Claves para la desescalada en Taiwán: las posturas intermedias

  • Varias naciones del sudeste asiático, las islas del Pacífico y Australia optan por la habilidad diplomática en el conflicto entre China y Estados Unidos

  • El caso australiano es peculiar porque por primera vez en más de un lustro no apoya por defecto y sin límites a EE.UU.

  • Analistas coinciden en que hay una solución para evitar la guerra en el Estrecho de Taiwán: dejar las cosas como están

La sensación generalizada es que la resolución pacífica en el Estrecho de Taiwán está en su punto más alejado de la historia. La visita de la tercera persona en la línea de sucesión presidencial estadounidense, Nancy Pelosi, a la isla de Formosa y la posterior respuesta de China, que está incluyendo pruebas de misiles, una presencia militar aérea y marítima sin precedentes y una pronunciada coacción económica, no invitan al optimismo. Tampoco lo hace la réplica de Occidente, encabezada por el G7, tras el comunicado realizado por los ministros de Exteriores de Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos, en el que condenan “las acciones amenazantes de la República Popular de China” y su “escalada”, sin hacer mención alguna a la visita de Pelosi. 

Los bandos están más que definidos, como también lo están sus argumentos: Pekín defiende su política de “una China, dos sistemas”, donde, a pesar de su autonomía, Hong Kong, Macao y Taiwán son parte “indivisible” del gigante asiático; Washington y sus aliados abogan el status quo en la región mientras muestran una flexibilización de la considerada “una sola China” con comentarios de apoyo a Taipéi y viajes oficiales como el de la presidenta de la Casa de Representantes estadounidense. Bajo estos términos, la fricción está garantizada.

La fuerza gravitatoria de ambas posturas atraen a diferentes naciones hacia uno y otro bando. Aunque la polarización es evidente, hay una visión intermedia que se aleja del radicalismo y busca ser independiente. Muchos países de la región del Indo-Pacífico navegan con soltura entre dos aguas, esto sucede especialmente con aquellos que tienen intereses con las dos potencias mundiales, China y EE.UU. Generalmente, la fórmula incluye una dependencia económica y de desarrollo en infraestructuras con Pekín y una subordinación en materia de defensa con Washington. Las deudas económicas y las responsabilidades están repartidas, y la política exterior de estas naciones oscilan en la medianía de uno y otro lado. Mejor ser medio amigos que medio enemigos. Históricamente, países del sudeste asiático o las islas del Pacífico se encuentran en esta tesitura, y a esta estrategia de permanecer entre dos extremos se ha unido, por razones diferentes, Australia. 

Viraje australiano para evitar la escalada

El posicionamiento australiano es especialmente interesante por varios motivos: por un lado, se trata del primer plato fuerte en materia exterior con el que está lidiando el nuevo Gobierno laborista salido de las elecciones de mayo, y por otro, porque ha roto con el amor ciego de los anteriores gobiernos conservadores, que durante seis años habían apoyado toda acción de EE.UU. sin límite. Australia ha virado el rumbo de su política exterior y en la crisis de Taiwán ha optado por la habilidad diplomática. El porqué lo ha hecho tiene que ver con su campaña por recuperar la credibilidad perdida con las islas del Pacífico, ya que no al tomar partido automáticamente con EE.UU. se acerca más a la postura de estas pequeñas naciones; también para evitar echar más leña al fuego en unas relaciones con China heredadas del Gobierno anterior y que están en su peor momento de la historia. 

“La respuesta del gobierno australiano esta semana consistió en tres partes”, explica el profesor, James Laurenceson, director del Instituto de Relaciones Australia-China de la Universidad Tecnológica de Sydney. “En primer lugar, una negativa a entrar en hipótesis, como si Australia se alinearía con EE.UU. en un conflicto militar contra China por Taiwán. 

