Caraqueños bajan del Ávila con palmas benditas siguiendo una tradición local

AGENCIA EFE 05/04/2009 01:22

Rafael Blanco lleva 50 de sus 57 años recorriendo en estas mismas fechas la imponente montaña del Ávila, de más de 2.500 metros que domina Caracas, dentro de la tradición de quienes ascienden y duermen durante cuatro noches en el lugar para buscar las palmas que traen de vuelta a la ciudad.

Todo porque a finales del siglo XVIII el párroco local solicitó clemencia a Dios por la epidemia de peste amarilla que azotaba el lugar e hizo enviar a los peones de las haciendas de la zona a buscar la palma en la montaña.

"Yo tengo tradición de subir al Ávila a compartir lo que nos dejaron nuestros padres y, de aquí en adelante, vamos a seguir manteniendo la tradición en nuestros hijos y nietos", cuenta Blanco, a quien siempre le han salido bien las "promesas" por las que realiza esta actividad.

Una vez en la montaña, y tras instalar los campamentos en diferentes puntos del recorrido, estos vecinos de Chacao se dedican en cuerpo y alma a podar las palmas, dejando los cogollos más pequeños para que sigan su ciclo de vida y poder recogerlos en un futuro.

Blanco ha pernoctado en el mismo campamento que Luis Reyes, otro palmero, desde que ambos tenían siete años de edad.

Reyes señala a Efe que "lo importante es la confraternidad, la convivencia, el compartir, el enseñar a los niños y a los jóvenes que tienen que querer la naturaleza, querer el Ávila para que esto se pueda mantener".

"Es algo mágico-religioso, pero también ecológico", añade Reyes, quien explica que desde hace 20 años sube con ellos una doctora que investiga la evolución de la palma bendita.

Reyes es autor del libro Soy Palmero, en el que resume 15 años de entrevistas e investigaciones sobre la historia viva de estos hombres.

El papel destinado a las mujeres en esta tradición se limita a cuidar los campamentos de los "palmeritos", que son los niños que aprenden la tradición de sus mayores y que suben en el teleférico hasta la montaña, donde les enseñan valores y principios de respeto al medio ambiente.

"Las mujeres pueden ser palmeras pero no pernoctan en el mismo campamento por respeto", aclara Blanco, quien añade que "pueden subir a recibir pero no a podar la palma, ellas son las guías pero los que se meten a podar la palma son los hombres".

La actividad de los palmeros no sólo se reduce a esta semana, ya que el resto del año ponen todo su empeño en limpiar las quebradas y los caminos del Ávila y en educar a las nuevas generaciones en el respeto a la naturaleza.

El relevo generacional es muy importante para este grupo, como en el caso de Blanco, quien recibió esta afición de su padre y que, al igual que todos sus hermanos, seguirá la tradición hasta el final de sus días, dice.

"Ser palmero es orgullo, pero también es ser buen ciudadano", opina Reyes, a quien hoy también acompaña su hijo de 23 años, palmero como él.