Ictus

"Me dijeron que no volvería a levantarme de la cama y hoy puedo caminar": la vida de Enrique después de un ictus

Enrique Criado, presidente de la Asociación Ictus de la Comunidad de Madrid (ICAM), sufrió un ictus a los 51 años. Cedida
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Enrique Criado tenía 51 años cuando sufrió un ictus mientras dormía. Al despertarse, no podía levantarse de la cama: tenía todo el lado izquierdo del cuerpo paralizado y mucho dolor de cabeza. En esos momentos, su mujer ya había salido a trabajar, así que llamó a su hija. "Papá, tienes una expresión extraña, te pasa algo. Voy a llamar al 112", le dijo al verlo.

Gracias a su rápida actuación —y al pequeño cuestionario que le realizaron desde el servicio de emergencias—, la ambulancia llegó a su casa en apenas 15 o 20 minutos. Tras un rápido reconocimiento, lo trasladaron al Hospital Universitario 12 de Octubre y se activó el Código Ictus, el protocolo urgente que permite actuar con la máxima rapidez para minimizar el daño cerebral. Enrique, aún consciente, escuchaba al auxiliar decir en la ambulancia: "Varón, posible ictus, código uno…".

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Cuando llegó al hospital, el equipo médico ya le esperaba para realizarle una resonancia magnética y determinar si había tejido cerebral dañado o hemorragias. "Es un ictus", confirmaron. Fue trasladado de inmediato a la Unidad de Ictus del centro. Allí descubrieron que había sufrido los dos tipos: uno isquémico y, posteriormente, uno hemorrágico.

"El pronóstico, te puedes imaginar cuál fue: 'No se va a volver a levantar de la cama nunca'", recuerda. "Estuve 72 horas en la Unidad de Ictus, que dijeron que eran críticas".

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Reconocer un ictus salva vidas

El ictus es un accidente cerebrovascular que se produce cuando un vaso sanguíneo que lleva sangre al cerebro se bloquea o se rompe, impidiendo que el tejido cerebral reciba oxígeno y nutrientes. Cada minuto que pasa mueren alrededor de dos millones de neuronas, por eso la rapidez es esencial.

Cada año se producen en España unos 90.000 nuevos casos de ictus y más de 23.000 fallecimientos, siendo la primera causa de muerte en mujeres, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Sin embargo, hasta un 90% podrían prevenirse con hábitos de vida saludables y controlando los factores de riesgo vascular: hipertensión, colesterol alto, diabetes, tabaquismo, sedentarismo, obesidad o consumo excesivo de alcohol.

Reconocer los síntomas y llamar de inmediato al 112 salva vidas, ya que permite activar el Código Ictus. Sin embargo, solo la mitad de la población española sabe identificar los signos de alarma: pérdida brusca de fuerza o sensibilidad en la cara, brazo o pierna —sobre todo en un lado del cuerpo, como le ocurrió a Enrique—, dificultad repentina para hablar o entender, pérdida súbita de visión en uno o ambos ojos, problemas de coordinación o equilibrio, dolor de cabeza muy intenso y repentino, distinto al habitual.

De "creía que mi vida había terminado" a "tengo una vida prácticamente recuperada"

Las secuelas del ictus varían en cada persona, pero pueden incluir dificultades para moverse, tragar o controlar los esfínteres, además de problemas de visión, habla o concentración. A menudo también aparecen fatiga, pérdida de memoria y cambios emocionales como ansiedad o depresión.

Enrique sufrió una gran afectación motora en todo el lado izquierdo del cuerpo, problemas de visión y alteraciones cognitivas, sobre todo de memoria y atención. "El habla, por suerte, fue lo único que se salvó", cuenta durante su entrevista con la web de Informativos Telecinco con motivo del Día Mundial del Ictus, que se celebra cada 29 de octubre.

Pasó un mes y medio en la planta de neurología y otro mes y medio en rehabilitación hospitalaria. Después fue derivado a un centro concertado con la Seguridad Social, donde permaneció un año: seis meses hospitalizado y otros seis de manera ambulatoria.

"Para mí era como si la vida se hubiera terminado. Iba de la silla de ruedas al sofá y del sofá a la cama", recuerda. "En el hospital te lo hacen todo, pero al llegar a casa fui consciente de mis limitaciones. Necesitaba ayuda las 24 horas: para comer, vestirme, ducharme…".

