El miedo al contagio quita el sueño a los sanitarios españoles

  • El que ha pasado la enfermedad debe mantener las mismas medidas de prevención

  • La inquietud sobrevenida por el significado no conocido de las secuelas existe

  • El gran temor de los sanitarios es un nuevo caos en las UCI y poder contagiar en casa

Desde el inicio de la pandemia en España, los profesionales sanitarios han sido los primeros en la línea de batalla frente a la covid. Nunca desisten, continúan trabajando codo con codo para tratar de salvar vidas frente a una enfermedad que ya se ha cobrado más de 40 000 víctimas mortales en nuestro país, según los datos oficiales de Sanidad.

Enfermeros, médicos o científicos, todos reman en la misma dirección: acabar con la pandemia cuanto antes o, por lo menos, minimizar los efectos adversos. Tras la primera ola, los sanitarios ya advirtieron de la segunda, que tardó poco en llegar tras la relajación de las medidas en la desescalada, y lo vuelven a hacer frente a las previsiones de Navidad.

Saben de lo que hablan, lo han vivido y lo viven en su propia carne. Muchos han contagiado a familiares a causa de su profesión o incluso han tenido que lamentar fallecimientos. Y es que su labor merece mayor análisis, muchos tienen miedo a un nuevo colapso sanitario, a contagiarse y no poder trabajar o a infectar a algún familiar, especialmente si es de un grupo vulnerable.

Uno puede pensar que los sanitarios, al someterse a test, deben estar tranquilos en su trabajo, pero la experiencia en su profesión, en ocasiones, puede levantar desconfianza. Un ejemplo es que los test pueden fallar, algo que debemos aceptar, según explica Belén Jiménez Gómez, psiquiatra y psicoterapeuta, autora del libro Manual de gestión emocional para médicos y profesionales de la salud (Editorial Desclee de Brouwer).

"Tenemos que aceptar que las pruebas diagnósticas actuales tienen sus limitaciones, nos enfrentamos a nuestra incapacidad de control y prevención total. Hay un porcentaje de riesgo infectivo que se minimiza cuando somos muy conscientes de las medidas de protección. Sería recomendable integrar su exquisito cumplimiento, conscientes de que esa sí es una capacidad preventiva nuestra", explica Jiménez Gómez a Informativos Telecinco.

"Es sano tener un pie en un sentimiento de miedo proporcionado (pequeño) ante el riesgo infectivo que me va a facilitar el cumplimiento de los protocolos anti-infección y tener otro pie en el sentimiento de confianza, que me permita poder disfrutar de la ejecución de mi trabajo y del contacto social. Lo que sí está en mi mano, lo ejecuto", precisa la especialista.

Haber pasado la infección nos sitúa ante una confianza mayor de protección que solo en parte puede ser medida. Esto planteará cuestiones también éticas en relación a los receptores de las futuras vacunas. En principio, una persona que ha pasado la infección debe mantener las mismas medidas de prevención que todos los demás, si bien sabemos que tiene una situación de mayor protección que le podría aumentar la confianza en su trabajo o con los suyos.

La experiencia de haber enfermado por coronavirus puede haber sido leve, comprometida o grave. En estos últimos casos, seguramente se vivirá después una etapa de post-trauma, como en tantas otras situaciones de crisis y catástrofes, según explica José Carlos Bermejo Higuera, director del Centro de Humanización de la Salud San Camilo (Tres Cantos) y autor del libro Duelo digital y coronavirus (Editorial Desclée de Brouwer).

"Podríamos pensar que nada nuevo tendría que suceder en relación a la superación de otras enfermedades, o al menos, en relación a otras que dejen en algunos eventuales secuelas. Pero en este caso, se añaden algunos aspectos que aumentan la vulnerabilidad al pos-trauma. Entre ellos, el mundo de los significados culturales que vinculan la experiencia con una catástrofe mundial, con la variable incertidumbre, con la inseguridad de la duración de la inmunidad, con la inquietud sobrevenida por el significado no conocido de las secuelas vividas hasta ahora o por vivir", comenta Bermejo Higuera a Informativos Telecinco.

