BRICOLAJE

Toño, el ferretero influencer: “El taladro no muerde, perderle el miedo también es madurar”

Toño posa en su ferretería
Toño posa en su ferretería. TE
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Hay un momento en la vida en el que el cable suelto del flexo, la cisterna que gotea en el baño de los niños o el enchufe que ha dejado de funcionar en la cocina se convierten en pequeños dramas domésticos o… en señales de madurez. O al menos eso piensa Toño, ferretero de toda la vida en Castellón, que lleva más de un año grabando vídeos para enseñar en las redes sociales algo que, según él, cualquiera puede aprender: “Todo el mundo es capaz de hacer bricolaje. Lo que pasa es que la gente tiene miedo. Mucho miedo”.

Y lo dice con la calma de quien se ha pasado la vida entre martillos, tornillos y clientes que entran a la tienda con la foto de Amazon en el móvil preguntando si tienen esto o aquello. Toño sonríe sólo de pensarlo. “Amazon hace daño, claro, pero también las grandes superficies o el bazar de la esquina. Lo que no te da Amazon es la explicación. Aquí vendemos producto, pero también servicio”, asegura.

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Y si de algo puede presumir Toño es de explicar minuciosamente todo lo referente a un mundo que le apasiona. Lo hace en la tienda, pero también en @elferretero_escrig, su canal oficial en Instagram. Una cosa, por cierto, redunda en la otra. “Antes vendía diez unidades de un producto y ahora, si hago un vídeo, vendo treinta. Por ejemplo, un artículo que se llama paella fácil, un imán para centrar la paella en el fuego, vendimos 120 unidades y estoy seguro de que sin los vídeos no habría vendido ni uno”.

En sus vídeos, Toño habla como lo haría con un vecino que entra a la tienda a pedir ayuda. En uno explica cómo cambiar una llave de paso. En otro, cómo montar una estantería sin destrozar la pared. Y en todos deja un mensaje común: “No hace falta ser manitas para hacer cosas en casa. Hay que perder el miedo”.

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No hace falta ser manitas para hacer cosas en casa. Hay que perder el miedo

El miedo, precisamente, parece el gran enemigo del bricolaje. En los comentarios de sus publicaciones se repite el mismo patrón: “Yo es que soy un desastre”, “Seguro que la lío”, “Prefiero llamar al fontanero”. Toño se encoge de hombros. “La gente tiene miedo al taladro. Lo veo todos los días. Pero un taladro no te va a morder. Ni un enchufe. Si bajas los plomos, no te va a pasar nada. De verdad. Es muy difícil electrocutarse: de los dos cables, uno ni siquiera lleva corriente. Ya tienes un 50% de posibilidades de acertar”, bromea.

Paciencia y curiosidad

El humor es una constante en su forma de enseñar. “El bricolaje no es un don. No eres un pintor, eres una persona que quiere apretar un tornillo o cambiar un grifo. Con un poco de paciencia y algo de curiosidad, se puede hacer casi todo”, comenta. 

Lo dice alguien que se está construyendo su propia casa en la montaña. “Lo gordo lo hace un obrero, claro. Pero el techo lo he puesto yo con mi padre y un compañero de trabajo. En un fin de semana lo montamos. Me he ahorrado un buen dinero. Y además, la satisfacción no te la quita nadie”, explica.

Un hombre con un taladro revisa un agujero en la pared

Lo que Toño defiende es que la autosuficiencia doméstica se ha perdido. “Hace treinta o cuarenta años se daba por hecho que (en aquel tiempo) el hombre sabía hacer cosas en casa. En Sudamérica todavía es así. Allí lo normal es que la gente se lo haga todo. Aquí ya no. Aquí prefieres llamar a alguien antes que intentarlo”, reivindica. Y eso, en parte, dice, tiene que ver con cómo evoluciona la sociedad: “Vivimos más rápido, tenemos menos tiempo, y también más miedo al error. Queremos hacerlo bien a la primera, y si no, ni lo intentamos”.

El error más típico

Hay una anécdota que resume bien su filosofía: “El error más típico es pintar un mueble y empezar por la parte de arriba, la que se ve. No. Hay que empezar por la pata de detrás, la que no se ve, para probar el color y ver que es ese exactamente el que te gusta. La gente quiere el resultado, no el proceso. Y el bricolaje, como casi todo, es proceso”.

