El crimen de Ingrid Visser, la estrella del voleibol holandés asesinada junto a su pareja en Murcia: deudas, traiciones y un macabro plan
Ingrid Visser, estrella del voleibol, y su pareja Lodewijk Severein fueron asesinados en Murcia en 2013 en un crimen atroz
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Ingrid Louise Visser era una de las grandes estrellas del voleibol mundial: capitana de la selección holandesa, admirada en toda Europa, ejemplo de disciplina y elegancia dentro de la cancha. Pero el 13 de mayo de 2013, la deportista y su pareja, Lodewijk Severein, desaparecieron en Murcia tras una cita aparentemente inofensiva.
Las autoridades analizaron qué pudo ocurrir y, 13 días después, sus cuerpos desmembrados aparecieron enterrados entre limoneros. Detrás del crimen había una historia de deudas, traiciones y una macabra planificación que estremeció a toda España. El caso, que aún conmociona a la opinión pública, ha sido objeto de documentales y series.
Del éxito internacional al sueño murciano
Ingrid Visser era, a sus 36 años, una de las deportistas más reconocidas de los Países Bajos. En 2009 llegó a España para fichar por el CAV Murcia 2005, el ambicioso proyecto deportivo del empresario Evedasto Lifante. Ya había militado en equipos de nuestro país, en Canarias, pero tras un breve paso por Rusia, quiso volver a probar suerte.
El proyecto murciano prometía grandes cosas, pero pronto se vino abajo. El club acumuló deudas y las jugadoras quedaron con las primas impagadas. En el centro de aquella tormenta se encontraba Juan Cuenca, el gerente del equipo, que había ofrecido contratos superiores a los límites establecidos, según apuntaron los informes posteriores.
A Ingrid Visser y a su pareja -Lodewijk Severein, 20 años mayor y su representante- se les adeudaban importantes sumas en Murcia. Se habló de un contrato de 300.000 euros, del que nunca se pagó el segundo año, dejando una deuda parcial de unos 240.000 euros, aunque otras fuentes mencionan que la cifra prometida rondaba los 80.000 euros y tampoco se llegó a abonar.
Con el club en quiebra, Ingrid decidió marcharse al extranjero. Fichó por el VC Baku de Azerbaiyán, donde siguió destacando como una de las jugadoras más completas de Europa. Sin embargo, su conexión con Murcia nunca se rompió: allí quedaban cuentas pendientes, promesas rotas y un dinero que todavía reclamaba. Por ello, decidieron volver más adelante.
El regreso a Murcia y el crimen
El 13 de mayo de 2013, Ingrid y Lodewijk aterrizaron en el aeropuerto de El Altet (Alicante) en un viaje de apenas dos días. Querían resolver sus asuntos económicos con Cuenca y continuar su tratamiento de fertilidad en la clínica Tahe Fertilidad de Murcia, ya que ella afrontaba un embarazo. Tras alquilar un Fiat Panda negro, se dirigieron al Hotel Churra, en el centro de la ciudad, donde reservaron una sola noche. A las 20:00 horas de la tarde, salieron para encontrarse con Juan Cuenca, el exgerente del club y socio ocasional de Lodewijk en un negocio de compraventa de piedra natural con sede en Gibraltar, Granmar Stone Trade LTD.
Cuenca, sin embargo, ya tenía un plan en marcha. Horas antes había viajado desde Valencia junto a dos hombres rumanos, Valentín Ion y Constantin Stan, a quienes había prometido dinero para ayudarle en un “asunto delicado”. Durante el trayecto, Cuenca contactó con María Rosa, una vieja amiga a la que pidió un último favor: que alquilara una casa en el campo y comprara bolsas de basura, sosa cáustica y una radial. "Borra el mensaje", le llegó a decir en la conversación, como apuntan medios locales como 'La Verdad'.
Poco después, Cuenca pasó a recoger a su amiga para dirigirse a Molina de Segura. En el centro comercial Vega Plaza, los dos rumanos compraron bolsas, cubos de plástico y productos de limpieza como aguafuerte. Desde allí, María Rosa condujo al grupo hasta la pedanía de El Fenazar, donde se alzaba La Casa Colorá, una edificación de dos plantas con fachada burdeos utilizada para fiestas que pasó a la historia como el turbio escenario del 'crimen de los holandeses'.
