La primavera de Francisco: cien días rompiendo moldes

Pilar Bernal 20/06/2013 21:27

El primer día dijo que iniciaba un camino y pidió a los fieles que rezaran por él. El segundo día, los frescos de Leonardo de la Capilla Sixtina y, también, los cardenales le escucharon proclamar que exigiría conductas irreprochables. El tercer día, ante 7000 periodistas, confesó que quería una Iglesia pobre y para los pobres.”.

Mantiene en jaque a la seguridad vaticana que ha tenido que aprender a marchas forzadas que la espontaneidad de este Papa explota cada vez que tiene ganas de aproximarse a besar a un niño, a firmarle la escayola a una niña con la pierna fracturada, o encaramarse en el papamóvil con un chaval que se lo acaba de pedir. Para él, el jeep tiene más gancho que la limusina y sus homilías diarias en Santa Marta aportan un toque personal e inédito en un Papa.

Con cada intervención, una perla o un dardo, todo poco habitual en una jerarquía de la Iglesia anquilosada hasta su llegada: “La ternura no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario”. Suma quórum, con un respeto sutil, así lo hizo en su primera rueda de prensa: “Muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia Católica y otros no son creyentes, pero respetando las conciencias de cada uno os doy mi bendición, sabiendo que cada uno de nosotros somos hijos de Dios”.

Sus enemigos, dentro y fuera de la Iglesia, le tildan de estratega de la humildad pero su autenticidad ha logrado neutralizarlos hasta ahora, lavando los pies a mujeres o musulmanes y diferenciando lo esencial de lo accesorio.

El primer Papa latinoamericano y jesuita de la historia ha trazado en estos meses las líneas rojas de lo que será su pontificado: actuar con decisión ante los abusos sexuales; reformar una curia romana corrupta con un consejo de ocho cardenales. Ha empezando por el poderoso Banco Vaticano, incorporando, al menos en su discurso, la ética a la política y al poder. De sus palabras salen dardos cada día dirigidos al capitalismo despiadado; denuncia sin reparos, sin pensar en las consecuencias, haciendo virtud de ser políticamente incorrecto. No se priva de criticar la incoherencia de una parte importante de la Iglesia, de desenmascarar a los hipócritas.

Y lo está haciendo con su muy personal estilo francisco: con sus gestos que dinamitan la pompa vaticana: Recicla zapatos y sotanas, vive en una residencia y lleva en el cuello una cruz de plata. Austero y sencillo, abandona el armiño y se acerca relajado a sus fieles, con su zurrón de pastor. Se involucra en los asuntos de hombres, se arremanga la sotana. Es hincha de un equipo de futbol argentino, recibe a moteros en la misma plaza de San Pedro y sus gestos definen ya una forma diferente de ser Papa.

Tras su sencillez está el hombre que tiene la dificilísima misión de gobernar una nave que parece ir a la deriva: un hombre de personalidad magnética que ha logrado conmover en cien días, rompiendo moldes.