Odisea en el glaciar: ¡los primeros en cruzar el hielo hasta la tundra salvaje en bici!

Hilo Moreno 08/11/2016 17:31

Una fría madrugada montamos en el tren con nuestras bicicletas y todas las provisiones necesarias para pasar una semana en autonomía por las montañas. Tres horas más tarde nos apeamos en mitad de la noche en la estación de Finse, un pequeño núcleo urbano compuesto por un conjunto de cabañas junto a un lago donde las carreteras no llegan y no es posible acceder en coche. Cuando acampamos al lado del lago las luces de una gran luna iluminaban el glaciar Hardangerjokulen junto al cual se encontraba el paso por el que teníamos que cruzar al día siguiente.

Cuando la siguiente jornada comenzó no tardamos en descubrir la dureza y el error del planteamiento: el terreno era mucho más difícil de lo imaginado incluso para nuestras bicis ('fatbikes') de ruedas anchas cual tractor. De esa guisa dimos inicio a dos días de duros porteos tanto hacia arriba como en el descenso, donde apenas pudimos pedalear sobre nuestros vehiculos.

En esos dos días atravesamos ríos con aguas bravas, neveros inclinados lamidos por el hielo del glaciar e innumerables pedregales donde pedalear era imposible. Los pocos momentos en que lográbamos montar eran recibidos como un bálsamo de descanso para nuestros cuerpos.

*Imagen: Atravesar el terreno fue difícil hasta con nuestras bicicletas. / Hilo Moreno

En el segundo día, la niebla se cerró cuando estábamos a punto de cruzar un empinado nevero que caía directo sobre un lago. Por ello, montamos campamento cerca de la nieve, sobre la roca desnuda en un paisaje de alta montaña, junto al glaciar, con un ambiente fantasmagórico envuelto en una cerrada niebla.

Al día siguiente conseguimos nuestro objetivo de cruzar el paso y llegamos por fin a una zona ciclable situada junto a un refugio donde el guarda del mismo nos atendió. Este nos contó que nunca antes, que él supiera, se había cruzado ese paso en bicicleta. Esto no dice mucho de nosotros pues una bicicleta en ese terreno tiene el mismo sentido que llevar unos esquís a la playa. Pero lo logramos y nos acostamos felices de estar en un terreno adecuado y a punto de entrar en la famosa tundra del parque nacional de Hardangervidda.

La mañana comenzó fresca y regada de rocío. Por fin comenzamos a pedalear y penetramos en el parque nacional. Este, junto a las dos áreas protegidas adyacentes, forma el espacio protegido más grande de todo Noruega. Tiene una superficie de 4272 kilómetros cuadrados y fue establecido en 1981.

Se trata del plató de montaña más extenso de todo el continente y en él habita una gran cantidad de fauna y flora. Son muchas las especies de aves que anidan en este lugar que es el hogar, además, de la población más numerosa de reno salvaje de Europa.

*Imagen: Al parecer, nunca antes se había cruzado ese paso en bicicleta. / Hilo Moreno

El Parque ha sido habitado desde la edad de piedra, hace aproximadamente 6300 años a. C., pues la caza del reno y la pesca de la trucha han sido y siguen siendo un recurso más que importante para los habitantes de la zona.

La parte inicial del Parque la recorrimos a través de una pista de tierra muy cómoda que lentamente ascendía hasta la zona de tundra en altura. Desde lo alto se podían observar cientos de lagos alrededor, un paisaje un poco desértico sobre el que se alzaban algunas tiendas de campaña con forma de tipi indio, campamentos de cazadores para la recién iniciada temporada de caza del reno.

La pista de tierra batida terminó junto a un lago a partir del cual hubimos de progresar por los caminos de tractores, mucho más embarrados, con piedras y estrechos o inundados con frecuencia. En este terreno nuestras bicicletas 'fatbike' con ruedas extremadamente anchas cumplieron un papel fundamental pues se mantenían 'a flote' en el barro de una manera que con cualquier otra bici hubiese sido imposible.

Recorrimos muchos kilómetros en esa jornada en la que ni una nube había en el cielo y, con los últimos rayos del sol, el camino para tractores murió junto a otro lago de aguas tranquilas e inmóviles por la falta de viento. Había llegado la hora de empezar a remar.

*Imagen: Al final, nuestras bicicletas 'fatbike' cumplieron un papel fundamental. / Hilo Moreno