HISTORIA

Ernest Bendriss, historiador: “Una mujer en la guerra no es igual que un hombre: es mejor”

Ernest Bendriss, autor de 'Eso no estaba en mi libro de Napoleón'
Ernest Bendriss. (Foto cedida por la editorial)
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Cuando Ernest Bendriss habla de guerreras lo hace desde la pasión y la fascinación, alejado de cualquier tipo de militancia. Desde las páginas de Conan en las que siempre aparecía alguna mujer combatiendo codo con codo con el bárbaro que le acompañaron en su infancia, el universo de las mujeres en el campo de batalla ha acompañado a este historiador francés que acaba de publicar ‘Las mujeres que empuñaron la espada’ para desempolvar docenas de historias desconocidas para la gran mayoría pero que llenarían salas de cine si a alguien le diera por investigar. 

En el libro se recorren siglos de guerras para rescatar a las mujeres combatientes que la historia oficial dejó a un lado. La conversación con Ernest es un torbellino de nombres, fechas, batallas, épocas… Saltamos de Japón al Cáucaso, de la Revolución Mexicana al frente ruso, de Grecia a Alemania sin parar..

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Sin la más mínima intención de destripar la obra, analizamos junto a su autor algunas de esas historias que nos ayudarán a mirar desde un prisma diferente episodios pasados que marcaron el presente. Son historias que sirven para mirar al siglo XXI con otras preguntas y, necesariamente, otras respuestas.

Las mujeres que frenaron a Hitler

Bendriss se inclina hacia adelante cuando llega a este punto. Habla de la Unión Soviética. De los primeros meses de la Operación Barbarroja, cuando el ejército ruso se derrumbó bajo el empuje alemán. Y del momento en que Stalin, desesperado, se animó a hacer algo que ningún otro país del mundo había hecho: formar unidades aéreas, de combate, compuestas por mujeres.

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La arquitecta del proyecto fue Marina Raskova, una heroína en la URSS. Ella diseñó tres regimientos: el 586, el 587 y el 588. Este último se haría legendario bajo un nombre que sembraba pánico entre los alemanes: Las Brujas de la Noche.

Volaban en aviones que parecían poco más que cajas de madera con alas: lentos, ruidosos, vulnerables. Frente a ellos, los cazas alemanes eran pura ingeniería mortal. “Un Messerschmitt podía volar a 500 km/h. Ellas, con suerte, a 150”, explica Bendriss.

Pero… ellas volaban de noche, a ras del suelo, sin luz, soltando bombas a baja altura y desapareciendo antes de que nadie reaccionara.

Los alemanes no entendían cómo era posible hasta que se lo explicaron de primera mano. Fue a un piloto alemán, capturado después de que Lidia Litviak, la primera piloto del mundo que derribó un caza enemigo, le alcanzara. Cuando le dijeron que aquella “chiquilla” era la piloto que le había abatido, creyó que se trataba de una broma de los soviéticos. “Pero no había trampa ni cartón. Ella había sido capaz de hacerlo. Y él nunca lo olvidó”, cuenta Bendriss.

Las soldaderas mexicanas: la revolución sobre sus hombros

Durante décadas, a los niños mexicanos se les habló de Pancho Villa, de Zapata, de los trenes blindados y de los generales de sombrero ancho. Pero no se les habló de ellas todas las mujeres sin las que todos esos hombres no habrían pasado a la historia.

“La Revolución Mexicana sin las mujeres no habría existido”, afirma Bendriss sin dudarlo para continuar explicando: “Eran miles. Centenares de miles. Las llamaban soldaderas. Iban en los trenes, pero no dentro: viajaban en el techo, mientras los caballos ocupaban los vagones. Muchas llevaban rifles, otras municiones, otras comida. Eran enfermeras, cocineras, jefas de campamento, exploradoras... Mujeres que hacían el trabajo del hombre y el de la mujer al mismo tiempo. También las había en primera línea de batalla. Eran las soldadas”.

La Revolución Mexicana sin las mujeres no habría existido

Bendriss menciona a Petra Herrera, a Valentina Ramírez y también el caso único de Emilio Robles Ávila —una mujer que un día decidió vivir como hombre y a la que nadie se atrevió a cuestionar.

Las amazonas africanas 

Aquí el entusiasmo de Bendriss se desborda. “Es que esto es de película”, dice. “En el antiguo reino de Dahomey, en África occidental, existió durante siglos una unidad de élite exclusivamente femenina: las Mino, “nuestras madres”. Eran la guardia personal del rey, las que mantenían el orden en los mercados, las que imponían disciplina a los hombres y las que cazaban elefantes cuando ningún hombre quería hacerlo”, continúa.

