Rachel Khan: "Soy la antítesis del victimismo"

  • La escritora francesa Rachel Khan explica en esta entrevista con NIUS cómo se enfrenta a la izquierda identitaria

  • La intelectual es hija de madre judía y de padre africano y musulmán.

  • Su libro "Raceé" se ha convertido en un bestseller en Francia

¿Qué no es Rachel Khan? Esa pregunta parece casi más fácil de responder que explicar quién es Rachel Khan (Tours, 1976). Esta mujer ha sido atleta de alto nivel – campeona de Francia en varias categorías en los años 90 –, jurista especializada en derechos humanos y derecho internacional y de un tiempo a esta parte ha echo carrera como actriz, asesora política, cronista cultural, escritora y ensayista.

Precisamente como ensayista y escritora Khan participa estos días en los acalorados debates sobre la influencia del movimiento izquierdista identitario en las universidades y la sociedad de Francia. Para anti-racistas y feministas de nuevo cuño, Khan es una figura, cuanto menos, incómoda.

De padre gambiano, un hombre musulmán que salió de la pobreza por méritos académicos para ser profesor en Francia, y de madre judía, Khan se niega adoptar el papel de víctima que le han preparado en la nueva izquierda identitaria. En ese rol, Khan pasa por una desfavorecida al ser mujer y por sus orígenes africanos.

“Yo soy la antítesis de todo eso. Los identitarios se topan conmigo con un hueso duro de roer. En realidad, todas estas teorías lo que hacen es poner barreras mentales”, dice Khan en esta entrevista con NIUS.

Khan presenta estos días en Francia su libro 'Racée' (Ed. Éditions de l'Observatoire, 2021), una expresión que se podría traducir como “de raza” o “de categoría”. Con ese volumen, Khan interviene en clave personal e intelectual en el debate identitario generado por el movimiento woke que tanto parece haber echado raíces en suelo galo. En ese movimiento, Khan ve una “colonización de ideas estadounidenses contra la que hay que luchar”.

Para ella, ahí está la auténtica “guerra cultural” que se libra estos días. Su bando, desde luego, no es el de lo que ella llama “minorías dominantes” capaces de coartar la libertad de expresión y de creación artística. “Con las redes sociales, estas minorías son dominantes, porque ejercen un poder de dominación, (...) la democracia está en peligro”, previene Khan.

P: En vista de los debates identitarios que hay en su país, una unión en pareja como la de su padre, un hombre pobre de origen africano y musulmán, y la de su madre, una mujer judía, parece que a muchos les podría sonar a subversión. ¿Qué hizo posible la unión de sus padres?

El amor. Y la libertad de ambos. Nunca prestaron atención al resto de cosas que podía girar entorno a ellos. Es cierto que mi madre, que era librera, y mi padre, profesor, estaban por encima de todo lo que podía decirse de ellos. Estaban más centrados en la investigación, en el conocimiento de la historia y, en realidad, nunca se preocuparon de lo que se pudo decir de ellos.

P: Sabiendo que hay un sindicato de estudiantes como la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF) que organiza reuniones no mixtas, en las que los blancos o los hombres no pueden participar... ¿Sus padres lo habrían tenido más difícil si se hubieran conocido hoy día?

Antes había mucho más racismo. Pero, por otro lado, ante la cuestión de los matrimonios mixtos, el ambiente de la burguesía bohemia y entre los post-sesentayochistas era mucho más abierto que ahora. Sobre todo, el ámbito académico, había mucha mezcla y, actualmente, cada vez hay menos mezcla.

P: Dada la diversidad de su biografía. ¿Es usted la negación misma de las teorías interseccionalistas que estudian cómo se es víctima de la sociedad en función del género, el color de la piel o la religión ?

Sí, yo soy la antítesis de todo esto. Los identitarios se topan conmigo con un hueso duro de roer. En realidad, todas estas teorías lo que hacen es poner barreras mentales. Es como, por ejemplo, si te preparas para los Juegos Olímpicos y tu entrenador, durante cuatro años, no para de decirte: “todo el mundo está en tu contra, no lo vas a lograr; de todos modos, los árbitros son blancos así que no podrás tener éxito”. En esta lógica, nada es posible. Pero a mí, en mi vida, me han dejado claro que todo es posible.

Es una paradoja, porque todas esas nuevas ideas y teorías vienen de Estados Unidos, que es el país en el que todo es posible según esa idea del “sueño americano”, pero ahora nos están diciendo que por el color de la piel nada es posible.

P: ¿Cuál es su relación con ese movimiento identitario, sabiendo que usted es una personalidad pública y que trabaja en los medios de comunicación, entre otras cosas?

