Las rocas lunares traídas por el Apolo 11 aún guardan secretos de nuestro pasado geológico

  • Las muestras recogidas hace 40 años probaron que la formación de los planetas es muy violenta

Tras el histórico alunizaje del Apolo 11 hace 50 años, los astronautas Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins regresaron a la Tierra con muestras lunares que ayudaron a entender mejor cómo se formaron los planetas, incluida la Tierra. La revista 'Science' reivindica en un especial sobre el cincuenta aniversario de la llegada a la Luna la importancia de esas rocas, que aún guardan secretos de nuestro pasado geológico.

Richard Carlson, investigador del Carnegie Institution for Science y autor de la revisión, señala que "las muestras lunares aportaron evidencias convincentes de que la formación de planetas es muy violenta", unos procesos que antes de la misión del Apolo "se consideraban relativamente fríos y provocados por la lenta acumulación de pequeños objetos".

El interés de las rocas lunares para entender nuestro propio planeta reside en su edad. “La mayoría de la superficie terrestre es bastante joven en términos geológicos, de apenas 200 millones de años”, comenta Carlson. El Sistema Solar comenzó su nacimiento hace 4.567 millones de años, pero es muy raro encontrar rocas en la superficie de la Tierra con una antigüedad superior a los 3.600 millones de años.

Esto es debido a que vivimos en un planeta ‘vivo’, activo geológicamente. Esto significa que cualquier registro de los procesos implicados en su formación hace tiempo que fue eliminado por esta actividad continua. Sin embargo, "la mayoría de la superficie lunar tiene más de 4.000 millones de años, y algunas partes se acercan a los 4.400”, asegura el investigador. Por ello, el valor de las muestras que trajeron de vuelta las misiones Apolo y las soviéticas es incalculable. Según Carlson, “la Luna ‘recuerda’ los procesos implicados en la formación planetaria que la Tierra ha olvidado”.

Y uno de esos procesos es el de su propia formación. La Luna "se originó cuando un gran objeto, del tamaño de Marte, golpeó la proto-Tierra. Un impacto de tal magnitud provocó muchos cambios en la composición de la Tierra”, detalla el experto. Por ejemplo, la pérdida de componentes volátiles como el agua. Nuestro joven planeta ya no sería igual a como era antes del choque.

Las rocas demostraron que la Luna se había formado en caliente

Las muestras lunares tomadas por el Apolo 11 también han proporcionado valiosa información sobre nuestro satélite. “Los modelos sobre la naturaleza de la Luna anteriores al alunizaje eran incorrectos”, asegura Carlson. Hasta entonces se creía que se formó en frío, y que las cuencas oscuras representaban viejos océanos cuya agua se había evaporado hacía mucho. Gracias a las muestras se descubrió que la Luna se había formado en caliente, “probablemente fundida”.

Su gruesa corteza se separó por la flotación de cristales formados en un océano de magma en enfriamiento, en un proceso comparable con el de los icebergs en el océano. Las cuencas tampoco eran las cicatrices de océanos muertos, sino cráteres que fueron resultado de los impactos de enormes meteoritos. El investigador explica que “son oscuras porque están rellenadas con la lava que erupcionó mucho después de que se formaran”.

Este registro nos cuenta que los impactos de meteoritos eran muy comunes en el joven Sistema Solar, tanto que habrían actuado como un “agente esterilizante” de cualquier forma de vida temprana que hubiera intentado aparecer. También sirve para estudiar otros planetas: “Los cráteres lunares, cuya edad se ha determinado gracias a las muestras, nos permiten calibrar la antigüedad de las superficies de Marte y Mercurio según la densidad de cráteres”.

Las muestras aún guardan secretos que desvelarán los avances tecnológicos

Entre 1969 y 1972, las misiones Apolo recogieron 2.200 rocas con un peso de 382 kilos, que más tarde fueron procesadas en más de 11.000 muestras. Carlson defiende que todavía tienen mucho que enseñarnos sobre la formación y geología de otros mundos.

Las limitaciones tecnológicas provocaron que, aunque las muestras se tomaron hace 50 años, no pudieran revelar todos sus secretos inmediatamente. Y pone como ejemplo el descubrimiento de agua lunar. “Cuando las muestras se tomaron las técnicas analíticas de entonces no pudieron detectar la presencia de agua en ninguna de ellas”, explica. Esto reforzó la idea de que la Luna era un ambiente árido y que toda el agua se evaporó en el gran impacto que le dio origen. Hoy sabemos que esto es falso.

“Hace una década, nuevas técnicas desarrolladas permitieron detectar agua en estas muestras, a concentraciones muy bajas”. La Luna es seca, pero no está completamente libre de agua. “Esto nos ha obligado a reexaminar nuestros modelos sobre la formación de los planetas y cómo estos pueden retener líquido durante su formación”, añade el geólogo. El tiempo dirá si estas muestras todavía albergan secretos en su interior.