"La personalidad del individuo influye, así como también el entorno próximo o medio. Es preciso rodearse de entornos que no magnifiquen la incertidumbre, que no sean profetas de mal agüero, sino buscar tutores de resiliencia e informaciones veraces desde el conocimiento alcanzado hasta ahora", aconseja el experto.

Es propio de quien ha vivido un trauma, estar en “estado de alerta” ante cualquier síntoma que pudiera tener que ver con la experiencia vivida. "Uno que ha vivido un terremoto, si siente que se mueven las persianas, aunque sea por un poco de viento, piensa que puede ser un nuevo temblor. Y es normal. Hay también quien tiene dificultades para conciliar el sueño, o que está hipersensible ante las disfunciones del propio cuerpo pensando que todo tiene que ver con la covid. Esta inseguridad potenciada pide relaciones de soporte adecuadas, vínculos de apoyo habituales o profesionales", señala Bermejo Higuera al respecto.

Síntomas respecto a estos ‘miedos’

Tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad supone un proceso de “despedida” de una creencia de poder y de capacidad de afrontamiento y resolución de los problemas. Estamos acostumbrados a resolver las dificultades con el esfuerzo, o con el dinero o con la capacidad intelectual, y ante una enfermedad que aún está en proceso de estudio, sentimos ese abismo de impotencia.

"A veces esa impotencia se exterioriza como un ánimo triste, una desmotivación vital, dificultad para dormir o pérdida de apetito. Nuestras creencias y escala de valores se tambalean, y necesitamos reevaluarlas, que aún siendo un proceso doloroso, es natural, proporcionado, adaptativo a la realidad y beneficioso. Por ejemplo, a raíz de la aparición del coronavirus se ha comenzado a valorar y apreciar más el libre acceso y disfrute de la naturaleza así como de la importancia de la conexión social y del contacto físico. Procesar el miedo nos hace crecer", explica Belén Jiménez Gómez

En general, si la persona accede a la información médica sobre su potencial infectivo, el manejo del miedo es sano y proporcionado. "Estar informado nos da una leve sensación de control al cumplir los protocolos que se han evidenciado como eficaces para evitar el contagio. Si bien es cierto que hay personas que tienen una tendencia a las dudas obsesivas y a pesar de saber la información científica, su miedo paraliza la confianza, y entran en bucles de pensamientos de inseguridad, de comprobación repetitiva de la limpieza, de evitación social, incluso pueden referir fantasías de poder contagiar sólo con la mirada… toda esta sintomatología estaría dentro del trastorno obsesivo", detalla Jiménez Gómez.

"Confío que la creciente información, la esperanza producida por la investigación, la mayor sensación de control por contar con recursos preventivos y diagnósticos y la responsabilidad individual y colectiva, nos permita prevenir también eventuales casos de bloqueo o de hipocondría", comenta al respecto Bermejo Higuera.

Cómo superar los miedos ante la falsa sensación de seguridad

Según los especialistas, para superar los posibles miedos ante la falsa sensación de seguridad, es muy importante buscar fuentes fidedignas de información, no saturarse de debates sobre cosas opinables o estrategias provisionales, seleccionar los entornos de conversaciones posibilistas y cultivar el dinamismo realista de la esperanza.

"Muchas veces no es sólo la información científica fiable y contrastada la que nos proporciona seguridad. Hay que añadir la sensación de pertenencia y conexión social, por lo que, poder compartir esta inseguridad con personas que nos acompañen sin juzgarnos (por ejemplo ridiculizando nuestros miedos), y que empaticen con la dificultad de confiar ante una situación que genera tanta incertidumbre como la actual, nos ayuda a no sentirnos solos y disminuye nuestra situación de alerta e inquietud interna. Normalizar la reacción del miedo, hablar de ella tanto a nivel particular como en los medios de comunicación, nos permite sentir que es una reacción esperable, y compartir maneras de sobrellevarla. El sostén social es el mejor antídoto. En el ámbito sanitario este apoyo social se materializaría con grupos de encuentro y apoyo regulares", señala Jiménez Gómez.

