Fue a las 9 de la mañana del miércoles cuando este farmacéutico jubilado de 77 años llegaba a la Plaza Sintagma y se pegaba un tiro en la cabeza delante del parlamento. En una nota, culpaba a los gobernantes y a la crisis de haberle empujado a hacerlo, acosado por las deudas, y alentaba a sus compatriotas a defender la nación por todos los medios de este ataque sin precedentes.
Sus restos ya van de camino a Bulgaria, país de origen de su familia, pero Dimitris Cristúlas es ya un símbolo del sufrimiento de un pueblo sometido a durísimo recortes económicos y sociales desde hace cinco años.