En la ferretería de Toño, entre destornilladores y rollos de teflón, hay más aprendizaje que en muchos tutoriales de YouTube. A veces entra gente joven, parejas de treinta años recién mudadas, y él les enseña desde cero. “Vienen y me dicen: ‘Nos hemos comprado un piso y queremos poner una estantería’. Antes te comprabas las maderas, las escuadras y lo montabas tú. Ahora todo viene en un kit, con anclajes automáticos y sin tornillos. Es más fácil, pero también menos educativo”, apunta.

Con un interlocutor como Toño no podemos dejar escapar la oportunidad de preguntar cuál sería la caja de herramientas mínima que todos deberíamos tener en casa. No duda: “Una llave inglesa, una tenaza, un destornillador plano, otro de estrella, un martillo y algo que corte, un cúter o unas tijeras. Con eso puedes hacer muchísimas cosas. Sin eso no haces nada”, zanja con absoluta confianza.

Una llave inglesa, una tenaza, un destornillador plano, otro de estrella, un martillo y algo que corte, un cúter o unas tijeras. Con eso puedes hacer muchísimas cosas. Sin eso no haces nada

No sorprende la ausencia de un taladro. “Si no eres manitas, no te lo compres. Lo usarás una vez y se quedará en un armario. Mejor tener un taladro familiar, que pase de padres a hijos. Al fin y al cabo, no se usa casi nunca”.

Mientras hablamos, Toño menciona varias veces a su padre, el origen de su pasión… y de su negocio. “Con siete años ya me hacía ayudarle. Para mí no era sólo un juego. Yo jugaba pero también arreglaba cosas. Nací con una ferretería en la puerta de casa”. Ese aprendizaje práctico, casi intuitivo, es lo que echa en falta en la educación actual. “En China o en Corea del Sur dan clases de cocina, de primeros auxilios, de cosas que te sirven para la vida. Aquí aprendemos sólo raíces cuadradas. Está bien, no digo que no, pero deberíamos enseñar también a cambiar una bombilla o arreglar un enchufe”, reflexiona.

Toño, en cualquier caso, no sólo reivindica el aprendizaje de este tipo de labores cuando uno es un niño. Cualquier edad es buena: “La gente me dice: ‘Yo ya tengo 50 años, eso no es para mí’. Y yo les contesto: ‘claro que sí’. Hay gente que empieza a tocar la guitarra con 50, ¿por qué no vas a aprender bricolaje a esa edad? Es más fácil todavía”.

Esa mezcla de cercanía y realidad sin artificios es la que explica su éxito. En una época en la que todo parece un tutorial con filtros, Toño graba con el móvil y para todos los públicos sin pretender ofender o molestar a nadie. “Yo no te enseño cómo lo tienes que hacer perfecto. Te enseño cómo lo hago yo. No digo que sea la mejor forma, pero funciona. Y no pretendo quitarle trabajo a nadie. Igual que si haces un vídeo de cocina no estás dejando sin empleo a los cocineros”, comenta.

Los vídeos, además de despertar vocaciones manitas, han devuelto vida a la tienda. “Hay gente que nunca había venido y aparece diciendo que me ha visto en Instagram. Eso es lo que más me gusta. Ver que lo que haces sirve para algo”.

El fenómeno del ‘hazlo tú mismo’ (DIY) no es nuevo, pero sí ha cambiado de público. Antes era terreno de jubilados o aficionados a los fines de semana de bricolaje. Ahora, dice Toño, lo practican los jóvenes: “Los chavales ya no salen tanto de fiesta. Se van al monte, hacen cosas más tranquilas. Y eso también empuja el bricolaje. Aprenden a montar muebles, a arreglar una bici, a hacer cosas con las manos. Hay un cambio de mentalidad”.

No todo el mundo, sin embargo, se anima. Y Toño insiste: “No tienes que ser un manitas. Tienes que ser curioso. Empieza por algo pequeño. Si te equivocas, lo repites. Y ya está. Todo el mundo puede hacerlo. Solo hay que querer”, dice Toño antes de poner fin a la conversación para volver al mostrador.