Duquesitas y duquesitos. Quesitos, en general.

telecinco.es 04/09/2008 02:10

Mucho pasillero, mucho pasillero pero hace días que no piso ni un sólo pasillo de Telecinco. Si ayer me enviaban al estreno de la última película de un director oscarizado, hoy me personé en el estreno de la nueva temporada de Sin tetas no hay paraíso, sito en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid (lugar al que he ido ya varias veces y jamás vi a nadie practicando ningún deporte, a menos que Kylie Minogue resbalando pueda considerarse patinaje artístico).

El estreno de hoy me gustó mucho más: si el de ayer estaba lleno de intelectuales, el de hoy estaba lleno de fans histéricas, que se desgañitaban gritando los nombres ficticios de todo el que pasaba. Me encantan las fans histéricas, que se dejan dinero, sueño y cuerdas vocales en alguien que no sabe que existen ni nunca lo sabrá. Hacen de todo sin conseguir nada a cambio. Eso en mi pueblo se llama amor incondicional y hay parejas que llevan veinte años casadas que todavía no han oído hablar de ello. Pero las fans de el Duque lo tienen como credo.

Además, aquí estaba Lucía Riaño. Siempre delgada, siempre hermosa:

Pero a lo que iba, si hay algo que me gusta todavía que una fan incondicional del Duque es... un fan incondicional del duque. La proporción es de 10 a 1: no hay imagen más bella que la de ese muchachito de trece o catorce años que ha acompañado a nueve de sus mejores amigas a pegarse a una valla para ver al Duque y que resulta que es el que más grita de todas ellas. No es que también idolatre al Duque, es que probablemente lo idolatra el triple y, más probable y tristemente, en silencio. Y me atrevo a decir, sin querer dar a entender que sus amigas son tontas ni nada, que es él el único que sabe cómo se llama el actor que lo interpreta en la realidad, pues se ha aprendido su nombre y apellidos a fuerza de buscarlo en el google o en otras webs y foros de popularidad no tan extendida.

Pues eso, que los duquesitos merecen una mención. Existen. Están ahí y los hemos visto. También sufren y padecen. Respétalos.

En cualquier caso: pese a ser tan fan -precisamente- del fenómeno fan, debo decir que lo de hoy me decepcionó un poco. Las duquesitas y sus mejores amiguitos, los duquesitos, hacían su labor, que era chillar como hienas gonorreicas, dando buena fe de su admiración y del entrenamiento de sus gargantas... pero no iban más allá.

¿Qué ha sido de aquellas fans de Take That, de New Kids on the Block, de Brandon Walsh y Dylan McKay o de Quimi y Valle, que colapsaban aeropuertos no hace mucho y montaban auténticas tragedias griegas sobre la inestable superficie de una valla de seguridad? Los fans ya no son lo que eran. Un buen fan se escribe con sangre el nombre de su ídolo en la frente, se juega su futuro pasando de ir a clase para verlo de lejos, pone en juego sus horas de sueño y su orden alimenticio y desarrolla la cualidad de odiar a todos los hombres que no sean su objeto de deseo, empezando por su mismísimo padre. Un fan de verdad, en resumen, es un auténtico psicópata tarado y peligroso. Y sin embargo, lo que hoy teníamos en el Palacio de los Deportes eran una excursión de alumnas del colegio de la orden de las Hijas de la Purísima Virgen María.

Especial atención merecen estos hechos:

Durante la llegada del reparto, que se extendió más o menos durante una hora, alguna cabeza de brillante lucidez decidió poner la sintonía principal de Sin tetas no hay paraíso en bucle. Fueron noventa minutos escuchando esto:

Te estorbarán, te admirarán, aunque no quieras te amarán. Cuando pienses que no eres tú, siempre, siempre serás tú. Dale al flash si pierdes el compás, que tu imagen brille como si, no hiciera falta más luz para triunfar.

