Vergès dice que "nuestro deber es defender los grandes principios" y no condenar antes

EFE 09/03/2009 14:38

Vergès, un defensor a ultranza del Derecho en su contexto, cree que "George Bush se equivoca cuando dice que hizo la guerra al terrorismo, igual que en la Segunda Guerra Mundial no se hacía la guerra contra la artillería, pues había artillería francesa, alemana o inglesa".

A su juicio, se debe analizar cada terrorismo, pues "no es lo mismo el terrorismo irlandés que el de Bin Laden, ni tampoco el de ETA o el corso".

El abogado francés ha presentado hoy en Barcelona la reedición de su ensayo "Estrategia judicial en los proceso políticos", publicada por Anagrama en 1970 y que, como recuerda su editor, Jorge Herralde, "pasó milagrosamente la censura franquista".

En este libro, Vergès analiza la historia de los procesos políticos y "el proceso de ruptura" desde Prometeo, "el acusado político por antonomasia", Jesús y Sócrates, hasta el proceso contra Dimitrov, acusado por los nazis del incendio del Reichstag, la defensa de Fidel Castro tras el asalto de Moncada, la rehabilitación de Juana de Arco o el proceso de Luis XVI.

No falta tampoco su reflexión sobre el Proceso de Nuremberg, del cual Vergès destaca sus contradicciones, o la imprecisión del concepto de "crímenes contra la Humanidad",

En cualquier proceso normal, precisa, se produce "un diálogo entre las partes para alcanzar un acuerdo", pero en el proceso de ruptura, aclara, los valores que defienden ambas partes son "contradictorias, antagónicas", como pasó en los juicios contra los terroristas argelinos durante la ocupación francesa: los argelinos no podían ser ejecutados como si fueran ciudadanos franceses porque ellos no lo sentían así".

Esta estrategia de defensa, en la que los acusados se convierten en acusadores, no impidió que los diez casos en los que participó Vergès fueran condenados a muerte, pero ninguna de las penas fue ejecutada "porque intervino la opinión pública e incluso De Gaulle", recuerda.

"Nadie es totalmente inocente y todo el mundo tiene derecho a ser juzgado", declara sin ambigüedad Vergès, quien no renunciaría a ser abogado de nadie, ni siquiera de Hitler, "siempre que admitiera su culpabilidad".

Para Vergès, "no se debe confundir al defensor con su cliente, lo debe defender con más o menos pasión, pero manteniendo una distancia".

La única objeción que plantea Vergès para rechazar un caso es que le pidan que vaya contra sus propias creencias: "No habría defendido a Klaus Barbie si me hubiera dicho que defendiera la supremacía de la raza aria sobre el resto", aclara.

El abogado francés intentó defender al líder iraquí Sadan Hussein, cuando lo solicitaron cuarenta miembros de su círculo más próximo, pero al final se retiró después de que lo pidiera una de sus hijas.

Si lo hubiera defendido, habría sustentado su actuación en dos puntos, "el expediente, que no conozco, y el Derecho, puesto que su condena a pena de muerte fue ilegal, ya que durante un año la comunidad internacional implantó un sistema en Iraq sin la pena capital".

Jacques Vergès se muestra muy crítico con el Tribunal Penal Internacional, que, a su juicio, tiene un grave defecto: los sueldos de sus jueces son pagados por los Estados, pero también por particulares, como es el caso de Georges Soros", y añade con ironía: "Imaginen a los jueces franceses pagados por Bernard Tapie".

Además, en contraste con el funcionamiento normal de un Estado, en el que los jueces aplican un código judicial impulsado por el ejecutivo y aprobado por el legislativo, "en el Tribunal Penal Internacional son los jueces los que hacen el código, y en el caso de Milosevic los jueces cambiaron el código 22 veces".

El proceso de Nuremberg, "organizado por los vencedores contra los vencidos", suscita también dudas en Vergès, pues juzgó con diferente rasero a los propios, nazis simplemente porque hablaban de maneras diferentes con el jurado "un hijo de la burguesía como el arquitecto Albert Speer, constructor de los grandes equipamientos que utilizaban mano de obra esclava, y un marinero como el jefe de los comandos de trabajo forzado".

El primero fue condenado a 20 años y el segundo a muerte, apostilla el autor.

Para el abogado francés, "este proceso tuvo más calidad que los procesos internacionales actuales y sus sentencias fueron merecidas, pero -apunta- los trabajos forzados o la masacre indiscriminada existían también en las colonias francesas, en la Commonwealth o en Rusia".