El día que perdí la inocencia

telecinco.es 17/02/2009 16:36

Era verano, por la tarde, hacía calor. Rosita “la Tata” debía estar de vacaciones. Yo iba a cumplir los 8 años en octubre y terminaba de hacer la primera comunión. Mi hermana pequeña era un bebé. Se encontraba dormitando en su cochecito. Mis padres tenían que acompañar a mi hermana E al médico (creo). Nos encontrábamos en la casa de la puerta azul del paseo marítimo, aquella en la que, tras la verja del jardín, nos observaba Xavier, el vecino de ojos sin vida y mirada lasciva (que no descubrí realmente hasta aquel momento).

Mi primo mayor era muy guapo (según decían). Tenía más de 20 años y era un brillante estudiante de medicina. Mi padre siempre lo ponía de ejemplo (creo que veía en él al hijo que nunca tuvo). Mi padre era un gran amante de la medicina. Por sus circunstancias personales, tuvo que dejar los estudios al terminar el bachillerato y sacrificar su vocación, ser médico, por labrarse un futuro trabajando.

Siempre se compraba libros de medicina, los leía y releía, los estudiaba a fondo y, en cuanto tenía ocasión, debatía con mis tíos (los dos médicos); y, con el tiempo vi que el hombre sabía muchísimo de la materia. ¡Qué grande, mi padre!

Era una calurosa tarde de verano. Alguien debía cuidar de nosotras, una bebita y una niña de 7 años, durante unas pocas horas. Mi primo se ofreció y mis padres quedaron encantados con la idea.

Nos habían regalado un libro enorme (apenas lo podía sujetar, si no lo apoyaba sobre la mesa), de cuentos de W. Disney. Tenía muchos dibujos, realmente todo eran viñetas y la letra era mayoritariamente diálogos entre los personajes.

Estábamos en el comedor, frente a la chimenea. Mi primo sentado en una silla, mi hermana pequeña frente a él, en su cochecito. Y a mí me hizo sentarme en sus rodillas, mi espalda contra su pecho, a horcajadas, para leerme el libro.

Yo llevaba un bañador de cuerpo entero muy feo, azul marino con unos ribetes rojos y unas chanclas de goma.

Poco a poco fui notando que mi primo arrimaba demasiado la cara a mi nuca. Notaba su aliento en ella, era una sensación extraña que no me gustaba.

Luego fue bajándome los tirantes del bañador. Protesté, pero me dijo que hacía calor. Accedí, realmente hacía mucho calor.

Más tarde sus dedos acariciaban mi cuerpo, un pecho sin desarrollar, una barriga de niña, luego las piernas,... No entendía esos “mimos”. Algo no estaba bien. Y su aliento siempre en mi nuca.

Sus dedos se deslizaron bajo el bañador hasta mi entrepierna. Aquello no me gustó y protesté. Pero él me dijo que no debíamos despertar a mi hermanita y que, cuando sintiera “demasiadas cosquillas” le diera un beso en la boca y pararía.

Así lo hice... Cuando el dolor (que no cosquillas) era insoportable, ladeaba mi cabeza y le besaba en la boca. Entonces el dolor cesaba... para volverse a producir unos segundos más tarde...

Llegaron mis padres con mi hermana E. Él se marchó. Yo me encontraba mal. No entendía el porqué, pero sabía en mi fuero interno que algo malo había pasado.

Al ver a mis padres en casa me sentí a salvo y, en cuanto se fue mi primo les conté que “me había hecho daño aquí” (señalando aquel lugar que me dolía).

Mi padre desapareció de escena como impulsado por un resorte. En aquel momento no entendí el porqué. Mi madre me llamó mentirosa y me dijo que nunca más hablara de eso con nadie.

Me sentí sucia y sola. Sólo tenía 7 años. No mentía. Sólo pedía que mis padres le dijeran a mi tía, la madre de J, que se había portado mal y que ésta le castigara. Sólo pedía que le dieran un azote en el culo y le castigaran un día sin playa, como hacían conmigo cuando me portaba mal.