Pero hubo un momento de inflexión. "Un día, durante la rehabilitación, me pusieron de pie. Di dos pasos con ayuda. Fue un momento clave. Pasé de pensar que nunca volvería a andar a ver que sí podía hacerlo. A partir de ahí, cambió todo", reconoce.

Cuando terminó la rehabilitación pública, recibió el alta. "Por desgracia, te consideran un enfermo crónico y te dan el alta estés como estés. Yo estaba en silla de ruedas y con pañales. En mi caso, por suerte, tenía algo de dinero ahorrado y lo destiné a seguir con rehabilitación privada. Tres horas diarias. Avancé muchísimo más rápido".

La rehabilitación, una carrera de fondo… y de recursos

Enrique es hoy presidente de la Asociación Ictus de la Comunidad de Madrid (ICAM) y también colabora como voluntario en la Fundación Freno al Ictus. Once años después, camina con un bastón, conduce un coche adaptado y es independiente en su día a día, aunque conserva algunas secuelas motoras y cognitivas.

"Mi vivencia me dice que a menudo el pronóstico inicial es peor de lo que luego resulta ser. Pero no hay dos ictus iguales: la recuperación depende de muchos factores —la zona del cerebro afectada, la rapidez en recibir atención, la rehabilitación, la edad o el estado previo del paciente—".

Esa constancia — "disciplina y trabajo diario durante años"— ha sido clave en su recuperación. "Hoy tengo una vida prácticamente recuperada", afirma con orgullo.

Pero no todos los pacientes pueden costearlo. "Muchas personas se quedan como están o se endeudan. En la sanidad pública se hace un gran esfuerzo por salvar vidas, pero no tanto por garantizar una buena recuperación después", denuncia.

La otra cara del ictus: el cuidador

El ictus no solo cambia la vida del paciente. También transforma la de su entorno más cercano. "Especialmente la del cuidador principal, que suele ser la pareja", explica Enrique. "Desde la asociación ayudamos con los trámites, la información y el apoyo emocional. Muchos familiares desconocen las secuelas invisibles, como la falta de atención, el cansancio extremo o los cambios de humor".

Luisa (nombre ficticio para mantener su anonimato) lo sabe bien. Es la cuidadora principal de su marido, que sufrió un ictus durante una cirugía hace seis años, con solo 45. "Llegó conduciendo al hospital y salió en ambulancia siete meses después camino de casa", cuenta.

Las secuelas fueron graves como hemiplejía de todo el lado derecho y alimentación por sonda, entre otras. "Cuando llegué a casa me sentía perdida. Nadie te explica cómo actuar ni dónde pedir ayuda. Además, el coste económico es enorme. Por ejemplo, él no podía mantenerse sentado y nadie me enseñó cómo moverlo para pasarlo a la cama", relata.

Tuvo que contratar una cuidadora y pagar rehabilitación a domicilio. "La ayuda pública llega, pero tarde", lamenta. "Necesita una dedicación absoluta. Nuestras hijas eran pequeñas y tuve que apoyarme mucho en mi entorno, tanto emocional como económicamente. Hemos hecho una labor de crecimiento, de mucho amor en la familia, porque tienes que tirar hacia delante". La terapia psicológica y el contacto con otras familias en su situación también han sido fundamentales. "Te sientes menos sola", dice.

Su marido ha mejorado mucho: "Anda con bastón y es autónomo en casa. Nos dijeron que lo que no recuperara en seis meses ya no lo haría, pero no fue así. Con esfuerzo y rehabilitación constante, se puede avanzar". Luisa quiere que las familias mantengan la esperanza. "Los neurólogos nos explican que el deporte y la actividad mental previa al ictus ha marcado la diferencia en su recuperación".

La vida después de un ictus

Enrique ha plasmado su experiencia en el libro Tú puedes, querer es poder. La rehabilitación después de un ictus (Autografía, 2025), con el que busca ofrecer información y esperanza tanto a pacientes como a familias. "Desde que me concedieron la jubilación por incapacidad, ayudar ahora es mi nuevo trabajo".

"Falta mucha información. Muchas personas no saben que pueden pedir el grado de dependencia o una jubilación por invalidez porque los trabajadores sociales no dan abasto. Entre el shock del ictus y la falta de orientación, las familias se sienten perdidas", explica.

Su mensaje es claro: la vida después de un ictus existe, pero necesita apoyo, recursos y acompañamiento. "Con actitud, rehabilitación y ayuda, se puede volver a tener una vida digna. Quizás no igual que antes, pero una buena vida".