El mejor aceite del mundo y el más saludable se produce en Retuerta del Bulllaque, Ciudad Real
En El Molinillo su aceite Coratina ha sido elegido por la revista Evooleum como el mejor y más saludable del mundo
Crónica de una comida memorable en D'Berto y una breve parada gastronómica en Pontevedra
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida…” (Henry D. Thoreau).
Fuimos camino de Retuerta del Bullaque (Ciudad Real) a escuchar, a descubrir cómo suena la tierra: a savia, a memoria, a lenguaje antiguo de los árboles. Fuimos a la Dehesa El Molinillo, en pleno corazón de los Montes de Toledo: un mar de olivos que brilla como una lámina de plata bajo un cielo arrebujado de nubes y grises, de bruma y de lluvia. La naturaleza como un decorado cubierto de argumentos.
Entramos en la casa principal de la finca: en la chimenea, un surtido de leñas procuraba fuegos que olían a hogar y a espera. Afuera, el campo respiraba bajo una lluvia “prolongada”, que diría Wislawa Szymborska, que perfumaba la tierra y encendía los colores.
Un tapiz de vida
“El campo es como un libro que se lee con los pies”, escribió Àngel Crespo.
Nos dispusimos a recorrer la dehesa guiados por Pedro Belmar, director y sabio enciclopédico, que custodia esta herencia con el rigor de un monje y la pasión de un botánico. A su lado, el enólogo Juan Antonio Leza que traduce el alma de la tierra en líquidos que dibujan paisajes. Y Miriam González, responsable del área comercial y logística de la empresa, que también caminó con nosotros mirando y escuchando al campo. Al recorrer las 237 hectáreas de olivar, las más diez de viñedo, y otras tantas dedicadas a forraje y cereal, fuimos entendiendo que cada paso es una página, y cada árbol, una palabra. Medio millón de árboles: olivos, encinas, alcornoques, quejigos, madroños, robles… Un vocabulario vegetal que escribe la historia de esta tierra.
Pudimos ver a corzos cruzar el horizonte, a ciervos otear la brisa, a bandadas de aves que afinaban su canto desde la hora mágica del amanecer. Un breviario de la aurora. Este espacio es un parque natural en el que se cultiva, un ecosistema de belleza útil y de quietud fértil, una rareza armónica donde el trabajo humano se acompasa.
Herencia y sabiduría
Dehesa del Molinillo formaba parte de un conjunto de tierras que en origen fueron propiedad del Duque de Veragua que fue ejecutado en 1.936 y no tuvo descendencia. Sus herederos la vendieron en 1.940 al empresario textil José Biosca, que urbanizó la finca construyendo una pequeña aldea con casas para los trabajadores, escuela, iglesia y hasta dispensario médico. Una forma de entender el paisaje como bien común. Biosca era un humanista, trajo a España las primeras bombas de cobalto y creó la Asociación Española Contra el Cáncer.
Después de 1.983 la finca es propiedad de la Familia Lao, empresarios catalanes, que cuidan y mantienen este espacio con el mismo respeto que se profesa a una herencia sagrada. Unificaron de nuevo la estructura original de la finca y han trabajado desde el inicio en la preservación de la biodiversidad, así como en el desarrollo de producciones ligadas al territorio y enfocadas a aportar valor al mismo. Lo conservan con mimo, y al mismo tiempo lo proyectan hacia el futuro, con nuevas plantaciones de viñedo y un empeño en la sostenibilidad que trasciende la moda para convertirse en convicción.
El oro líquido: Coratina, la joya
“El aceite de oliva es el perfume de la tierra”, escribió Dionisio Cañas. Y en El Molinillo ese perfume alcanza su cumbre. Su aceite Coratina ha sido elegido por la revista Evooleum como el mejor y más saludable del mundo, un reconocimiento que no se mide sólo en puntuaciones, sino en emoción: amargor elegante, picor medido, una fragancia de hierba recién cortada y almendra verde que recuerda a los amaneceres del campo.