En segundo lugar, una reiteración del apoyo a la política de Canberra de ‘una sola China’ y de ‘desalentar los cambios unilaterales en el status quo’. Esto último no fue una reprimenda específica a EE.UU., pero el hecho es que lo que desencadenó el drama de esta semana no fue ninguna acción por parte de China. En tercer lugar, se pide a ‘todas las partes’ que rebajen las tensiones. Es decir, el Gobierno australiano no estaba, desde luego, avalando la posición de Pekín ni despreciando sus anteriores acciones poco útiles, como haber cortado el diálogo con las autoridades taiwanesas desde 2016. Pero tampoco estaba reduciendo la posible crisis a una simple historia de ‘Estados Unidos es bueno, China es mala’”, nos cuenta Laurenceson.

Al frente de esta narrativa se encuentra la nueva ministra de Exteriores australiana, Penny Wong, y el Ejecutivo al completo ha seguido al dedillo esta versión sin que nadie se haya salido del guión a la hora de analizar la situación. Esta visión de la crisis en Taiwán se basa en los matices y no en los términos absolutos, en lo que podría ser una de las claves de la tan ansiada desescalada. Básicamente, a ojos de naciones aliadas de EE.UU. como Australia o Nueva Zelanda, las acciones militares de China todavía no han superado el umbral que exija una respuesta crítica de ambos gobiernos. En la ecuación también incluyen que la visita de Pelosi podría haber sido una provocación hacia Pekín, especialmente porque desde 1979 Washington ha prometido no mantener encuentros oficiales con autoridades taiwanesas. 

“La última vez que un líder del Congreso estadounidense visitó Taiwán fue hace 25 años, cuando el republicano Newt Gingrich aterrizó en Taipéi. Pero hay una distinción: a diferencia de Pelosi, no era del mismo partido político que el presidente”, argumenta Laurenceson, quien subraya una cuestión fundamental en la actuación de Australia. “En lugar de encajonarse preventivamente, el Gobierno está calibrando cuidadosamente su respuesta a medida que los hechos se desarrollan. Por el contrario, el Gobierno anterior tenía la costumbre de precipitarse con una bravuconada que a veces le dejaba en mal lugar. Canberra muestra ahora el instinto de comprometerse y comprender las perspectivas de otras capitales de la región, en particular las del sudeste asiático, y luego alinear su respuesta con la de ellas en la medida en que los propios intereses nacionales de Australia lo permitan”, explica el profesor.

En juego la seguridad de la región

Se trata de un cambio de perspectiva en la que ya no se mira a la región a través de la lente de la polarización, entre la competencia entre grandes potencias o entre autocracia y democracia liberal. La visión es distinta y pone en valor diferentes tonalidades, necesarias, según Laurenceson, para la estabilidad en la región. “El mes pasado, Wong pronunció un discurso en Singapur en el que pregonaba una visión de ‘orden regional con la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) en el centro’. Explicó que el énfasis del nuevo gobierno australiano en la ‘centralidad de la ASEAN’ significaba que ‘siempre pensaremos en nuestra seguridad en el contexto de vuestra seguridad... Creemos que Australia debe encontrar su seguridad en Asia, no desde Asia. Y eso significa, sobre todo, en el Sudeste Asiático’”, agrega. “Mientras Pelosi estaba en Taiwán, Wong se dirigía a Camboya para asistir a dos días de reuniones de la ASEAN. A su llegada, aprovechó la oportunidad para señalar que una declaración de los ministros de Asuntos Exteriores de la ASEAN, recién publicada, reflejaba ‘puntos de vista similares’ a los de Australia. Tenía razón: Yakarta, al igual que Canberra, también pedía a ‘todas las partes’ que redujeran la tensión”.

El profesor australiano coincide con la postura de algunos analistas que critican a EE.UU. de no ayudar a la estabilidad tras el viaje de Pelosi, y a China por responder de manera desproporcionada. Se trata de una corriente que infantiliza las acciones de ambas potencias y que pone en valor el sosiego para mantener el status quo: “ahora hay adultos al mando que no van a empeorar una situación que ya es mala de por sí”, sentencia el docente refiriéndose al nuevo Gobierno australiano, garante de una manera de actuar que se percibe como clave para evitar un conflicto en el Estrecho de Taiwán.