[Risas] Cada vez que abro la boca es un problema. Pero, de todos modos, con esa gente no puedes hablar, no se puede comunicar ni tener un intercambio de ideas. Porque lo que buscan es imponerse en el debate a base de dogmas y no con una reflexión. Así, el debate es imposible. Yo ya me he topado en algún momento con alguno de ellos en algún plató de televisión y hay en ellos una violencia, un enfado y una agresividad... ante esto yo he preferido defender mi libro en lugar de entrar en los debates en el terreno de los dogmas. Porque eso te lleva a un callejón sin salida y es un absurdo. Por otro lado, mi libro está permitiendo a mucha gente a hablar de estos temas y decir ciertas cosas.

P: Precisamente en su libro usted opone la expresión francesa 'racé(e)', que en español se podría traducir como “de raza” o “de categoría”, a la de 'racé(e)racisé(e)'

En España se habla de racialización. En Francia no, y la persona “razada” no es lo mismo que la “racializada”. En la expresión racialización hay un proceso de discriminación incluido. En la persona “razada” no hay proceso ninguno. Se está, por tanto, “razado”, sin que la existencia de la persona sea considerada. Esto quiere decir, por ejemplo, que Barack Obama o Meghan Markle son “razados” aunque nunca fueran “racializados”.

P: Recordemos que sólo hay una raza, la raza humana. Cuando usted reivindica la palabra racé(e)

Mi expresión racé(e) es una expresión que busca el doble sentido humorístico. No hay que tomársela en serio. Para mí, racé(e) es una palabra como podemos utilizar “salado” o “azucarado”. Mi intención es decir que todos tenemos muchas razas en uno mismo, o lo que es lo mismo, todos somos parte de la raza humana.

P: Es entonces como la expresión cómica que ha creado usted para referirse a su propia identidad, “afro-yidis”.

Exacto. Es producto de una mirada irónica sobre la identidad. Lo hago porque los identitarios no tienen sentido del humor. No tienen ninguna capacidad para mirar el doble sentido de las cosas. Se lo toman todo en el sentido literal, muy en serio. Con ellos no hay que reírse, porque, dicen: “¡Todos somos víctimas!”. Yo quería responder a eso de forma algo desfasada.

P: ¿Cómo explica usted que esas ideas identitarias y esas prácticas de separar estudiantes negros de blancos y mujeres de hombres de la UNEF

Es increíble. Lo que ha pasado es que se han perdido los referentes. La gente está completamente perdida. El caso de la UNEF muestra en qué estado se encuentran las universidades. En el mundo de la cultura también hay falta de referentes. Faltan educación y conocimientos. A la cultura, esta problemática le supone trabas en la creación. Porque ya no se puede crear en libertad.

La gente está tan perdida que abraza referentes duros, como ya pasó en Europa en los años 30. Abrazan dogmas e ideologías para no verse completamente perdidos. Por eso abrazan un color de piel o un orígen. Evitan así pensar por sí mismos y no reconocer que están hechos de distintas partes. Se esconden detrás de todo eso y eso les reconforta, porque tienen la impresión de defender algo, salvo que, en realidad, están escondiéndose de sí mismos. Todo esto, en realidad, convierte a la estupidez en algo muy real.

¿Por qué?

Porque deja de haber reflexión propia. Esto es lo que hace imposible tener un diálogo con alguien woke. Porque hablar con ellos es hablar con un robot que te cita párrafos enteros de pseudo-ciencias sociales completamente erróneas. Pero en eso no hay pensamiento propio. Lo que hay es un encerramiento en esas ideologías. Ellos tienen la impresión de estar haciendo una revolución para hacer que las cosas cambien a mejor, pero, en realidad, su objetivo es separarnos a todos. No hay un proyecto para un mundo mejor y más unido. En su proyecto sólo hay venganza.

P: Habla usted de la pérdida de referentes. La República francesa ha llevado en su ADN político ideas como el universalismo o el humanismo. No en vano, Francia es el país de la Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano. ¿Qué está pasando con esa tradición?

Para mí, en esto se conjugan varias cosas. Es cierto que hay cosas de la historia de Francia que están por resolver. Pero después de los años ochenta, no nos hemos ocupado bien de la cuestión de las desigualdades sociales y territoriales. También hay un fracaso en la transmisión de los valores republicanos fundamentales, incluido a nivel internacional. Porque hay gente woke que idealiza sus países de origen, pero no podrían vivir en ellos. Hemos alimentado el odio a Francia. Y lo que vemos ahora es el resultado de eso.

P: ¿A qué se refiere cuando habla de valores republicanos?