Las mujeres mantenían el orden en los mercados, las que imponían disciplina a los hombres y las que cazaban elefantes cuando ningún hombre quería hacerlo

“Se calcula que llegaron a ser entre cuatro y seis mil. Entrenaban con armas curvas, aprendían a escalar muros, a luchar cuerpo a cuerpo y a infundir miedo con la mirada. Eran, literalmente, la infantería del terror para los enemigos del reino”, añade.

Japón: cuando las samuráis mandaban ejércitos

En un país donde la figura del samurái es un tótem cultural, pocas personas saben que hubo también mujeres samurái plenamente operativas. Una de ellas, Tomoe Gozen, se convirtió en leyenda durante las guerras del siglo XII.

“Era capaz de mandar a centenares de guerreros en el campo de batalla. No estamos hablando de mitología: lo recogen las crónicas japonesas. Las mujeres se entrenaban con la naginata, una lanza larga rematada con una hoja curva. Había incluso un arte marcial creado solo para ellas. Además, existieron mujeres ninja, espías, especialistas en infiltración y asesinato silencioso”, narra Ernest.

Sólo nos han contado la mitad de la historia del Japón feudal. La otra mitad la dejaron en la sombra”, remata.

La enigmática Juana de Arco

Y llegamos a ella. Bendriss pronuncia su nombre con un respeto casi religioso: Juana de Arco. La heroína por excelencia

“Orleans fue el Stalingrado francés. Si caía Orleans, Francia desaparecía. Ningún general la había liberado hasta que llegó una joven de 17 años y lo consiguió, pero lo fascinante de Juana no es solo lo que hizo: liberar Orleans, arrastrar a un ejército entero... Lo fascinante es que durante su juicio no se retractó. Si hubiese simulado locura, si hubiera dicho que las voces eran un error, si hubiera pedido perdón, la habrían estrangulado antes de quemarla, como a otras. Pero no lo hizo. Murió viva, gritando el nombre de Jesús. Eso no lo hace una farsante”, asegura Bendriss.

Después de su muerte surgieron imitadoras por toda Francia, mujeres que decían ser ella. Un fenómeno que él compara con el de las influencers actuales: aparece un modelo que encarna un ideal y, de repente, miles quieren ser como ella.

Pero Bendriss es categórico: “Hoy no existe una Juana de Arco. Todavía no ha nacido la del siglo XXI y no creo que nazca”.

¿Y hoy? ¿Una mujer sería distinta en la guerra?

Aquí es donde el historiador suelta su frase más provocadora: “Una mujer en la guerra no es igual que un hombre: es mejor. Tal vez no en fuerza física ni en testosterona, pero sí en resistencia, disciplina y determinación”.

Mujeres en el ejército

“Las rusas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial lo demostraron. Mujeres que, con una bala en el pie, seguían avanzando mientras hombres de su unidad estaban ya fuera de combate”, recuerda.

Las rusas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial lo demostraron. Mujeres que, con una bala en el pie, seguían avanzando mientras hombres de su unidad estaban ya fuera de combate

Bendriss sostiene que si mañana estallara un conflicto global, el papel femenino sería enorme. Y no lo dice desde una mirada utópica o teórica sino desde el más puro conocimiento. “Ellas están entrenadas, dispuestas y preparadas. El concepto de guerra ha cambiado. Hay drones, inteligencia artificial, combate a distancia. Pero matar sigue siendo matar. Y la mujer, si recibe esa orden, lo hace sin dudar”, zanja.

Historia incompleta

Para terminar, este historiador apasionado de su profesión y dedicado en cuerpo y alma a dar a conocer pequeños hitos que han hecho del mundo lo que es hoy, confiesa cierta frustración (por no decir enfado).

“Cada generación repite los mismos cinco nombres masculinos. Julio César, Alejandro, Napoleón… Pero no saben quiénes eran Lidia Litviak, Tomoe Gozen, las soldaderas, Milunka Savić, las Brujas de la Noche. La mitad del relato sigue sin contarse”, apunta.

Hay estudiantes universitarios que no tienen ni idea de quién fue Manuela Malasaña

Pero va más allá: “Hay estudiantes universitarios que no tienen ni idea de quién fue Manuela Malasaña, y hablo de España. O que nunca han oído hablar de mujeres en combate. Es imposible entender la historia así. Por eso, este libro es un homenaje a las que lucharon por su país, por su pueblo, por su familia. Y también para recordarnos que la ciudadanía, hombres y mujeres, tiene la responsabilidad de defender lo suyo cuando la historia se pone oscura”.

Al final, uno sale de hablar con Ernest Bendriss con una sensación clara: la historia de la guerra no es exactamente la historia que nos contaron. Falta medio ejército.