VaLaNota me ha traído bellos recuerdos

telecinco.es 10/07/2008 22:22

Buenas tardes, coleguis.

Algunas obligaciones contractuales me obligaron hoy a irme de papeleo al edificio bonito de los jefes, donde los ascensores elegantes que te suben mientras observas las bonitas vistas hacia el plató de La Noria hacen un ruido de mil demonios. En el tercer piso está la gente importante y todas las plaquitas de los despachos tienen apellidos como Luca Bartiglioni, Tortini Di Piucca y Laura Pausini y cosas así. A la vuelta, hambriento ante tanta belleza, me paré en la cafetería y me compré una napolitana de chocolate.

Ahí empezó el drama.

Las napolitanas de chocolate de la cafetería son excesivamente pequeñas. Aseguraría que provienen de una de esas bolsas con 20 napolitanas que venden en el Carrefour -y cuya frescura dura unos cinco minutos tras abrir el envase- y ni siquiera tenían virutas de chocolate en la superficie, sino nueces. ¡¡Nueces!!!

Que somos personas, no castores.

Volvía cabizbajo hacia el edificio G cuando me crucé con el plató de Valanota, que empieza a emitirse el lunes. Resulta que han empezado a grabar ya. Y yo, que tengo la cabeza en cosas mil veces más importantísimas, no me había dado ni cuenta. Obviamente, saltándome todas las medidas de seguridad pertinentes, me planté allí. Valanota y yo tenemos una relación muy complicada desde el principio porque allí debería estar el plató de El juego de tu vida. De todos modos, una de las primeras cosas que vi hoy al entrar fue bello y esperanzador: la plataforma donde se sentaban los familiares y amigos del concursante de EJDTV, con su pulsador comodín para evitar alguna pregunta, seguía allí, en una esquinita, cubierta con un plástico.

No pude evitar derramar una lágrima mientras acariciaba su superficie. "Volverás conmigo", pensé.

Después empezaron a grabar VaLaNota. VaLaNota no tiene mucho misterio y sencillamente hay que reconocer canciones tras las primeras notas. Las canciones son variadas y populares para todos los públicos, por ejemplo:

El tercer programa, que se grababa hoy, sigue dando tantos problemas como el cero, el primero o el segundo. O el décimo. La maraña de pulsadores que no iban, de interrupciones porque en las pantallas no salía lo que tenía que salir o porque la orquesta no había precisamente dado la nota en ese instante, me recordó a lo que viví yo mismo hace unos dos años. Lo cual nos da para inaugurar una sección en la que los datos autobiográficos y todos aquellos hechos que han convertido a El Pasillero en la persona que es hoy tienen cabida.

Aquí está:

Qué bonito. Hace cosa de dos años quiso el sentido del humor y algunos enredados giros del destino que trabajase como guionista en un concurso cuya idea original, tóquense abajo, era mía a medias también. El concurso, de media hora de duración, tardó en grabarse en su primer día once horas. Algunas secciones desaparecieron de repente porque era completamente imposible llevarlas a cabo. A nadie del equipo se le había ocurrido jugar realmente al concurso, sin ser sobre el papel, para comprobar si aquello era factible. El sistema informático de los marcadores ponía puntos a quien no los tenía y llamaba Mumú a quien se llamaba Josefina. La grabación duró tres semanas. El programa, poco más.

El teclado táctil se estropeaba cada vez que una mota de polvo o una rata dentuda se posaba sobre él. Los focos eran limitados y si algún concursante se movía dos milímetros se quedaba a oscuras. Como nunca había suficientes folios, a veces las hojas de soluciones consistían en hojas de soluciones de cinco días antes recicladas con tachones.

Una vez me olvidé esas hojas de soluciones en la sala de los concursantes minutos antes de comenzar el programa. Una pareja acertó absolutamente todo ese día. Mientras todo el equipo se miraba extrañado y se preguntaba cómo habría podido ser, yo puse esta cara:

De vez en cuando el encargado del sistema informático se ponía enfermo y yo, la única persona capaz de borrar archivos en un ordenador apagado, era el encargado de ponerme en su lugar.

-Tú -me decía el director-. Ponte en su lugar, que te sientas a su lado y algo se te habrá pegao, digo yo.

-Bueeeeeeeno -respondía yo moviendo mi silla treinta centímetros y mirando con desconfianza la pantalla.

Esos días los programas solían extenderse hasta adquirir la duración de los filmes de Tarkovski y ningún concursante se llamaba comose tenía que llamar, tenía los puntos que tenía que tener ni los paneles salían cuando tenían que salir.

Una vez un concursante se quejó repetidas veces de que el teclado táctil no iba y no podía escribir sus respuestas.

El informático, los ayudantes de realización, el eléctrico, el cámara, hasta la maquilladora fue a ver qué le pasaba al teclado. Estaba perfecto.

Entonces el realizador, con un cabreo gigantesco, se fue a hablar con él para darle cuatro gritos y volvió a los cinco minutos con el rostro blanco:

-¿Es que no lo habéis visto? -tronó su voz de cantinero-. ¡¡¡EL HIJO PUTA ES MANCO!!!

Mañana celebraremos un divertido viernes en el que me rasco la barriga el Pasillero comenta los comentarios. Ojo, recordando siempre que yo tengo menos palabra que un alcohólico.