La explicación es bastante sencilla, según se desprende de los comentarios que Fernández hace sobre este fenómeno: "Los cielos tan rojizos se producen siempre que tengamos un panorama (una atmósfera) en la que no haya demasiadas nubes", o formaciones ya desgastadas, poco densas. Esta situación coincidiría con muchos de los escenarios que nos hemos encontrado estos días, en los que los cielos han aparecido prácticamente despejados, con nubes altas o con poquísimo peso.
En esta situación, "la intensidad de los colores rojizos y anaranjados se acentúan". La meteoróloga también apunta a que esto "es algo mayor en las puestas de sol que en las salidas por la mayor presencia de partículas suspendidas en el aire en la segunda mitad del día", pero desde luego eso no ha impedido que también en las primeras horas del día hayamos podido disfrutar del candilazo.
Como si de un filtro de Instagram se tratase, el cielo despertaba con tonos rojizos y anaranjados y las imágenes son impresionantes. Pero no todo lo explica la forma en que se refleja la luz del sol, también el ojo humano juega un papel fundamental en la percepción de este cielo surrealista.
La luz se transmite mediante ondas que pueden ser más largas o más cortas. Según la longitud de la onda percibimos la luz del sol en un tono o en otro, más o menos en una escala de colores del arcoíris. Vemos las ondas cortas como azules, verdes o, cuando son muy cortas, violetas, y, las ondas más largas, las vemos como rojas o naranjas.
En el caso de las azules, se reflejan para todos lados cuando dan con una molécula o partícula, por eso generalmente vemos el cielo azul. Pero, cuando el sol está más cerca del horizonte, las onda cortas ya no alcanzan a nuestra vista y dan paso a ondas luminosas más largas, pintando el cielo de naranja primero y, después, de rojo. La escena ha fascinado a los más madrugadores.