En todas nuestras escuelas y ayuntamientos hay tres palabras: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Hemos dejado esas palabras en los establecimientos públicos pero no hemos tenido la voluntad de, a diario, encarnar esos valores con la gente joven. A los escolares hay que decirles: “ésta es vuestra escuela; la igualdad es esto, así funciona y se difunde”. Lo mismo con la libertad y la fraternidad. Hay que hacer ver, desde pequeños, a los otros como conciudadanos. Esto es un trabajo enorme y debe reconstruirse.

P: Imagino que estas ideas son las que usted tiene en mente en su trabajo con la gente joven de la Asociación La Place, centro cultural de Hip Hop de París. ¿Cómo reaccionan los jóvenes ante estas ideas en este contexto de tanta influencia identitaria?

Estos temas yo nunca los trato de frente. Yo construyo mis talleres haciendo como que hablo de otra cosa. Evidentemente, hablamos de escritura, de música y demás, pero, en realidad, es a medida que uno construye una obra que yo consigo hacer que lleguen mis mensajes. Por ejemplo, cuando hablamos de los valores republicanos. Estos valores se construyen siempre respecto al otro. Estar en libertad o en fraternidad uno sólo en una esquina no tiene sentido. Por eso, en mis talleres yo no me limito a dar una clase magistral. Yo dejo que la palabra circule para que todo el mundo pueda expresarse y así podamos encontrar un modo de acción común, responsable y ciudadano.

P: A menudo, usted cita esa idea del poeta Édoudard Glissant, según la cual, todos venimos de un mismo poema y la misión del artista es ir en la búsqueda de ese poema. Si me permite ponerla como abogada del diablo: Ahora que el arte también está bajo la influencia identitaria: ¿qué tipo de poema escribe el identitarismo?

Un poema que ya está escrito, un remake. Porque así no se reinventa el arte. Con la cultura de la cancelación uno está en un molde ya hecho, donde se borran todas aquellas irregularidades que constituyen la belleza. Es algo horrible. Porque así los artistas no crean en función de lo que tiene en el alma, sino que tiene que crear en función de las diferentes comunidades y, sobre todo, tiene que adoptar el discurso de la comunidad que tiene que representar.

P: En democracia se ha de garantizar la integridad de las minorías, siempre se ha dicho que hay que protegerlas. Pero en vista de todos los debates que hay en Francia a cuenta de estas cuestiones. Las minorías ¿Se están empoderando, acaso, demasiado ?

Lo que ha pasado es que nos hemos olvidado del sentido de la palabra minoría. La minoría ha sido una noción jurídica para permitir la protección de las poblaciones más frágiles para que tengan acceso a los derechos fundamentales. Pero a partir del momento en el que en una sociedad todos tiene acceso a los derechos fundamentales, en un país universalista, esas minorías dejan de serlo.

Ahora, cuando se utiliza la palabra minoría, la relación con la realidad se ve perturbada. Se podría hablar de la minoría romaní con un modo de vida itinerante, por ejemplo, porque ahí sí puede haber dificultades. Pero no con la gente de origen magrebí o africano. Esto no son minorías. Ocurre, sin embargo, con las redes sociales, que son minorías dominantes, porque ejercen un poder de dominación, casi con un poder patriarcal, porque con ellos ya no se puede hablar. Así, la democracia está en peligro.

P: ¿Cómo ve usted el papel de las autoridades de su país en todo esto?

Al estado se le ve como “culpable” a partir del momento en el cual, como le decía antes, se adopta esa idea de que uno es lo que es por su color de piel. Frente a esto, lo que hacen las autoridades es muy poco. Espero que se tomen el tema en serio. La ministra de la Educación Superior, Frédérique Vidal, ha hablado de este tema, tal vez de manera torpe, [hablando del islamo-izquierdismo, y no de la falta de libertad en la universidades, ndlr.].

Pero haría falta que el ministro de Cultura, Franck Riester, hable sobre la cultura de la cancelación, para que en Francia podamos reencontrarnos con nuestros pilares humanistas y universalistas. Por otro lado, la batalla continúa en el frente de las discriminaciones. El Estado debe ser fuerte frente a las discriminaciones y, por otro lado, el Estado tiene que mantenerse fuerte frente a las ideologías identitarias. Las dos cosas van juntas.

P: ¿Ve usted que hay una guerra cultural en la que hay que construir líneas como aquella Línea Maginot pero en lo cultural? ¿O es demasiado tarde?

Estoy de acuerdo en que hay una guerra cultura y no, nunca es demasiado tarde. Siempre que hay vida hay esperanza. Pero es verdad que estamos en una auténtica guerra, una colonización de ideas estadounidenses contra la que hay que luchar. El problema es que esas ideas identitarias están muy impregnadas en la sociedad, incluido en cómo y qué se consume.