Todas las miradas estaban puestas sobre él y, sin embargo, pocos eran los que querían aparecer a su lado en la foto. Arrinconado en la instantánea de la Cumbre del G20 en Buenos Aires, Argentina, el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman, señalado, –tanto él como su régimen–, por la polémica tras el crimen del periodista opositor saudí Jamal Khashoggi, no despierta simpatía entre los grandes líderes mundiales; no inspira confianza.
Esa es la sensación general que dejan las primeras imágenes de la gran cita. Pero siempre hay una excepción; una nota discordante. Y quién sino el presidente de Rusia, Vladimir Putin, para protagonizarla.
Como ‘colegas’, amigos de toda la vida que comparten una afinidad única, Putin y Salman se saludaban efusivamente chocando las manos y esbozando una sonrisa que contrastaba con todo lo que tenían alrededor.
Para el líder del Kremlin y el líder saudí, la presión internacional que se cierne sobre sus regiones no es ninguna preocupación. Ajenos a todo, ellos han sido quienes han puesto la imagen del día en una cumbre en la que Donald Trump también ha pujado por acaparar el protagonismo.