La fauna de mi habitación

telecinco.es 25/05/2010 10:49

El sábado por la noche, cuando iba a salir de casa en dirección a la primera gran fiesta que el departamento de Producción preparó para el equipo, me encontré con un documental aconteciendo en mi propia puerta. En lugar de echarme la siesta típica, saqué la cámara e inmortalicé el momento. La voz de Félix Rodríguez de la Fuente comenzó a reproducirse en mi cabeza mientras una lagartija blanca engullía a su víctima: una hormiga alada que aún movía las patas luchando contra el inevitable destino que la conducía hacia el estómago del reptil. Oh, el ciclo de la vida. El reptil, por lo que pude comprobar, estaba más que orgulloso de su caza, porque si no, no se entiende que posara para mí de la forma en que lo hizo, permitiéndome obtener esta sesión. Creo que hasta me hizo caso cuando le indiqué: "y ahora, mirada sensual":

Encontrarte a una lagartija de éstas masticando en tu rellano puede ser algo más o menos excepcional. Pero las lagartijas como tal están más que presentes en nuestras vidas en Corn Island. Se pasean por nuestras habitaciones, comedores y salas de edición como si tal cosa. Hay gente del equipo que las llama salamandras, otros las llaman gecos, otros lagartijas... Yo las llamo Pepa y Pepe, porque a las que viven en mi habitación ya las reconozco y, después de más de tres semanas durmiendo juntitos, les he cogido hasta cariño. Además de su mortecino color blanco, estas lagartijas tan comunes por aquí se distinguen sobre todo porque hacen algo propio de las gallinas. Sí señora. Estás lagartijas cacarean. La primera vez que estás a solas en tu cuarto y escuchas un "cloc, cloc, cloc" a volumen considerable, te dan ganas de salir corriendo anunciando al mundo una invasión de gallinas gigantes. Es un ruido muy curioso, muy claro y muy alto. Desde luego no es lo que uno espera que salga de la garganta de un reptil de seis centímetros. Pero lo es. Mientras te estás duchando: "cloc, cloc, cloc". En mitad de la madrugada: "cloc, cloc, cloc". Yo es que ya no puedo dormir sin que Pepa o Pepe me arrullen con su "cloc, cloc, cloc".

Según me ha contado una mujer nacida en Corn Island, aquí las llaman “cherepos”. En cuanto a su relación con el equipo (la de las lagartijas, no la de la mujer nacida aquí) la mayoría, excepto los reptilófobos, simpatizamos con estas lagartijas por un motivo fundamental: según nos han aconsejado los locales, es bueno tenerlas en casa porque se comen los mosquitos. Aunque creo que se los comen a un ritmo muy pausado -como de banquete de boda con postre, chupito, copa y puro-, porque a pesar de los dos cherepos que comparten alquiler conmigo, me sigo levantando todas las mañanas con varios centilitros menos de sangre que los vampiros de la noche caribeña me chupan sin permiso.

Hormigas aladas, cherepos y mosquitos tengo a montones en casa. Pero la cosa no acaba ahí. El dueño de las habitaciones en las que me alojo, nos ha recomendado dejar encendida una luz que hay encima de cada puerta cuando no estemos en casa. Pues bien, cada vez que vuelvo, la mosquitera de la puerta es un vergel de vida que haría las delicias de cualquier entomólogo. A la izquierda, mi puerta. A la derecha, una polilla al azar.

Observar a estos insectos es divertido. Pero tener que abrir esa mosquitera para entrar a tu habitación, no tanto. Todos esos organismos huyen despavoridos en cuanto perciben al humano gigante que los amenaza. Ojos y boca son proclives a la inserción de insectos. En la espalda, dentro de la camiseta, es común notar cómo algo aletea. Y todos los bichos que no escapan, ni se introducen en alguna mucosa, se dirigen, obligados por su instinto, hacia otra luz: la del interior de la habitación. Aprovecho la coyuntura para una lección de entomología básica: la pulsión de algunos insectos por ir hacia la luz se denomina fotoaxis y no es más que un intento fallido de volar hacia la luna. Hoy nos acostamos sabiendo una cosa más.

Así que entrar de noche en la habitación es todo un espectáculo. Con una mano tienes que controlar la puerta para mantenerla abierta sólo durante un microsegundo. Con la otra debes sujetar la mosquitera para evitar que golpee el marco y termine de agitar a los únicos bichos que no hayan caído sobre ti como si fuera el arroz de tu boda. Todo esto con los ojos cerrados, no vaya a ser que se te meta algo. Total, que tan sólo dispones de la punta de la nariz para accionar el interruptor. Y no es tan fácil acertar. Lo peor es que después de todo ese via crucis, cuando cierras la puerta a tus espaldas y abres por fin los ojos, triunfante... descubres que hay un escarabajo del tamaño de una nuez revoloteando como loco alrededor de la bombilla.

Mi vecina de abajo en Madrid hace menos ruido cuando golpea el techo con la escoba que esos escarabajos al darse una y otra vez contra el techo. Además no se cansan. Ni se posan nunca. Pueden estar siguiendo su luna imaginaria durante media hora, sonando como un motor de avión, y haciendo 'clín' o haciendo 'plom' según si golpean con la cabeza en la bombilla o en el techo respectivamente. Y a mí, que en el fondo no me gusta matar a estos bichejos, me toca llamar a mi compañero de abajo, que trabaja de minutador en el programa, para que venga con su chancla aniquiladora a aplastar al coleóptero.

Por lo menos mi habitación es un segundo piso y no sufro la otra gran amenaza de esta isla. Los cangrejos. Yo, cuando pienso en cangrejos, pienso en esos animalillos pequeños y naranja que quedan tan bien en la paella. Pero los de aquí son de un color chungo y muy grandes. De noche, decenas de cangrejos enormes, casi mutantes, cruzan la carretera: desde el interior de la isla a la playa y viceversa. Son tan comunes, que tienen hasta señal de tráfico propia, uno de mis símbolos favoritos de esta isla:

Me contaba el otro día el maquillador que en su habitación es muy habitual encontrarse alguno. Y que hacen un ruido muy curioso al andar. Como los esqueletos de los dibujos animados: claca, claca, claca. A mí verlos por la carretera desde un taxi me hace gracia. Igual que la tiene jugar con el taxista a esquivarlos, cosa que no deben hacer todos porque cada mañana la calzada aparece con nuevos cadáveres de crustáceo. Pero de ahí, a encontrártelo al lado de la cama... mejor que no. Creo que ni la chancla aniquiladora del minutador podría acabar con este engendro:

Por cierto, después de la sesión fotográfica a lo Félix Rodríguez de la Fuente proseguí mi camino hacia la fiesta de Producción. En la playa, con dos hogueras, barbacoa y una temática: el tuning. Desde la presentadora Ahora mismo tengo en la cámara suficientes fotos para ochenta perfiles de Tuenti. Suerte que soy discreto.