Música

El guitarrista mutilado que dio origen al heavy metal: "Es una historia de transformación"

Tommy Iommi durante un concierto de Black Sabbath. Getty Images
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La historia del heavy metal, ese género musical que ha sido capaz de canalizar durante décadas la furia, la oscuridad y el poder a través de su sonido tan distintivo, repleto de guitarras distorsionadas, no comienza en un escenario ni tampoco en un estudio de grabación, sino en una fábrica. Más concretamente en una prensa industrial. En un accidente. 

La leyenda de Tony Iommi, guitarrista de Black Sabbath, no es solo la historia de un músico herido, sino la de un hombre que convirtió el límite físico en detonante creativo. Su caso es uno de los relatos más asombrosos rescatados por Iván Fernández Amil en ‘Innovadores’, un libro que recopila historias humanas detrás de grandes avances, muchas veces ignoradas por el relato oficial de la invención.

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“Lo verdaderamente extraordinario no es la invención en sí, sino la persona detrás de ella”, afirma Fernández. En el caso de Iommi, esa persona es un joven obrero de Birmingham que, con apenas 17 años, en un torno metálico. El diagnóstico fue claro: se acabó la guitarra. Pero Iommi no aceptó ese dictamen. Inspirado por la historia de Django Reinhardt un guitarrista de jazz que tocaba con tan solo dos dedos en su mano tras sufrir quemaduras en un incendio, se fabricó unas prótesis caseras con plástico derretido, modificó su técnica y la afinación, y reinventó su manera de tocar. Lo que emergió no fue una adaptación menor, sino un nuevo lenguaje: el heavy metal.

Cuando la limitación se vuelve identidad sonora

Antes del accidente, Iommi tocaba blues. Después, ya no pudo presionar con fuerza las cuerdas gruesas. Así que bajó la afinación de su guitarra para reducir la tensión de las cuerdas y hacerlas más manejables. Esa simple decisión, más producto del dolor y la necesidad, alteró el sonido por completo: riffs más graves, más lentos, más pesados. La oscuridad metálica que hoy asociamos al género nació ahí, en esa afinación forzada por una discapacidad. En palabras de Iván Fernández, “el fracaso no fue el final del camino, fue el origen de algo nuevo”.

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A partir de ahí, la historia de la música aceleró su ritmo. Black Sabbath publicó su primer álbum en 1970. Y con él, el heavy metal entró en escena como un grito industrial, oscuro y desestabilizador. No solo por las letras o el ritmo, sino por la estructura misma del sonido. Iommi no pudo volver a tocar como antes, así que inventó otra forma de hacerlo. A falta de fuerza, encontró pesadez. A falta de velocidad, halló atmósfera. Y con ello definió la estética de un género que aún hoy se reinventa bajo su sombra.

La historia de Iommi es la cristalización del principio que recorre ‘Innovadores’: que muchas de las grandes transformaciones no surgen de la genialidad abstracta, sino de la obstinación concreta. “El talento importa, pero más importa la terquedad”, dice Fernández. Y eso convierte a Iommi en un símbolo perfecto: el guitarrista al que la industria mutiló y que, con los restos de sí mismo, construyó una nueva forma de hacer vibrar al mundo.

Invenciones que nacen en el margen

En el libro, Iommi no está solo. Está acompañado por decenas de personajes que, sin recibir premios Nobel ni tener estatuas públicas, transformaron silenciosamente la vida de millones. Algunos a través de ideas modestas, otros con decisiones radicales. El creador del contenedor marítimo, por ejemplo, cuya obsesión con la eficiencia reconfiguró el comercio global. O los científicos que, al descubrir la insulina, decidieron no lucrarse con ella y cedieron la patente para garantizar su acceso universal. “Ese gesto de generosidad radical —explica Fernández— es, para mí, una de las mayores innovaciones éticas del siglo XX”.

El libro también rinde homenaje a figuras como Lady Mary Wortley Montagu, la aristócrata que introdujo la vacuna de la viruela en Europa antes de que Edward Jenner pasara a la historia. O a Eddie “el Águila” Edwards, el saltador olímpico que quedó último pero obligó al Comité Olímpico Internacional a cambiar las reglas para premiar el espíritu deportivo. “No hace falta ganar para cambiar las cosas”, recuerda el autor. Esa idea, lejos de ser romántica, se convierte en una ética de la innovación: lo importante no es tener éxito según las reglas, sino reescribirlas.

En este sentido, Innovadores se lee no como una lista de inventos, sino como un manifiesto narrativo. Una recuperación de lo invisible, de las vidas pequeñas que generaron grandes cambios. Con un tono cercano, humorístico y a la vez profundamente riguroso, Fernández demuestra que el fracaso, el error y la desviación del camino son materiales fértiles para la invención. Que detrás de muchas ideas disruptivas no hay laboratorios, sino garajes, cocinas, fábricas o salas de hospital.

Dolor que se convierte en legado

El caso de Tony Iommi es, quizá, el más simbólico de todos, porque cristaliza en un solo gesto el cruce entre lo físico, lo emocional y lo cultural. Su dolor dio lugar a un sonido. Su limitación técnica redefinió un lenguaje musical. Y su resiliencia inspiró a generaciones enteras que encontraron en el heavy metal un refugio, una identidad y una forma de canalizar su propia rabia. “No es una historia de superación”, matiza Fernández, “sino de transformación. Y eso es mucho más poderoso”.

Como colofón, el libro incluye otras conexiones tan improbables como fascinantes: cómo los beneficios de los Beatles financiaron el primer escáner cerebral, cómo la Moka Express convirtió el café en un ritual doméstico global, o cómo una madre desesperada creó la cinta americana para proteger a sus hijos. En cada historia, lo que se impone no es el brillo de la genialidad, sino la densidad de la vida.

Porque a veces no resulta tan importante qué fue lo que cambió, sino quién estaba ahí, en el margen, en la sombra, cambiándolo sin que nadie mirara. Y en ese margen, un guitarrista mutilado tocó una nota nueva. La nota que hizo temblar el suelo.