Palabra de explorador: ya puede lloverte o nevarte, los viajes en bicicleta merecen la pena por esto

eltiempohoy.es 09/08/2017 18:04

Despertamos en la ciudad de Ulm tras dormir en una habitación con techo y camas por primera vez en muchos días y el sol golpeaba la cama con suavidad. Por fin había dejado de llover y, aunque cubierto, aparecían los primeros rayos de sol que hemos logrado ver en este viaje.

La última de las jornadas, aquella en la que habíamos llegado hasta Ulm, no había dejado de llover en absolutamente todo el día. Por fin habíamos descansado cómodamente en una cama y no había ni rastro de lluvia. Parece que nuestra suerte ha cambiado.

Ese día logramos por fin hacer una etapa más larga, disfrutar de los paisajes, y Sara pudo jugar en los numerosos parques infantiles que encontramos por el camino. Acabamos de entrar en Bavaria y abundan los 'bier garten', grandes jardines al aire abierto donde se sirve cerveza local y especialidades de la zona. Como gran aliciente tienen parques de columpios enormes y muchas veces animales de granja u otros entretenimientos para niños. Muchos de estos lugares están en medio de caminos rurales y son la mejor pausa para el ciclista.

Alargando la jornada de esa manera, entre cervezas y paradas para ver animales se nos hizo un poco tarde y cuando llegamos a la localidad donde se supone que debería estar el camping éste resultó estar cerrado.

Uno de los aspectos diferentes de viajar con niños es que, en principio, conviene que todo esté bastante planeado, o al menos ayuda. Viajando sin niños, si en un momento dado uno no tiene apenas comida o alojamiento ,pues esa noche cenará de manera frugal y dormirá al raso o montando la tienda de campaña en cualquier rincón. Sin embargo, a la hora de viajar con tu hija, como es nuestro caso, uno no puede mandarle a la cama (o al saco) sin cenar, o que duerma en cualquier lado. Por lo que nos vimos, de repente, apurados sin cena y techo para Sara; entonces empezó lo chulo del viaje, la parte realmente interesante.

Un hombre regaba las plantas en el jardín de una antigua granja junto a una esquina donde nos habíamos parado y no tardamos en preguntarle por algún camping cercano. Nos dijo que no lo había, pero nos invitó a acampar en el jardín de su granja.

Abrió un gran portón y entramos con nuestras bicis. Un bello jardín apareció frente a nosotros, sembrado de manzanos, ciruelos y hierba fresca. En ese prado levantamos nuestra tienda, separados por una valla de un gallinero y bajo la sombra de un gran manzano. Cuando nuestro campamento estuvo montado, nos reunimos con el resto de la familia bajo un techado. Una cesta de ciruelas, huevos, zumo de manzana, galletas, vino tinto y otras viandas nos esperaban en la mesa.

Se hizo de noche y pasamos largo rato conversando, comiendo y bebiendo. Nos hablaron de ellos, de la región donde vivían y de la granja que habitaban. Nos recomendaron lugares a visitar en nuestro camino y nos aconsejaron los platos bávaros que no podíamos dejar de probar en nuestro viaje. También sacaron juguetes para Sara que, tras jugar con ellos, quedó adormilada al arrullo de nuestra conversación.

En una época en que el viaje ha podido quedar desvirtuado y donde es posible moverte por un país disfrutando solo de las cosas creadas y dirigidas para el turista, cada vez es más difícil tener contacto real con la población local. La ruta del Danubio, pese a pasar por varios países y culturas diferentes, es famosa en todo el mundo y, en cierto modo, es turística, con una cierta infraestructura creada para esa demanda (al menos en lo que respecta a Alemania y Austria, más adelante es otra historia). Es por ello que estas oportunidades de conocer el mundo local sin más interferencia que el idioma han de ser aprovechadas al máximo y constituyen, al echar la vista atrás, la parte más auténtica de la experiencia.