El Canal de Drake, el peor mar del mundo

Hilo Moreno 26/03/2016 09:55

La Antártida está separada del continente americano por una porción de mar donde se concentran constantes borrascas. El océano Atlántico se junta con el Pacífico y las corrientes que se generan, junto a las tormentas interminables, conforman lo que los curtidos marineros consideran el peor mar del mundo.

Son multitud los barcos que han naufragado en este trayecto que, en su cercanía con el extremo sur patagónico, pasa junto al famoso Cabo de Hornos. La navegación ha cambiado mucho en los últimos años. Ahora los sistemas de predicción meteorológica permiten encontrar un pronóstico adecuado para realizar la travesía en las mejores condiciones. A parte de ello, son muchas las mejoras en la navegación, como el uso de los satélites o del radar, que hacen que ya no sea tan arriesgada la singladura. Aún así, el mar es agitado: aunque se elija el periodo exacto entre una tormenta y la siguiente las olas suelen ser altas y el bamboleo del barco inevitable. Cuando uno cruza el canal de Drake, también conocido como Mar de Hoces, ha de estar preparado para pasar mucho tiempo en la cama, empotrado en su litera esperando la llegada a tierra y la aproximación a los resguardados canales patagónicos para poder moverse por el barco con cierta tranquilidad.

Nosotros emprendimos la navegación en dirección norte tras recoger a todos los científicos españoles y algunos extranjeros de nuestras instalaciones. Con el buque repleto de personal, nos internamos en el canal con un suave cabeceo del barco que fue creciendo sin parar hasta dos días más tarde. En la mitad de la travesía, las olas rondaban los cuatro metros y barrían la proa del barco rociando de agua salada los cristales por los que nos asomábamos los que permanecíamos aun de pie.

No era un mar demasiado bravío pero lo suficiente para marear al viajero e impedir cualquier actividad que no fuera descansar recostado o ver una película tranquilamente. Al cabo de tres días, el mar fue calmando sus aguas y entramos en los canales patagónicos de noche, cuando los pasajeros del buque dormíamos plácidamente en los camarotes. Amanecimos con el color verde de las costas patagónicas, un alivio para los ojos tras tanto tiempo entre el hielo del continente blanco. Con la tranquilidad de un mar plano como una balsa y sin el bailongo del barco nos aproximamos a la ciudad de Ushuaia, donde atracamos una luminosa mañana.

Puse pie a tierra finalizando la campaña antártica y dejando atrás un par de meses de blancura helada, apoyo a la ciencia y trabajo en equipo con el resto de mis compañeros. Un año más me despido de la Antártida esperando, con la misma o mayor ilusión que el primer año, no tardar demasiado en volver a esa tierra virgen y salvaje en la que tengo la suerte de trabajar.