'La cárcel del fin del mundo', un centro inhóspito a prueba de los presos más peligrosos

Informativos Telecinco 30/01/2019 00:25

Muy lejos queda ya aquel 1902 en el que comenzaron a construirse los cimientos del denominado ‘Presidio Nacional’ en Ushuaia, ciudad ubicada en las costas de la denominada Isla Grande de Tierra del Fuego, en Argentina, y más conocida como ‘la ciudad más austral del mundo’ o ‘la ciudad del fin del mundo’.

De hecho, en Ushuaia, todo parece llevar esa última coletilla, y la prisión pronto acabaría por conocerse por ese sobrenombre: ‘La cárcel del fin del mundo’.

Surgida desde la necesidad de trasladar el presidio militar que existía en la Isla de los Estados a otro lugar por razones humanitarias, dadas las duras condiciones que presentaba, fue Ushuaia, y concretamente el Puerto Golondrina, al oeste de la ciudad, el lugar elegido.

Cercada por el mar y asolada por la cadena montañosa del Marital, fueron los mismos presos los que abordaron la construcción, que finalizó en 1920. Para entonces, la cárcel contaba ya con 5 pabellones y un total de 386 celdas unipersonales, si bien la cárcel llegó a alojar a más de 600 presos.

Y fueron ellos, precisamente, los que vagamente poblaron una región en la que apenas existían 40 casas cuando llegaron. En ‘la ciudad del fin del mundo’ el frío extremo cala hasta los huesos y se hace difícil la supervivencia en el crudo invierno. La propia inclemencia meteorológica de la región y la mera disposición geográfica hacían del lugar una cárcel en sí misma. Lograr la fuga no era un sinónimo de libertad para los presos. Más bien, suponía el inicio de una lucha por no morir en el camino.

El lugar para los presos más peligrosos

Por esas razones, a la ‘cárcel del fin del mundo’ eran enviados algunos de los presos más peligrosos capturados en la nación. Aquí, su nombre quedaba reducido a un mero número que encerraba tras de sí algunos de los crímenes más horrendos.

‘El Místico’

Entre ellos se encontraba Mateo Banks, alias ‘El Místico’. De origen irlandés y nacido en Buenos Aires en 1872, fue un asesino condenado por matar a ocho personas: tres hermanos, su cuñada, dos sobrinas y dos peones. Acabó con sus vidas para apoderarse de los dos establecimientos que tenía entonces la familia: ‘El Trébol’ y ‘La Buena Suerte’, ubicados en la localidad de Azul, en la provincia de Buenos Aires.

‘El Petiso Orejudo’

También ‘El Petiso Orejudo’, Cayetano Santos Godino, era uno de los presos. Concretamente, el que portaba el número 90. Detenido con 16 años, sembró el terror con una serie de asesinatos o intentos de asesinatos de niños. Al menos, se le atribuye la muerte de cuatro de ellos y siete intentos de asesinato, además del incendio de siete edificios.

Simón Radowitzky

Entre los tristemente célebres presos de ‘la cárcel del fin del mundo’, también tenía un hueco Simón Radowitzky. De origen ruso y obrero militante anarquista, se le conoce por el asesinato del comisario Falcón, jefe de la Policía argentina, y su secretario. Lo hizo con una bomba que arrojó dentro de su vehículo, tal y como recoge el ‘Museo Marítimo’, la web oficial del museo en el que ahora se ha convertido el centro penitenciario.

Más allá, el otro acto por el que se conoce al identificado como preso 155, es por ser parte de la única fuga de la prisión de Ushuaia, tras una acción conjunta con otros presos a los que no tardaron en volver a capturar. Concretamente, tardaron cuatro días, y Radowitzky fue el último en ser apresado.

Pese a todo, y tras cobrar fuerza su figura como símbolo de las protestas obreras anarquistas, fue indultado tras 21 años y, tras abandonar Argentina, llegó a luchar en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Murió a los 64 años, en México.

Santiago Vaca

Conocido como ‘el último preso superviviente’, Santiago Vaca cumplió una condena de 5 años por disparar a un cabo en el Ejército. Todo se produjo tras una discusión por una orden que consideraba injusta. El resultado acabó con aquel disparo. “Felizmente no lo maté. Hubiese cargado con ese crimen toda mi vida”, expresó en declaraciones de las que se hace eco ‘Museo Marítimo’.

Tras 63 años, visitó de nuevo la ‘cárcel del fin del mundo’: “No quiero morirme sin recorrer las celdas y los pasillos que tanto sufrimiento me trajeron cuando apenas era un muchacho de 20 años”, manifestó, recordando aquel frío lugar en el que compartió estancia con algunos de los presos anteriormente citados.

Más allá, también convivió con presos políticos, entre los que llegó a encontrarse el diputado Néstor Aparicio, autor del libro ‘Los prisioneros del Chavo y la evasión de Ushuaia’, en el que relata su experiencia y cómo era vivir en aquel lugar.

El trabajo de los presos

Sometidos a una severa disciplina, la cárcel tuvo 30 sectores de trabajo y los presos ayudaron a prestar servicio a toda la ciudad, colaborando en la construcción de calles, puentes, edificios y en la explotación de los bosques tras habilitarse el denominado ‘tren del fin del mundo’ en 1910, con una extensión de 25 kilómetros.

Los talleres instalados en la prisión prestaron servicios tanto en el ámbito de la imprenta, el teléfono, la electricidad, así como a los bomberos.

Así se mantuvo hasta que en 1947 se ordenó la clausura de la cárcel. Hoy, el edificio es un Monumento Histórico Nacional, y multitud de turistas lo visitan fascinados por su historia

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