Wagner vuelve con su popular "Lohengrin" al Covent Garden londinense

AGENCIA EFE 28/04/2009 11:54

Se trata de una vieja producción de Elijah Mochinsky- data de 1977- que se resiente de una estética kitsch, sobrecargada como está de un híbrido de simbología cristiana y pagana con extrañas cruces, extravagantes tótems, monjes tonsurados y vírgenes con velas en las manos que se pasean continuamente de un lado para otro.

A juzgar por la vestimenta de los personajes, uno no sabe muy bien en algunos momentos si está en Bizancio o en la corte de Iván el Terrible.

La ópera wagneriana romántica por excelencia ha sido objeto de las versiones más diversas: desde la del cineasta Werher Herzog para Bayreuth, que se desarrollaba en un paisaje nevado espectral, como los de los lienzos de Caspar David Friedrich, hasta la de John Dew, en la que Lohengrin era el propio Wagner y el rey Enrique, el emperador Guillermo de Alemania, o la que hizo, combinado actores y marionetas, el noruego Stefan Herheim.

El argumento de Lohengrin es bien conocido: Elsa, una joven princesa de Brabante injustamente acusada del asesinato de su hermano no puede demostrar su inocencia hasta que aparece un joven guerrero, llegado en una barca tirada por un cisne.

El desconocido personaje es nada menos que Lohengrin, hijo de Parsifal y guardián del santo Grial, que proclamará la inocencia de la princesa, a la que declarará de paso su amor con la única condición de que jamás pregunte por su identidad y su linaje.

Sin embargo, la bruja Ortrud y su amante, el duque Friedrich von Telramund, que por instigación de ésa, acusó a Elsa del fratricidio para quedarse con el ducado de Brabante, intrigan para azuzar la curiosidad de la princesa, que termina por violar su promesa y pide a su esposo que revele cuál es su origen.

La moraleja, señalada por el poeta francés Charles Baudelaire, uno de los fervientes admiradores de la ópera, es que "la duda ha matado a la fe, y al desvanecerse, la fe se lleva consigo la felicidad".

Otro escritor fascinado por "Lohengrin" es Thomas Mann, que califica esa ópera como tal vez la creación poética "más noble y más hermosa" de su compatriota, una obra que es capaz de "deleitar las mentes de personas como el autor de "Las flores del mal" (Baudelaire) y resultar a la vez edificante a nivel popular".

Si la producción de Mochinsky resulta hoy decepcionante visualmente por culpa sobre todo de los decorados de John Napier, no cabe decir lo mismo de la ejecución musical, orquestal y coralmente muy brillante.

El maestro ruso Semyon Bychkov, director principal de la Sinfónica de la Westdeutscher Rundfunk, de Colonia, logra transmitir la cristalina pureza, la electricidad, la dramática intensidad, la sensualidad y el misterio, según los momentos, de la música wagneriana.

Una música servida por voces entre las que destacan la del tenor surafricano Johan Botha, más poderosa que matizada en el papel de Lohengrin, y la mezzosoprano alemana Petra Lang, extraordinaria como la malvada Ortrud.

Mientras que la soprano italiana Edith Haller no resulta convincente como Elsa, sí están a la altura de sus papeles el barítono alemán Gerd Grochowski (Telramund) y el bajo coreano Kwqangchul Youn (el rey Enrique).

Joaquín Rábago