Pies de mujer muy mayor en Chernobil

telecinco.es 08/12/2009 15:14

Era una viejita con ojos azules transparentes y muchas arrugas en su piel quemada por el frío. Vivía rodeada de material radiactivo pero no quería abandonar su casa. En su chimenea quemaba leña contaminada, comía hongos recogidos en el bosque de toda su vida y no quería creerse que aquello que no se veía, podía traerle la muerte.

El medidor del peligro alertaba de que sus vidas estaban en el borde del precipicio pero nunca lo creyó. Siguió poniéndose sus zuecos de goma y sus medias de lana para salir a la calle nevada y nos sonrió.

A veces me acuerdo de ella, de sus cientos de arruguitas, de sus ojos de mar soñado, de sus manos metidas en unos guantes de lana caseros de varios colores y deseo que siga haciendo su vida sin miedo y sobre todo, que siga viva. Porque el traductor que nos acompañaba, Victor, murió hace unas semanas y esa noticia dolorosa me volvió a recordar un viaje de trabajo que nunca olvidaremos en 'Diario de...'.

Chernobil fue noticia para el mundo entero cuando ocurrió pero ya casi nadie va allí para saber cómo han pasado los años y cuáles han sido los estragos de aquel accidente mortal. Así suele ser nuestro trabajo, así de intenso en los primeros momentos y así de poco interesado en lo que pasó después: a mí eso me sigue gustando muy poco pero reconozco que pedir lo contrario es, casi siempre, nadar contra corriente.

Estos días vuestros comentarios son, a veces, difíciles de digerir; otras son inyecciones de fuerza que recibo con mucho agradecimiento y otras son críticas que leo con atención y me hacen reflexionar. Todas valen para algo, unas para bien y otras para mal, pero todas valen.

Cuando algunos me insultan llamándome vieja o chocha o me recomiendan cremas para mis arrugas, me acuerdo de personas mayores que merecen tanto mi respeto y mi envidia: han cumplido años, han aprendido cosas y siguen vivos.

¡Son tantos los que tenía cerca que no pudieron llegar a tener esas arrugas!

Me gustan las personas mayores, me gusta su mirada, sus manos, su ironía, sus silencios. Me gusta ver cómo luchan para no dejar de ser independientes y cómo se rinden, a veces con sentido del humor, a sus limitaciones y su deterioro.

Tengo muy cerca a dos de ellos que veo cada día que puedo y sólo pido que me ocurra a mí lo mismo, que tenga su misma curiosidad, su misma risa al hacerse viejos. Nunca admitiré como un insulto el paso de los años y el que lo hace no sabe cuánto ridículo hace delante de mis ojos.