La tele que me emociona y entretiene

telecinco.es 11/09/2019 08:14

Trevor Noah se dio cuenta siendo niño de que era demasiado negro para los blancos y demasiado blanco para los negros. Noah, el niño prohibido, es hoy estrella de la televisión, presentador del programa ‘The Daily Show’, una de las voces críticas de América (los estadounidenses llaman “América” a su país, como si no hubiera nadie más en el continente) y azote de Donald Trump. Su infancia fue demasiado dura. Pronto descubrió el desprecio y la incomprensión de la sociedad. La crueldad del racismo. Y la pobreza. Y los malos tratos. Su biografía se titula ‘Prohibido nacer’. El complejo de criminalidad estaba más que justificado. Noah era ilegal ante una ley que pretendía impedir en Sudáfrica el ayuntamiento de un hombre blanco con una mujer negra. Como él mismo dice, su madre era “muy negra” y su padre “muy blanco”.

La madre de Noah vivió completamente sola. No podía dejarse ver con el padre de su hijo. “Yo solamente podía estar con mi padre de puertas adentro. Si salíamos de la casa, él tenía que cruzar a la acera contraria a la nuestra”, dice el presentador y cómico en su biografía. Y añade: “Mi madre y yo solíamos ir todo el tiempo al parque que da nombre a Joubert Park (el Central Park de Johannesburgo). Mi madre cuenta que una vez, cuando yo era muy pequeño, mi padre intentó ir con nosotros. Estábamos los tres en el parque, él iba caminando bastante lejos de nosotros y yo eché a correr hacia él, chillando”. Su padre se aterrorizó. Le entró el pánico y echó a correr. El niño, creyendo que estaba jugando, se puso a perseguirlo. “La gente empezó a mirar”, cuenta Noah.

¿Por qué decidieron no emigrar a Suiza? Se lo explicó a Noah su madre: “Porque no soy de Suiza. Este es mi país. ¿Por qué tendría que marcharme?”. Irse nunca fue una opción. No como una imposición. De Suazilandia era el padre. Dice que ha preferido no leer las memorias de su hijo. Quizá para evitar tener que rememorar momentos tan duros como cuando con nueve años le tuvo que tirar de un coche en marcha para salvarle de una muerte segura. O su matrimonio posterior con un hombre que le disparó en la nuca (a la madre, de lo cual salió viva) y les maltrató durante años. Pero me gusta imaginar que lo ha leído a escondidas, en la soledad de su dormitorio. Aunque nunca lo vaya a reconocer.

Tampoco pasó Noah la prueba del lápiz. En Sudáfrica los negros se podían postular para ser blancos. Era un disparate de prueba. Los chicos tenían que meter un lápiz entre su pelo. Si caía era blanco. Si quedaba enredado en el pelo era negro. El funcionario también tenía en cuenta los rasgos faciales del aspirante. Los pómulos, la anchura de la nariz. Toda una vida al albur del capricho de un funcionario. Cuenta Noah: “Podía marcar la casilla que le pareciera a él y así decidía dónde podías vivir, con quién te podías casar y qué trabajos, derechos y privilegios te correspondían”.

Veo a Noah más negro que blanco. Aunque, ya sabemos, era demasiado negro para los blancos y demasiado blanco para los negros. De Noah, el niño prohibido, parece hablar Calderón en estos versos de ‘La vida es sueño’: “Ya que me tratáis así / qué delito cometí / contra vosotros naciendo; / aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido”. En Sudáfrica dos grupos oprimían a los negros: los británicos y los afrikáneres. El racismo británico decía: “Si el mono puede andar como un hombre y hablar como un hombre, quizás sea un hombre”. Pero el racismo afrikáner concluía: “¿Por qué darle un libro a un mono?”.

Por cierto, esta noche comienza Gran Hermano VIP. Seguro que ya lo saben. Pero igual desconocen que me he sentido mono algunas veces viendo o comentando este programa demasiado controvertido para quienes demandan una televisión blanca y demasiado blanco para los que buscan mayor polémica. Aunque deberíamos empezar por definir la televisión blanca y familiar, lo cual suele ser una enorme etiqueta puesta para no dejar ver lo que hay debajo. Como espectador me he sentido vapuleado y despreciado. Me han mirado por encima del hombro de forma prejuiciosa. ¿Y qué? ¿Acaso soy yo de Suiza? ¿Tengo que pasarme a 'Antena Suazilandia'? Tampoco fue una opción en momento alguno.

El apartheid televisivo es mucho menos lesivo y doloroso. En absoluto quiero hacer comparación de ningún tipo con lo vivido por Noah. Nada que ver, empezando porque su talento le ha llevado a comprar un ático de Manhattan por 10 millones de dólares y a mí me cuesta pagar el alquiler. No pretendo comparar, solo que esa brillantez con la que Noah describe su historia me ha servido para decir que yo tampoco me haré la prueba del lápiz. Entre otras cosas porque no tengo pelo donde sujetarlo. Soy negro, y no quiero ser blanco. Quiero seguir viendo la tele que me gusta y contraría. Esa tele que me emociona y entretiene. Que convierte en tema de conversación durante días una crema de cacao desaparecida o una copa de ginebra guardada en una nevera. La que nos tiene en vilo por un cepillo de dientes, ya esté roto o restregado por un retrete.

Seguramente no faltarán quienes digan que les gustaba o emocionaba más antes, que el programa hoy no es lo mismo. ¡Claro! Nosotros tampoco somos los de antes. El programa ha evolucionado y es ahora más maduro, con gran parte de su audiencia cedida por otros formatos. Aunque no lo crea el lector, si fuera exactamente igual que hace diez años posiblemente perdería la mitad de su audiencia actual. O sea, moriría. Todo cambia. Bueno, no todo, hay alguna excepción. Porque quienes lo vemos seguimos siendo demasiado negros y demasiado blancos a la vez. No dejan de desear que nuestro gusto cambie. Y de preguntarse por qué dar un libro a un mono.

Debemos asumir que hay quien se desvive por odiar de forma activa y militante este programa. Siempre estarán ahí. Es como el prospecto de las medicinas, da igual por dónde abras la caja que siempre te toparás con el molesto papelito. En nuestra orilla, la de los que todavía disfrutamos de esto, muchos dicen que no es VIP todo lo que reluce. Pienso que no es casual. La combinación de ultrafamosos con casi desconocidos hace que sea una especie de edición híbrida, en la que a muchos no nos son familiares un buen puñado de concursantes. Personalmente lo agradezco, y no puedo dejar de pensar que en ediciones anteriores del VIP algunos medio anónimos aportaron e hicieron mucho más que el resto para llevar a buen puerto la nave de Gran Hermano.

Como dije antes, yo también he cambiado. Y cambiaré de nuevo con lo que viene. Pero más que nunca tengo claro lo que le pido a Gran Hermano. En primer lugar, entretenerme. Luego, poder seguir contando historias, como esa tan impactante que encabeza este escrito. Aunque a partir de mañana tendrán relación con lo que suceda en la casa más conocida de Guadalix de la Sierra. O no.

Estoy seguro de que lo vamos a pasar bien juntos. Una vez más.