Pero nunca se produjo este “castigo” y, cuando sacaba el tema, mi padre desaparecía, daba un puñetazo en la mesa, o en el aire, susurraba algo y se iba; y mi madre seguía llamándome mentirosa e insistía en que me callara .

Entonces fue cuando me di cuenta de que había perdido la inocencia, que el vecino “nos miraba mal”, pues su mirada era la misma que vi en los ojos de mi primo mayor aquella tarde; y me di cuenta de que el mal no siempre se castiga, que la vida no es justa y que nadie más que uno sabe lo que realmente le ha ocurrido y la repercusión, la marca, que cada hecho vivido le ha dejado.

Esta sangrante y dolorosísima experiencia, ha dejado huella en mí para siempre y ha condicionado en gran medida, mi relación con los hombres, con los que siempre me he llevado muy bien, excepto cuando han intentado “pasar a mayores”. Ahí se han roto todos mis esquemas y no he dejado de volver a vivir aquella maldita escena.

Mi padre se llevó su secreto (al menos su actuación en aquellos momentos) a la tumba y yo no supe de las consecuencias de aquel día hasta hace unos pocos años, cuando le pregunté a mi madre porqué no me habían creído.

En aquel momento fue mi hermana E quien me contó que aquel episodio tuvo graves consecuencias; que se formó una especie de “cónclave familiar” en casa de Mamá Gran y que mi primo mayor fue expulsado de aquella casa para los restos. Mi madre no dijo nada. Me pareció que asentía con a cabeza y nunca he entendido como mi hermana menor sabía tanto de este tema mientras yo lo desconocía todo.

¿Si? ¿Mi primo fue “degradado”? Yo jamás lo noté, no me di cuenta, nadie me explicó, ni me consoló en su momento. ¡Con lo fácil que hubiera sido resarcirme como niña de 7 años que era! Entonces sí que, posiblemente, hubiera podido borrar aquel incidente de mi vida....

La casa de Mamá Gran... Un día, apenas cumplidos los 16 años y, tras pasar una noche fuera de casa, se me hizo un juicio sumarísimo. Recuerdo que me gustaba un chico y que se me pasó la hora de llegar a casa. Como mis padres eran tan severos en estas cosas, me fui a dormir a casa de una amiga. No me atrevía a volver a casa. Por la mañana, la madre de mi amiga me llevó a casa y les dijo a mis padres donde había pasado la noche.

Noté mucho revuelo. En la casa había mucha gente (no había para menos, pues mis padres no tenían teléfono), pero por más que les expliqué, me llevaron a casa de Mamá Gran.

Una vez allí, ellos se quedaron en una sala con Mamá Gran y más gente (tíos y primos, me parece) y a mí me llevaron a la sala del piano, donde se encontraban mi tío M (mi pediatra desde que nací) y su mujer.

Allí, tras responder a infinidad de preguntas y tras decirme mi tío que podía hacerme un reconocimiento médico, entendí que estaban hablando de “virginidad”. ¡¡¡Virginidad!!! ¡Dios bendito, si aquel chico y yo sólo nos besamos! ¿Virginidad? ¡Cómo iba a llegar tan lejos con mis antecedentes! Y ¿Por qué ahora les importaba tanto mi virginidad y no hicieron nada cuando me la robaron a los 7 años?

Los años pasan y la sociedad evoluciona. Hoy este episodio se vería de otra manera muy distinta, gracias a Dios, pero el daño que ciertas conductas y actitudes hacen, no se pueden borrar jamás.

Ahora agradezco que “el destino” pusiera delante de mí, poco tiempo después, a un hombre maravilloso, mi marido adorado, y que, gracias a su infinito amor y a su no menos infinita paciencia y comprensión, he logrado poder ser una mujer más o menos “normal”.

Mil gracias a todos por vuestra compañía y el cariño que me mostrais a diario.

Carla.-

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