"Nunca me había encontrado tan cerca de ver una camada de lobos recién nacidos"

Hilo Moreno 04/08/2016 18:31

El último lobo de Yellowstone fue abatido por granjeros en los años treinta y durante sesenta años este animal dejó de existir en el parque nacional más antiguo del mundo. Las manadas que ahora los pueblan fueron reintroducidas en el año 1995 como parte de una controvertida decisión para reequilibrar la presencia de otras especies cuyo crecimiento se había disparado tras la desaparición del cánido. Ahora hay cerca de ciento cincuenta individuos y la población de uapitis y ciervos, que se habían convertido en autenticas plagas, por fin se han estabilizado. Con objeto de observar una de las manadas de lobo gris que habitan en el parque nacional acudimos esa mañana al corazón del valle de Lamar.

Al inclinarme sobre la lente, como conté en la última entrada, no pude observar ningún lobo, sólo un puñado de tierra recién escarbada: la plataforma que crea la loba sobre la ladera tras excavar el agujero para dar a luz a sus cachorros, su madriguera.

*Imagen: Bisonte de las llanuras en el valle de Lamar / H. Moreno

El nativo americano con melena a lo Gerónimo me contó lo ocurrido: esa misma mañana un grupo de caballos se había escapado del corral cercano donde son guardados entre paseo y paseo que dan con los turistas. Los caballos habían ido directamente hacia el valle de la lobera y, en consecuencia, los adultos de la manada habían huido. Los cachorros permanecían, asustados y a salvo, en el interior de la lobera. Por eso no eran visibles.

Así que por una vez que me encuentro tan cerca de ver no un lobo, sino una camada recién llegada al mundo, no lo puedo hacer por un puñado de caballos desbocados: no me lo podía creer.

Para lograr observar animales salvajes en libertad hay que ser paciente y perseverante, y además tener suerte. Por ello decidimos instalarnos en el lugar y esperar a que algún ejemplar hiciese acto de presencia. Tras pasar largo rato agudizando la vista nuestro amigo, que trabaja en un centro de conservación de la fauna salvaje, nos indicó que nos aproximáramos. Así lo hicimos y de nuevo miré por el telescopio. Esta vez apareció un punto negro inmóvil tras una piedra, era un lobo. Para muchos sería solo una pequeña y borrosa mancha negra sobre la hierba, pero para mi se trataba de mucho más: era mi primer lobo en libertad.

*Imagen: Grupo de observadores de lobos a la espera con los últimos rayos de sol / H. Moreno

Decidimos permanecer unas horas más en el lugar con la idea de observar a los cachorros pues, según nos contaban, no tardarían en salir a jugar al exterior. Ello ocurriría en cuanto el miedo a los caballos que les habían espantado se les hubiese pasado. Y así ocurrió, y gracias a ello tuvimos la suerte de poder ver un espectáculo único que muy poca gente ha logrado ver en sus vidas. Unos cuantos cachorros comenzaron a salir de su escondite uno a uno. Algunos eran negros como el azabache y enseguida se pusieron a corretear y a jugar en las inmediaciones. Se movían tan de prisa que eran difíciles de seguir con el telescopio. Pero no estaban solos, los lobeznos jugaban bajo la atenta mirada de dos adultos. Parecía que los estuviesen vigilando, como si la manada temiese la vuelta de los caballos o cualquier otra amenaza. No sé el tiempo que pasamos contemplando la escena. Un poco más tarde una manada de bisontes de las llanuras se aproximó y por algún motivo que no logramos dilucidar comenzó a correr en estampida. El espectáculo era impresionante pero tuvo como consecuencia la desaparición casi instantánea de todos los lobos.

Estaba claro que no saldrían en un buen rato así que decidimos retirarnos. Eso si, satisfechos con la visión de la camada al completo que habíamos tenido y que jamás pensásemos que fuésemos a tener.

Tras recoger el campamento emprendimos de nuevo el rumbo hacia el norte en dirección al estado vecino de Montana.