La culpa

A todos nos cuesta aceptar el daño infringido a otros, especialmente si son personas significativas para nosotros. Obviamente distinguimos entre un daño involuntario y el voluntario, pero cuando somos testigos de las consecuencias en nuestros seres queridos, no razonamos como nos gustaría y aparece un sentimiento de culpa.

Sin embargo, no siempre está claro quién ha sido el vector de contagio de una persona. "En todo caso, cuando surge el sentimiento de culpa, además de ser lícito y tener derecho a que nos habite (en ocasiones cumple una función de empoderamiento), es necesario emprender caminos de sanación", explica José Carlos Bermejo Higuera.

"Cuando la culpa es proporcionada a no haber honrado algún valor (como la salud y la prevención), el camino es el autoperdón o la solicitud de perdón, cuando es posible. Cuando la culpa es irracional porque no hay un valor transgredido, el camino es impregnar el sentimiento del peso de los argumentos racionales, además de comprender qué función cumple ese sentimiento de culpa de una persona en la búsqueda del equilibrio saludable o de una tendencia culpógena", añade el especialista.

"Ante una desgracia vivimos un impulso natural de lucha contra ella, y si no lo podemos poner en marcha en el presente, buscamos qué podríamos haber hecho en el pasado: De forma instintiva rebobinamos los pasos acontecidos hasta llegar a ese desenlace para buscar en qué punto habríamos podido evitar lo ocurrido. Este mecanismo lo reconocemos con facilidad ante el fallecimiento de una persona querida: solemos ver qué podríamos haber hecho para haberlo evitado y con ello fantaseamos con una falsa sensación de control…por ejemplo “Si no le hubiera dejado salir de casa ese día…", señala al respecto Jiménez Gómez.

Esta tendencia natural de buscar el momento de haberlo evitado también es una característica de los seres humanos para aprender a prevenir y aprender de los contratiempos, pero incluye esta faceta desagradable al conectar con la culpa. "Para afrontar el dolor de la culpa sirve rendirnos y despedirnos de nuestro deseo de omnipotencia, de control y prevención total. Es sano incorporar una mirada sanamente compasiva hacia nosotros de consciencia de nuestro sufrimiento, de reconocernos pertenecientes a una humanidad imperfecta y activar una manera de tratarnos y mirarnos como lo haríamos si fuera una persona querida la que estuviera en nuestra piel (que no sería de juicio, reproche y crítica, si no de acogimiento empático y tristeza compartida)", comenta la especialista.

"El primer sentimiento de culpa no lo puedo evitar, lo que ´si puedo hacer es decidir qué hacer con ella, si alimentarla con argumentos interminables, o acogerla, nombrarla, reconocerla, sentir su impacto en mi cuerpo y con actitud humilde entender su mensaje de tomar conciencia de mis limitaciones, para poder después despedirla. Culturalmente nos enseñan a evitar los sentimientos desagradables, que es eficaz a corto plazo pero que a largo plazo es ineficaz porque lo único que hacemos es postergar su procesamiento. Merece la pena mirar de frente el dolor, nombrarlo, reconocerlo, y despedirlo…no podemos decir adiós a lo que previamente no hemos dicho hola", destaca Jiménez Gómez.

"Alivia saber también que estamos biológicamente condicionados para estar más atentos a los fallos que a los logros, por lo que arrastramos una tendencia más crítica hacia nosotros y más permisiva hacia los demás que se remonta a la época prehistórica donde era tan importante ser aceptado en la tribu para asegurarse la supervivencia (si yo me exijo más a mi que a los demás, seré mejor persona y así más atractivo para el grupo)", concluye la experta.