Los shipibos, indígenas amazónicos que cambian la selva por el desierto de Lima

AGENCIA EFE 09/02/2011 12:21

Los shipibos de Lima, junto con otros pobladores, han creado el asentamiento de Cantagallo, donde 100 familias selváticas viven sin agua corriente aunque han logrado adaptarse a su nuevo entorno y ahora quieren mostrar al mundo su cultura con un proyecto de turismo vivencial.

Puede que los shipibos de Lima no sean muchos, pero se los disputan los políticos del gobierno y la oposición: en un solo día, el pasado martes, un equipo gubernamental fue a ofrecerles un programa de afiliación a la seguridad social, y otro de un partido político les obsequió con un comedor comunal.

Cantagallo se despliega a orillas del río Rimac, pegado al casco histórico de Lima, una zona donde las "comunidades originarias" (como se llama a los indígenas) de Perú han ido construyendo su hogar desde la década de los años noventa.

Parte de los más de 58.000 metros cuadrados de este árido lugar lo habita la tercera etnia selvática más grande de Perú, la shipiba, originaria de la zona de Ucayali, en la selva central de Perú, explica a Efe Augusto Valles, vicepresidente de la Asociación de Artesanos shipibos residentes en Lima "Ashirelv".

Acostumbrados a sus grandes ríos, los shipibos se han acercado al único curso de agua de la zona, el mísero Rímac, para ubicar sus pequeñas y modestas casas, desde las cuales intentan preservar vivas sus tradiciones culturales y gastronómicas.

Conscientes del bien que poseen, una "cultura diferente a la gente de Lima y de la sierra" y con un idioma propio (el shipibo), el ámbito familiar se ha convertido en la mejor vía para garantizar la conservación de sus tradiciones selváticas.

"En ningún momento queremos ver que hemos perdido nuestra cultura. Tenemos que seguir cultivándola", reivindica Valles, mientras las cocineras preparan un manjar selvático, el tacacho con cecina (plátano frito con carne ahumada), para celebrar la apertura del comedor.

Por las polvorientas calles del "tercer nivel" de Cantagallo, que coincide con la zona más elevada del poblado, se escuchan palabras desconocidas, pues, como parte de su señal de identidad y ante la ausencia de escuelas que impartan el idioma, hablan shipibo entre ellos.

Lo mismo sucede en sus casas, donde, además, los más pequeños aprenden el oficio de las artesanías y son adiestrados en el arte culinario selvático, ya que no lejos de sus casas un mercado los abastece de productos típicos de esa región del Perú como la cocona, fruta anaranjada con fama de afrodisíaca.

Internet, el teléfono y las comunicaciones por radio les permiten mantener el contacto con sus familiares de Ucayali, "un lugar de aire puro" que Valles extraña y que al quiere volver en algún momento de su vida, confiesa.

Uno de los mayores anhelos de los shipibos limeños es el reconocimiento de un "pedazo de terreno propiamente nuestro", un objetivo para el que la vecindad aúna esfuerzos y coordina con sus vecinos del "nivel 1 y 2", que también tienen su propio proyecto de legalización de las propiedades.

Esta comunidad selvática ha puesto sus esperanzas de futuro en un proyecto de turismo vivencial que ya ha presentado a instituciones oficiales y con el que pretenden convertir el desierto limeño en un remedo de bosque verde a orillas de un río un poco más cuidado.

"En unos años, esta comunidad será de gran atracción para turistas, porque tendrá un proyecto de viviendas con diseños shipibos, como las de la selva", y el diseño del barrio será más "organizado", pronostica Valles.

El tiempo dirá si su proyecto, que ya se esboza en el barrio, "impactará a la República" peruana, como sostiene Valles, y permitirá disfrutar a nativos y extranjeros de una pequeña muestra de la selva en la desértica Lima.

Sabrina Rodríguez