El trabajo de la frontera

GABRIEL CRUZ / FERNANDO HERNÁNDEZ 16/09/2010 18:20

Llegamos a una explanada en la que desemboca el paso fronterizo del barrio chino. Allí nos encontramos a varias decenas de marroquíes durmiendo al raso. Cruzaron desde Marruecos la tarde anterior para ahora poder ser los primeros en cargar con la mercancía. Mientras, los camiones con mercancía de Europa hacia África esperan la orden de la Guardia Civil para ser descargados. En su mayoría se trata de fardos de ropa vieja, la que se echa en los contenedores de ropa usada. Después son llevados a Marruecos y de ahí a Argelia o países subsaharianos donde se venderán en tiendas.

Pero no sólo eso también hay neumáticos, conservas, hasta materiales de construcción. Incluso se han llegado a pasar neveras. Lo curioso de todo esto es que después de descargarlos en el lado español de los camiones los volverán a cargar en el lado marroquí en otros. Este sinsentido obedece a un formulismo burocrático. Si la mercancía pasa en camiones tiene que pagar aranceles en Marruecos, mientras que si una persona es capaz de llevarlo a pulso se considera equipaje de mano y, por tanto, no paga impuestos. Por lo que resulta más rentable contratar a porteadores que cumplir con los impuestos aduaneros.

Cada porteador gana 5 euros por fardo que pasa. Al final del día se pueden sacar unos 15 o 20 euros, mucho más que en la construcción en Marruecos. Cada bulto se marca para evitar robos. Cuanto antes pasen un fardo antes podrán volver a por otro. Así que todos quieren ser los primeros cuando abran la valla. Empieza la impaciencia y la tensión. Las peleas se suceden porque todos quieren meter su bulto antes que el de los demás. Son dos mil personas que tienen que pasar por cuatro tornos varias veces al día. Es un embudo por el que se mete un avispero. Entre ellos se aplastan, se empujan, insultan y pegan. Un puñado de guardias civiles son los que se fajan ante ellos para poner orden. Les organizan para que no haya víctimas. De hecho, en el 2008 ya murió una porteadora aplastada por sus compañeros.

Los guardas no paran de moverse, acaban con los uniformes encharcados en sudor. De no ser por ellos, la frontera sería la selva todo el mundo quiere pasar, colarse sea como sea para poder llevarse su jornal a casa. Como señala el capitán de la Guardia Civil, Rafael Martínez, es gente para la que "su fin justifica los medios. Puedes decirles veinte veces que por favor no se cuelen. Se van pero luego vuelven una y otra vez hasta que lo consiguen". El esfuerzo es titánico son fardos de unos 75 kilos que se llevan a pulso en medio de un secarral en el que no hay ninguna sombra ni ninguna fuente. Algunas mujeres caen desmayadas. La guardia civil las separa de la marabunta antes de que las aplasten sus compañeros. Llaman a una ambulancia. A los 15 minutos acude una procedente de la ciudad. Asistimos a algo sorprendente.

Después de echar un vistazo a las mujeres que están el suelo, la doctora le reprocha a gritos al capitán de la Guardia Civil que les haya llamado porque al parecer la mujer "no tiene nada". Él capitán con cara de incredulidad sólo acierta a decir que "estaba en el suelo desmayada. No soy quien para hacer un diagnóstico". La ambulancia se marcha. No hay ningún punto fijo de asistencia, aunque estos hechos suelen ser habituales. Se quedan algunos heridos con vendas en cara y manos. Muchos se han cortado con una verja que han arrancado para poder colarse. Nuevamente se quedan solos unos 20 guardias civiles con una marabunta de dos mil personas. No hay ningún otro apoyo ni de protección civil ni de ninguna Ong. Por cierto, que una de ellas anunciaba hace meses atrás en un diario melillense que repartiría botellas de agua a todos los porteadores. Ni rastro de ninguno de ellos.

Las avalanchas se producen por la precipitación de los porteadores por entrar. Sin embargo, también las hay en sentido contrario. Se producen cuando los guardas marroquíes empiezan a incautar mercancía de forma indiscriminada. Entonces las personas empiezan a correr en sentido contrario llevándose por delante a las que quieren entrar. Se forma un sándwich mortal. La situación va a más y ante el peligro de que pueda haber más problemas se decide cerrar la frontera. Todos protestan se han quedado sin trabajar. Finalmente, la Guardia Civil armada de paciencia consigue dispersarlos lentamente.

Esta es una parte de la historia de los porteadores del barrio chino. La otra sucede al otro lado de la aduana. Allí sus guardias fronterizos nos prohíben terminante grabar. Nadie sabe lo que les pasa.

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