Natascha Kampusch relata su infancia robada en la autobiografía "3.096 días"

AGENCIA EFE 08/09/2010 11:42

Los 3.096 días del título son los ocho años de su secuestro -del 2 de marzo de 1998 al 23 de agosto de 2006-, en los que pasó de los 10 a los 18 años encerrada bajo tierra a merced de Wolfgang Priklopil, que se suicidó el mismo día que la chica logró escaparse.

La primera edición del libro, escrito por la joven junto con dos periodistas y por el que se especula que puede haber cobrado 1,2 millones de euros, tiene una tirada, según la prensa austríaca, de 50.000 ejemplares.

Las primeras páginas relatan la infancia triste de Kampusch, los maltratos de su madre, que la abofeteaba sin ningún motivo y le decía: "Algo habrás hecho", y la mala relación entre sus padres, que acabaron separándose.

En el pasaje sobre el día de su secuestro, después de ser raptada cuando iba al colegio por Priklopil -a quien nombra en el libro sólo como "el secuestrador"-, reconoce que sintió miedo a morir y a ser enterrada en un bosque cercano.

Aún hoy reconoce que no sabe si el secuestro lo planeó Priklopil por sí mismo o lo hizo por encargo, porque le habló de otras personas que no aparecieron y su intención de entregarla a ellos, algo que jamás se produjo.

La primera noche en el sótano la niña exigió a su secuestrador que le leyera un cuento para dormirse, algo a lo que accedió. Leyó "'La princesa y el guisante', y al final me dio un beso en la frente", cuenta.

Tras unos primeros días de incertidumbre y angustia por su situación y la falta de espacio, Kampusch relata como su secuestrador acaba comiendo junto a ella e incluso juegan al parchís en el tiempo que pasan juntos.

El retrato de su raptor es el de una personalidad dual que pasa de la cordialidad a la ira en un segundo y comienza a maltratarla por cualquier nimiedad, un obsesionado del orden con tendencias sadomasoquistas que pretende que le llame "Señor" y se arrodille cuando le trae la comida. Ella siempre se niega a seguirle el juego.

Priklopil le aseguró que nunca la liberaría. "Has visto mi rostro y ya me conoces demasiado bien. No puedo dejarte libre, jamás podré llevarte de vuelta con tus padres".

Su secuestrador trata de lograr un control absoluto sobre ella: raciona su comida y la electricidad, e instala todo tipo de aparatos para vigilar lo que hace en el sótano.

De esta forma le niega cualquier tipo de privacidad e incluso cuando se ducha tiene que hacerlo ante él, en el sótano: "me frotaba como si fuera un coche, me cuidaba como si fuera un electrodoméstico".

Seis meses después puede subir por primera vez a la vivienda del secuestrador, que trata de aniquilar por completo su identidad y comienza a llamarla "Bibiana".

A los 14 años pasó la primera noche fuera del zulo, en casa del raptor. "Petrificada de miedo" -cuenta- estaba tumbada en la cama de Priklopil cuando la ata con unos cables a su muñeca.

"Cuando me ataba a él en las noches que pasaba arriba no se trataba de sexo. El hombre que me pegaba, que me encerró en el sótano y que me hacía pasar hambre, quería mimos", relata la joven.

Kampusch no entra en los detalles de si fue forzada a mantener relaciones sexuales con su secuestrador. "Es la última esfera de mi vida privada que quiero preservar", indica.

Priklopil la insulta y la maltrata por cualquier motivo, le deja marcas en la cara y en el cuerpo, y llega a afeitarle repetidamente el cráneo. Por primera vez, se rebeló contra este trato a los 15 años.

"Me miró con sorpresa y un poco asombrado cuando le golpeé en el estómago", asegura.

Los maltratos son cada vez más frecuentes y más duros, su situación es cada vez más sombría y trata varias veces de suicidarse, aunque sus ansias de vivir son mayores.

Después, cuando su secuestrador cree que la tiene completamente sometida, sale en varias ocasiones de la casa con él, y una vez incluso pasan juntos un control policial de tráfico.

Ella trata de comunicarse con el agente haciéndole señales con los ojos, pero no la entiende. En otra ocasión llegan a ir a esquiar, y ella trata de pedir ayuda, sin fortuna, cuando va sola al servicio.

El día de su fuga Natascha aprovecha que Priklopil se aleja durante una conversación telefónica. Logra salir del jardín y se encuentra con tres personas que se niegan a prestarle siquiera un teléfono móvil.

Después entra en casa de una mujer del vecindario, que al contarle sus vicisitudes le pide que no pise su césped, y llama a la policía, que acude al lugar y la traslada a la comisaría.