que su vida es la vida de los demás y que las otras vidas no existen. Pocas veces se paran a imaginar en el padecimiento concreto que puede producir una ley ni en la cara que tiene el niño al que niegan ir a una escuela en la que sus compañeros son diversos.

Además, los parlamentarios, como buena parte de la sociedad, tienen una idea simplista de la salud mental. Incluso preocupándose, no saben que acompañar personas con vidas en dificultad no es abrir más dispensarios de psiquiatría.

A veces, los Parlamentos parecen ser el paradigma de un mundo loco. Su principio de realidad es cero

El 43% de los españoles reconoce estar mal mentalmente con la ansiedad y la depresión a la cabeza. Cómo detectarlas y combatirlas.

No hay que dedicarse a detectar ninguna enfermedad. Hay que garantizar que las personas tienen tiempo para parase a pensar, para darle importancia a otras dimensiones de la vida, para poder compartir. Pero, también hay que dedicar recursos a las condiciones vitales que generan el malestar. La explotación laboral produce ansiedad, insomnio, vidas entristecidas, pero es absurdo arreglarlo con benzodiacepinas. Primero hay que hay que dejar de explotar. Facilitar tiempo de padre o de madre para dar abrazos o leer cuentos es garantizar que la infancia no enloquecerá en el futuro porque crece sintiendo que importa a alguien.

La explotación laboral produce ansiedad, insomnio, vidas entristecidas, pero es absurdo arreglarlo con benzodiacepinas

Cuáles son los perfiles más vulnerables

Más allá de las condiciones de vida precarias, hemos de prestar atención a las etapas educativas más singulares y a los tiempos de transición. Hemos de garantizar que los tiempos de la primera infancia tienen las oportunidades básicas, que los adolescentes aprenden a gestionar los riegos y aclararse en su caos emocional, que cuando un acontecimiento traumático afecta a un adulto tiene fácil un espacio de escucha si medicalizar su dolor.

Qué porcentaje de estas dolencias se deben a los genes y el ambiente en el que se vive y se crece

En el libro intento una explicación integradora y sensata de por qué se altera nuestra salud mental. Propongo que, con tamaños muy diversos, en cada persona, nuestra salud mental tiene que ver con cinco elementos:

a.    Nuestro sistema nervioso (estar triste o eufórico tiene que ver con neuronas y transmisiones químicas que funcionan o se estropean). Pero pocas veces son solo el producto de la herencia.

b.    Las oportunidades y los estímulos para el desarrollo y nuestra construcción como personas, que debería producirse en los momentos claves adecuados. Nuestro malestar, con frecuencia, es el producto de carencias de otras etapas de la vida. Son los agujeros educativos de los tiempos de infancia y adolescencia.

c.     El balance entre las experiencias vitales satisfactorias y las experiencias de infelicidad. Para mantener la salud mental el balance entre lo que lo que no que nos duele y lo que nos hace sentirnos bien ha de ser positivo o, al menos, dar resultado cero.

d.    Las habilidades para gestionar la vida, las habilidades para comprender lo que nos pasa, para gestionar los sucesos, para poder relacionarnos, para entender una sociedad cambiante. Depende de tener herramientas para gestionar emociones, conflictos, adversidades, alteraciones. Enfermar es, con frecuencia, una forma de salir de un laberinto en el que no sabemos movernos.

e.    También tiene que ver con tener, construir, compartir algunos sentidos, motivos, razones a la vida. No se pueden vivir vidas sin sentido o vidas que no vale la pena vivir.

¿Qué impacto ha tenido la pandemia del covid en niños y jóvenes y cómo se notará esta en su futuro?

Ninguna de las medidas de lucha contra la epidemia tuvo en cuenta esa parte de ciudadanos y ciudadanas que vivían en la infancia o la adolescencia. Ahora, se trata de pensar en cómo compensar. Los besos adolescentes que no tuvieron reclaman otros besos. Los estímulos educativos que les negamos al cerrar la escuela o hacerla entre protocoles necesitan ser compensados. Las tensiones emocionales de vidas entre cuatro paredes, en hogares de territorio escaso y abundantes adultos, necesitan tiempos de parque... Busquemos la forma de compensar privaciones y no queramos diagnosticar enfermedades ante de tiempo.

Ninguna de las medidas de lucha contra la epidemia tuvo en cuenta esa parte de ciudadanos y ciudadanas que vivían en la infancia o la adolescencia

Estamos ante la sociedad más 'empastillada' de la historia, tal vez la solución no sea esa.

Ya éramos una sociedad que cada año aumentaba el consumo de psicofármacos. No sé si ha aumentado más, pero hace tiempo que va en aumento. Para comprender este fenómeno hay que tener en cuenta, al menos, tres aspectos. En primer lugar, la industria farmacéutica. Un gran negocio que quiere aumentar sistemáticamente sus beneficios. Más que inventar fármacos para enfermedades mentales crea enfermedades para sus fármacos. El gran mercado de la angustia es su territorio. Su presión para entender la salud metal como realidad solo biológica es muy importante.

Después, vivimos en una sociedad en la que toda dificultad de salud ha de tener una causa, un diagnóstico y un remedio. Hablar de malestares incomoda y da la sensación de no ser importante. Tener una depresión parece más importante que vivir vidas profundamente entristecidas de las que no acertamos a salir. Es más fácil sugerir que una parte del cerebro (el sistema límbico, por ejemplo) no funciona bien que aceptar la multiplicidad de factores que están afectando a nuestras emociones. Todo puede ir mejor si una pastilla lo mejora.

Finalmente, el aumento del consumo de psicofármacos (atención que es muy diferente por razones de edad, género y condición social) tiene que ver, por un lado, por la inexistencia de otros recursos (poder recetar, pero no tener tiempo para escuchar) y, por otro, con vidas en las que buscamos la felicidad con una u otra droga (legales, ilegales o de farmacia).

Los adultos actuales crecieron viendo a sus padres tomando una “pastilla” cada vez que aparecía un dolor y, ahora, cada día les recuerdan que la felicidad tiene nombre de cerveza.

Más que inventar fármacos para enfermedades mentales crea enfermedades para sus fármacos. El gran mercado de la angustia es su territorio