Cultura y entretenimiento

El auge de las clases de costura como hobby: "Tenemos abogadas o directoras de empresa que vienen a desconectar"

Blanca Sáez está al frente de La Retalera
Blanca Sáez está al frente de La Retalera. Javier Sánchez
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MadridSon las 12 de la mañana y el repiqueteo de las máquinas de coser es incesante en el taller de La Retalera, en la última planta de un edificio histórico, en pleno centro de Madrid. Blanca Sáez y Lidia Villamil están al frente de este espacio para aprender costura que un día entre semana a mediodía hierve de vitalidad. El sonido de una puntada mal tirada alerta a las profesoras: “¡Espera, que eso no va bien!”, dicen a una alumna. Y con una sonrisa reencauzan su trabajo.

“Ahora que se pone etiqueta a todo podríamos definir lo que tenemos aquí como un círculo de mujeres. Aquí se cose, sí, pero también nos contamos nuestras cosas. Es como lo de sacar las sillas al fresco para hablar con las vecinas que se ha hecho toda la vida”, explica Sáez, que empezó con el proyecto de La Retalera hace 13 años. “Yo estudié moda en los 80 en Madrid. Veía a Sybilla, a Antonio Alvarado y quería ser como ellos. También tuve la figura de mi abuela como referencia. La máquina de coser antigua que tengo en la puerta era de ella”.

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Dos alumnas cosen en La Retalera

La pandemia supuso para Saéz, como para todos, un punto y aparte. Cambió su modelo de negocio: “Estaba muy centrada en trabajar con telas de Japón y Estados Unidos, que eran perfectas para complementos como bolsas, monederos… Con las restricciones del Covid tuve que empezar a traer de Europa y vi que eran telas diferentes, que se prestaban, sobre todo, a la confección”, cuenta Sáez. 

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Un espacio para relajarse

Con el cambio de rumbo también cambió el público que llamaba para apuntarse a clase. “Comienza a llegar gente de más edad, de 40 años en adelante. Un 40% de la gente que viene aquí tiene de 45 años en adelante... Al principio había mucho de terapia, de volver a relacionarse con gente después de lo que pasamos en la pandemia. Tenemos mujeres que son abogadas o directoras de empresa y que vienen del despacho o de la oficina directas a desconectar. También las que teletrabajan, que quieren salir un poco, encontrarse con más gente… Y jubiladas que vienen con otro rollo, sin prisa, paran para charlar un poco, para tomarse un café… Buscan calma, porque la calma es importante para coser”.

Explican las responsables de La Retalera que, en los últimos años, el número de academias para aprender a coser se ha disparado. Entre las causas apuntan “una cierta necesidad de volver a trabajar con las manos después de estar todo el día con el ordenador o el móvil. Coser, como pintar o muchas otras disciplinas, exige una atención plena”.

Aprender a coser exige de los alumnos concentración

En esta academia, ubicada en la última planta del edificio, no se enseña a ser modista, sino que todo tiene “un tono lúdico”. Las clases son multinivel, de modo que mientras una alumna aprende a poner una cremallera otra puede estar haciéndose ya un abrigo forrado. “Eso sí, aquí no se pierde el tiempo. Nos comprometemos a que, en el plazo de un mes, la alumna sale ya de aquí con una prenda cosida por ella misma. En ese momento, todo el mundo la aplaude. Es bonito porque si piensas en ello, ¿cuándo fue la última vez que te aplaudieron por algo?”.

La creación de una prenda propia entronca con otro tema importante en la sociedad actual, el excesivo consumismo. “Cuando tú te has hecho algo con tus propias manos y sabes lo que te ha costado hacerla tiendes a otorgarle un valor mucho mayor. Cuidas más esa prenda de ropa porque la sientes como tuya”, cuentan desde La Retalera. 

Blanca Sáez da indicaciones a una de sus alumnas

De la costura como necesidad a la costura como 'hobby'

Las risas y las confidencias que se escuchan en las clases de La Retalera resignifican también un oficio, el de coser, que no siempre tuvo ese carácter lúdico que ahora posee. “La costura dio de comer a la España de la posguerra. Y eso generó un rechazo en las generaciones posteriores, porque asociaban el universo de las modistas que cosían en casa para sacar un dinero extra con una situación de pobreza. Aquí se le da una vuelta de tuerca: lo que hacemos es darle una herramienta a las alumnas para que luego cada uno se cosa lo que quiera en casa”.

Pese a que la costura está muy de moda, quedan asignaturas pendientes, como es la incorporación de los hombres a este universo. “Ahora mismo tenemos 60 alumnos y solo dos son hombres. Jóvenes, además”. En cuanto al rango de edad, hay desde personas de 16 años a otras que pasan de los 70. “Ese contacto intergeneracional es maravilloso, resulta muy enriquecedor ver las reacciones de unas y otras cuando dialogan… Las mujeres mayores se sorprenden mucho con los jóvenes, sobre todo si, como les pasa a algunas, no tienen nietos”, explica Sáez. Coser y cantar y, sobre todo, coser y contar(se).