“Vivimos sin pensar en nuestra esencia” (o sea, nuestro cerebro)

“Vivimos sin pensar en nuestra esencia”, dice Javier DeFelipe. Pero no, él no es filósofo. Él es uno de los principales neurocientíficos de nuestro país. Cuando DeFelipe dice esencia dice “cerebro”, esa máquina prodigiosa, cuyo estudio está todavía en pañales. Este experto de renombre internacional mezcla ciencia, filosofía y literatura en el interesante ensayo De Laetoli a la luna. El insólito viaje del cerebro humano (Ed. Crítica).

¿Qué necesidad tiene un cerebro de componer sinfonías y escribir libros? Algo no cuadra, reconoce el autor. Por eso es tan importante estudiar ese órgano (algo que lleva haciendo medio siglo, y lo que le queda). Es una labor ingente, pero absorbente. Defelipe se identifica con el entusiasmo del más grande neurólogo, Santiago Ramón y Cajal: “Mi tarea comienza a las nueve de la mañana y se prolonga hasta cerca de la medianoche”.

Hay mucho que investigar sobre “este bosque tupido” de neuronas, sobre ese “museo” de incontables galerías que es el cerebro, dice DeFelipe. La neurociencia es la “revolución cultural” de nuestro tiempo. Estudiarla es conocer el futuro: la inteligencia artificial o el mecanismo de las enfermedades. Pero también es sondear los mecanismos mentales del arte: cómo un “trozo de madera se convierte en violín” (Rimbaud) o cómo un bloque de mármol en el David de Miguel Ángel.

El progreso nos va en el comprender el cerebro. Defelipe cita a Pitágoras: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. La inteligencia se hereda, pero la sustancia gris se ensancha con el aprendizaje. No hay genios innatos. Los cerebros de Einstein o Beethoven no eran diferentes. Pero tenían mejor “cableado”: sus portadores los habían puesto a trabajar. El cerebro cambia con el uso. Es buena noticia. “Todo hombre puede ser escultor de su propio cerebro” (Cajal, de nuevo). Está en la sabiduría popular. De Felipe recuerda a Machado: “Se hace camino al andar”.

Picasso exclamó: “Después de Altamira todo es decadencia”. Pero DeFelipe recuerda que la lectura y la escritura fueron una revolución. “Un momento crucial de la humanidad”. La neocorteza se expandió. El hombre pensó y se pensó a través de símbolos. Ya Hipócrates decía que todo estaba en el cerebro.

¿Pero cómo sale de ese órgano la idea de Dios, de la libertad, del amor? Pugnan hasta nuestros días dualistas y materialistas. Pessoa reconoce su perplejidad: “Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido de la inacción”. Defelipe lo admite: “Estamos lejos de saber cómo genera el cerebro nuestra mente”.

El debate es apasionante: ¿controlamos nuestro cerebro o nos controla él a nosotros? DeFelipe: existen numerosas evidencias de que nuestro cerebro toma decisiones antes de que seamos conscientes de haberlas tomado. ¿Qué pasa entonces con el libre albedrío? ¿Estamos sometidos a un triste determinismo? Las respuestas, en el ensayo de DeFelipe. (Otra pregunta: ¿ha llegado el cerebro al final de su evolución?)

Una nota final, en forma de aclaración. El autor corrige una leyenda urbana: es mentira que usemos solo el 10 por ciento del cerebro. Ni siquiera sabe de dónde sale ese porcentaje. Lo usamos todo. Otra cosa es que lo hagamos a pleno rendimiento