Otros cuantos aceites embotellados escoltan a la “coratina monarca”: el Reserva de la Familia de Cornicabra Ecológica, el de variedad Empeltre, el Tradición Cornicabra y el Navalices Selección. Todos ellos salen de esa hermosa y recogida almazara que custodia su maestro (nacido en la propia finca), Juan Manuel Ramos. Para él, cada gota condensa el alma de la finca: el rigor agrónomo, la luz justa, la paciencia del tiempo.
Regresamos al edificio principal, al abrigo del fuego crepitante. La hora de comer nos convoca: en el aperitivo, unas almendras extraordinarias, cecina de ciervo, jamón ibérico y quesos de la zona. Luego, un menú de proximidad absoluta:
Huevos de sus gallinas con judías verdes de su huerta, lomo de ciervo de la finca con patatas, y de postre, queso con membrillo, miel propia y un melón dulcísimo. Nada viajado. Nada impostado. Todo nacido a pocos metros de la mesa. Sabores que atesoran casa y verdad.
Afuera, la lluvia no daba tregua; dentro, el patio interior mostraba magnolios que parecían custodiar la quietud.
El enólogo Juan Antonio Leza trabaja con el oído puesto en la tierra, sobre estos suelos de formación de arcilla y raña, sombreados por encinas que moderan el sol y piedras que irradian calor en la noche y que dan lugar a vinos precisos y auténticos. Probamos La Rous 2023 y 2024, con una tensión que recuerda a las lluvias que bañan el viñedo. El 23 fue un año de primavera lluviosa y un verano muy caluroso que dio un vino mineral, complejo, con recuerdos de pomelo, fresa y flores. Vivacidad, frescura y una moderada concentración. El 24 es una promesa de tipicidad y carácter. Mucha potencialidad y gran capacidad de guarda.
La Rous es un vino con vocación gastronómica, cien por cien cabernet sauvignon. Nos acompañó con elegancia en esta agradable comida.
El lugar del tinto fue para las añadas 2022 y 2023 de Nacelcanto, un vino hondo con el poso del monte y la serenidad del tiempo.
La 22 fue la añada más cálida en lo que va de siglo. Su resultado es un vino brillante, luminoso, que asoma a la nariz un rastro de vecinas aceitunas. Carnoso y profundo. Elaborado con un 50% de Cabernet Sauvignon y el resto a partes casi iguales de Syrah y Touriga Nacional. En el 23 se nota la aportación del graciano (14%), que lo hace más expresivo y vibrante, con requiebros inesperados. Un vino muy seductor, cuenta más de lo que dice.
Luz, sombra, brisa, el pulso del suelo, todo esto fue apareciendo en nuestras copas.
El alma del paisaje
“Donde una puerta se cierra, otra se abre”, dejó dicho Cervantes. Y aquí cada sendero es una puerta a la contemplación. El pantano de Torre de Abraham, al fondo, recoge los reflejos del cielo como si el agua quisiera imitar el brillo de las hojas.
Dehesa El Molinillo no es sólo un espacio productivo, sino un lugar de conciencia: un recordatorio de que el equilibrio entre el hombre y la naturaleza no es utopía, sino posibilidad. “La belleza nos salva del vacío”, de nuevo Dionisio Cañas, y este lugar lo demuestra con el simple hecho de existir.
Al despedirnos, de regreso a Madrid la lluvia había cesado, las nubes iban descorriéndose perezosas y el sol aparecía tímidamente, como si quisiera quedarse a mirar. El paisaje repleto de olivos desprendía un halo de melancolía otoñal que convocaba a aquellos versos de Ángel Crespo: “Todo paisaje es un alma que se ofrece al que mira”. Y solo entonces comprendí que El Molinillo es un espacio abrumador de naturaleza a la escucha.