Hay opiniones encontradas sobre si la letra de este tema la compuso Burt Bacharach o por el contrario se basa en un poema compuesto por Rafael Alberti. En cualquier caso, no es necesario decir que más de un fotógrafo de los presentes acabó canturreando el tema con los ojos en blanco mientras se lo llevaban en ambulancia. A los que nos quedamos no nos esperó mucho mejor destino: moríamos de frío y hambre.

Una vez acabó el asunto fuera, había que entrar a ver la proyección. Y de nuevo me entré con el problema de siempre: no hay un pase que responda de forma rigurosa a la tarea de un pasillero. Cuando mis compis de Telecinco.es explicábamos al gorila de la puerta porqué debíamos entrar, la cosa fue así:

-Pues yo -dijo una- he de hacer un directo ahí dentro cuando se sorteen los regalos.

-Yo -dijo uno de rastas- soy el cámara y debo entrar para grabarlo todo.

-Yo -dijo el de mi lado- llevo estos cables y estoy en contacto con la central en Telecinco para que nos den paso.

-Yo -aclaré cuando llegó mi turno-. Yo…

“Yo tengo que entrar a cotorrear, básicamente, a ver qué pasa, para luego dar mi opinión al respecto como si alguien me la hubiese pedido. Ah, y también a robar botellas de agua y decidir si lo que dan de comer me parece bien o mal”, estaba a punto de responder. Pero como el gorila ya debía de estar hasta el gorro de gente que explicaba lo que iba a hacer y lo que no, le bastó que le respondiese:

-Pues yo, sencillamente, tengo que entrar con ellos.

-Pues pasad.

-Uh uh uh -exclamé victorioso.

Que nadie se tome lo de robar botellas de agua como una hipérbole: he descubierto que en el Palacio de los Deportes el agua es gratis, como en Telecinco. Allá donde hay un equipo técnico o un grupito de azafatas que esperan servir a alguien, hay una caja con botellas de agua. Y basta con decir: "¿me das una?" mientras pones cara de corderito degollado para ahorrarte los 2,50 euros que cuesta esa misma botella en el bar.

El pasillero siempre al rescate, con soluciones para el ahorro en tiempos de crisis. Si alguien me pusiese a cargo de la Organización Mundial de la Salud iba a acabar con la sed en toda África.

Durante la proyección del capítulo fue hermoso ver al público vibrar ante las heroicas azañas de la gente que aparecía en pantalla. Su total entrega y completa interacción con los protagonistas, incluyendo reproches y consejos a grito pelado, me enterneció como si aquellos cientos de duquesitos y duquesitas no hubiesen pisado jamás un cine. Si no fuera por el color y el sonido hubiese jurado que estaba ante la proyección de Asalto y robo de un tren. Cuando terminó el capítulo apareció una de las presentadoras que desde el primer día es musa de este blog, Lucía Riaño, para sortear unas cosas que el Duque había tocado (seguramente sólo con los dedos, para desgracia de duquesitas y, sobre todo, de duquesitos).

El planteamiento era original: iban a llamar a tres números de móvil de entre todos los de las duquesitas -y duquesitos- presentes, y aquellos tres que respondiesen se llevarían un bolso, unos pendientes y un reloj. No hace falta que diga que mis ganas de que le tocasen el bolso o los pendientes a un duquesito eran gigantescas, pero no pudo ser.

En su lugar, cuando el primer número de móvil sonó, una mujer comenzó a hacer aspavientos y chilló desde una grada:

-¡¡Aquí, aquííííííí!!

Y entonces, recuperando el esplendor de las viejas fans de Take That que antes mencionaba, una duquesita que estaba en la grada de enfrente le respondió:

-¡¡¡¡HIJA DE LA GRAN PUTA!!!

Y a partir de aquí, las tres ganadoras se dieron abrazos y besos con el Duque, ese asesino a sueldo que las tiene a todas enamoradas desde el televisor. Cuando salía del Palacio de los Deportes y me volvía a casa me crucé con una pareja de dos kinkis que pusieron los puntos sobre las íes a la profesionalidad del criminal:

-Yo si quiero robar me vengo al barrio de Salamanca y atraco a una vieja, no le robo a una pobre anciana de Lavapiés.

-Por supuesto -dijo el otro.