Los miembros de la generación sándwich reportan niveles de estrés y agotamiento superiores a la media, especialmente en mujeres de entre 45 y 64 años
'Pedro, tu geriatra', sobre ser la generación sándwich: "Preparo a mis hijas para mi envejecimiento y yo me preparo para el de mis padres"
Más allá de las cifras, hay una realidad que no siempre encuentra espacio ni voz: la de quienes están cuidando a sus hijos y a sus padres al mismo tiempo. Se trata de una etapa de la vida en la que el cuerpo ya no es el de los treinta, pero todavía está lejos aquello de jubilarse. A este grupo poblacional (sobre todo mujeres de 45 a 64 años), la llamada generación sándwich, también le duele la espalda, le pesan los silencios y muchas veces se siente sola. Porque para ellos no hay descanso que valga: todos te necesitan.

Esa entrega constante tiene un coste. Según un estudio publicado en Frontiers in Psychology, quienes cuidan a dos generaciones a la vez tienen casi el doble de riesgo de sufrir angustia psicológica severa que quienes solo cuidan a una.
No se trata tan solo de una cuestión de cansancio físico, sino que hay mucho más detrás de esa sensación. Es ese nudo en el estómago que aparece cuando, después de poner una lavadora, llevar a tu madre al médico y recoger a tu hijo de la universidad, caes en la cuenta de que todavía no has comido… Y casi ni respirado.
Dormir, delegar y no pedir perdón por parar
A veces hace falta que alguien te lo diga con todas las letras: cuidarse no es un capricho, es una obligación. Dormir bien, desconectar del móvil, permitirse una siesta o dejar que otro haga la compra no es debilidad. Es una inversión en resistencia. En autocuidado.
Un estudio de la Universidad de Michigan demuestra que quienes forman parte de esta generación sándwich reportan niveles de estrés y agotamiento superiores a la media de la población activa, especialmente mujeres de entre 45 y 64 años. A eso se suma la presión de la culpa. ¿Cómo vas a irte un fin de semana con amigos si tu padre necesita ayuda para vestirse? ¿Cómo vas a apagar el móvil si tu hija está en plena crisis universitaria?
La respuesta es sencilla: porque si tú caes, todo se viene abajo. Y porque delegar no es dejar de estar. Contar con una ayuda a domicilio, con tus hermanos, con una teleasistencia o incluso con un centro de día no te convierte en peor hija, madre o pareja. Según todos los expertos, pedir ayuda reduce el riesgo de quemarse y mejora la calidad del tiempo que pasas con los tuyos. Debe quedar claro que el cuidado de otros es una carrera de fondo que nunca se corre sola, sino que el secreto es que sea un relevo constante.

La culpa se combate con realidad: cuidarte es cuidar
Quienes han estado ahí lo saben, y es que a veces es más difícil cuidarse que cuidar. Especialmente cuando se arrastra una educación que pone el deber por delante del descanso. Pero el cuerpo pasa factura. Y la mente también.
Por eso los especialistas advierten que la sobrecarga emocional en cuidadores de doble generación aumenta el riesgo de ansiedad y depresión. Y sin embargo, buscar ayuda psicológica sigue siendo un tabú para muchas de estas personas. A menudo porque se prioriza la salud de otros por delante de la propia. A menudo, también, se hace por miedo a parecer frágiles delante de los que sentimos que nos necesitan.
Diversas asociaciones de cuidadores lo afirman sin temor: Más de un tercio de quienes cuidan a dos generaciones se sienten permanentemente desbordados, pero siguen adelante como si no pasara nada. En ese contexto, compartir lo que vives es liberador. Los grupos de apoyo no son solo para encontrar consejo, sino también para escucharte a ti mismo en otras voces.
Y no olvides tus finanzas. Muchos cuidadores se ven obligados a reducir su jornada laboral o, incluso, a abandonar su carrera profesional, lo que afecta directamente a su pensión futura. En estos casos es importante informarse sobre las ayudas de la Ley de Dependencia, ya que cuidar de tus ingresos también es otra forma cuidarte. El IMSERSO recoge todas las prestaciones a las que puedes tener derecho según el grado de dependencia de tu familia. Porque cuidar no puede significar arruinarte por el camino.
Cuando por fin te pones en el centro
Lo sabes: te necesitan. Pero también sabes que tú también tienes necesidades y obligaciones. Dedicar tiempo a esto no siempre supone hacer un gran viaje, ni conseguir la desconexión más absoluta, sino que a veces se trata de cosas sencillas como tener una tarde libre para pasear sin mirar constantemente el reloj. O poder apagar el móvil sin sentir culpa. O decir “no llego” y no sentirte menos por ello.
Es importante ser conscientes de que no es egoísta querer tiempo para ti; es una necesidad que mejora tus relaciones y tu capacidad para cuidar. El día que decides que tu salud también importa, todo cambia.
Porque no hay medicina más poderosa que la calma. Y no hay mejor herencia para tus hijos que verte cuidarte sin culpa. Ese será, también, un legado. Uno que no se transmite con palabras, sino con hechos.


