Las vidas que cambió el Prestige: historias de amor y voluntarios que se quedaron en Galicia

El Prestige supuso la peor catástrofe ecológica de la historia de España. Pero también causó una movilización social nunca vista: miles de voluntarios que se desplazaron hasta Galicia para limpiar la costa de chapapote y multitudinarias manifestaciones de protesta. 

Detrás de todos los datos de toneladas de fuel, kilómetros de costa contaminados y pérdidas económicas, hay también muchas historias personales. Como la de Sven Schwebsch. Este alemán estaba entre Portugal y Vigo atendiendo uno de sus negocios cuando comenzó la marea negra. Al ver las imágenes de las playas llenas de chapapote no lo dudó y se fue a echar una mano. Llegó hasta Carnota (A Coruña), comenzó a limpiar y ya no paró hasta años después. 

“Me cambió la vida, al ver aquello en la televisión no pude evitar ir. Había que hacer algo”, cuenta. Sven se organizó como pudo para seguir ocupándose de su negocio por teléfono y pasarse el día en las playas sacando chapapote. Empezó a coordinar los grupos de voluntarios que no dejaban de llegar. “Les enseñaba cómo se limpiaba, cómo se tenían que vestir y las reglas de seguridad”, explica. Asegura que hay imágenes que no olvidará nunca. “Recuerdo un grupo de Granada, habían viajado toda la noche en autobús, había un temporal impresionante.  Aparecieron en la playa con los monos blancos. Eran chicas jóvenes, menudas y tras toda la noche sin dormir estaban cargando capachos de 50 kilos de chapapote. Soportando la lluvia y el viento, mientras a cien metros había trabajadores pagados de Tragsa refugiándose en un contenedor de obras. Eso son detalles que te quedan”, relata Sven. 

Este alemán acabó enamorándose de la zona y se quedó a vivir en Carnota, donde sigue organizando actividades relacionadas con el medio ambiente. Su balance, 20 años después, es positivo a pesar de todo. “Cambió mi visión de la sociedad. De repente aparecieron miles y miles de voluntarios con una energía tan positiva… Al final vencimos entre todos a una catástrofe enorme con la energía que traían esas personas”. 

Nacho Castro, gerente de la cofradía de Muxía: “El Prestige me dejó a lo mejor de mi vida, mi hija”

Su cara fue una de la que veíamos casi a diario en los informativos. Nacho Castro era el gerente de la cofradía de Muxía (A Coruña) cuando naufragó el Prestige. Desde el primer momento se movilizó para pedir ayuda al ver cómo su costa y su medio de vida se teñían de un negro muy oscuro. “Lo primero que se me viene a la cabeza es abrir la puerta de casa y notar un olor tremendo a fuel”, recuerda. 

En aquel momento todavía no había redes sociales para movilizar rápidamente, pero echó mano de las armas que tenía. “Faltaba la inmediatez de hoy en día y hubo que usar otros mecanismos como el correo electrónico. Para tocar la fibra escribí a las universidades para movilizar a los jóvenes”. Y funcionó. Porque comenzaron a llegar miles y miles de voluntarios que trabajaban sin descanso enfundados en sus monos blancos. 

Y entre esa marea, la blanca, que luchaba contra el negro que cubría la costa, estaba alguien que le iba a cambiar la vida. Una voluntaria catalana que se convirtió en su pareja y con la que tuvo una niña. “Se crearon cientos de relaciones humanas y aún a día de hoy siguen existiendo. Yo tengo muchos amigos con los que aún tengo relación. Y lo más importante que hice en mi vida, que es mi hija, es fruto de una relación con una voluntaria que se vino a Muxía a limpiar chapapote”. 

Esa niña ya ha cumplido 17 años y Nacho está orgulloso de haberle transmitido esa conciencia social y medioambiental que se creó tras el Prestige. Destaca la dureza del trabajo en aquellos momentos, por todo lo que suponía en cuanto a organización y logística. “La sensación 20 años después es como haber estado en un conflicto bélico. Las emociones se extremaban. Nuestro día a día era vivir al límite, un sin parar. Recuerdo entrar en la cofradía un día 13 de noviembre y no salir hasta Semana Santa de 2003”, relata. 

Pero 20 años más tarde también recuerda muchas cosas positivas. “Se me vienen a la cabeza nombres de personas, de voluntarios. Josep, de Cataluña; una funcionaria de correos de Madrid que repitió con su marido muchas veces; Noelia, de La Rioja, que durante cuatro meses consiguió que durante todos los fines de semana vinieran 3 autobuses”. 

Y dos décadas después quiere dejar un mensaje: “Repetiría las palabras del ministro de turno en aquel momento. Hoy en día las playas sí que están limpias y esplendorosas”.