Antes de marcharse, María Rosa recibió una última petición: recoger a una pareja junto al Pabellón Príncipe de Asturias y llevarlos hasta la casa. Las cámaras del tranvía grabaron, a las 20:22 horas, la última imagen con vida de Ingrid Visser y Lodewijk Severein. Cuando la mujer los dejó frente a La Casa Colorá, Cuenca los esperaba dentro. A las 23:00 horas de la noche, llamó a su amiga para darle las gracias y decirle que regresaba a Valencia. Según la sentencia, a esa hora Ingrid y Lodewijk ya habían sido asesinados, golpeados brutalmente en el salón con objetos contundentes. Sus cuerpos fueron descuartizados y, días después, enterrados en un huerto de limoneros en Alquerías, propiedad de un conocido de Cuenca, Serafín de Alba, quien afirmó a posteriori que pensaba que le ayudarían con cuestiones del terreno y desconocía que fueran a sepultar los cuerpos.
La confesión que lo cambió todo
Durante los primeros días, la desaparición de la pareja movilizó a la Policía y a la familia de Ingrid, que llegó desde Holanda para colaborar en la búsqueda. El Fiat Panda apareció abandonado en Murcia, lo que confirmó las sospechas de que algo grave había ocurrido. También, en la clínica Tahe Fertilidad de Murcia, donde tenían una cita el 14 de mayo para realizar una ecografía, se alertaron, ya que siempre solían comunicarse con ellos por estos asuntos.
El 19 de mayo, los investigadores contactaron telefónicamente con Juan Cuenca, quien aseguró que conocía a Lodewijk y que tenían “negocios pendientes”. Dijo que estaban buscando un momento para verse, pero sus respuestas resultaron evasivas. Un día después, tras tomarle declaración en persona, la policía solicitó autorización judicial para pinchar su teléfono, ante las crecientes contradicciones en su relato. En las escuchas, Cuenca hablaba con su amiga María Rosa, que le expresaba su preocupación por la suerte de los holandeses. La respuesta de Cuenca fue contundente: "Ese asunto no va contigo". También se registraron conversaciones con Ion, uno de los hombres rumanos, quien le exigía 12.000 euros que le prometió (solo le pagó 1.200).
El punto de inflexión llegó cuando María Rosa, abrumada por la presión, confesó su participación. Admitió haber llevado a la pareja hasta La Casa Colorá por orden de Cuenca. La inspección de la vivienda reveló restos de sangre por todo el salón. Poco después, Cuenca fue detenido en Valencia y terminó reconociendo que ayudó a enterrar los cuerpos, señalando el terreno de Alquerías donde la policía halló los restos el 26 de mayo.
El juicio por el crimen comenzó en septiembre de 2016 en la Audiencia Provincial de Murcia. El jurado popular declaró culpables a Juan Cuenca y Valentín Ion, condenándolos a 34 años de prisión por asesinato y profanación de cadáveres. Constantin Stan recibió cinco meses por encubrimiento, y Serafín de Alba fue absuelto. Ion falleció en prisión años más tarde; Cuenca, el único que continúa cumpliendo condena, que pidió perdón públicamente, esperaba en abril su primer permiso penitenciario tras más de una década entre rejas.
La memoria de Ingrid
Ingrid Louise Visser, nacida el 4 de junio de 1977 en Gouda (Países Bajos) y de 1,90 metros de altura, fue una de las grandes figuras del voleibol a nivel internacional. Se formó en clubes neerlandeses como el VC Nesselande y el VVC Vught, y más tarde militó en el Minas Tênis Clube de Brasil y en el Cividini Vicenza de Italia.
En España destacó en el Cantur y en el Spar Tenerife Marichal, con el que conquistó la Champions League (IECL) en la temporada 2003/2004, antes de marcharse al Leningradska ruso. Tras esa etapa regresó a España para reforzar el CAV Murcia 2005, dirigido por Hilarión González, donde compartió vestuario con estrellas como Priscilla Rivera y Romina Lamas. Su última experiencia profesional fue en el VC Baku, de Azerbaiyán, donde cerró una trayectoria ejemplar.
Con la selección de los Países Bajos, Ingrid fue una pieza fundamental durante más de una década. Representó a su país en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, donde alcanzaron el quinto puesto, y fue campeona de Europa en 1995, tras vencer a Croacia por 3-0 en la final. Años después, en 2007, volvió a subir al podio con la medalla de plata en la Boris Yeltsin Cup de Yekaterinburg, en Rusia, confirmando su estatus como una de las jugadoras más respetadas del panorama.
En España, su talento y su carácter dejaron una huella imborrable. En Tenerife y en Murcia fue admirada no solo por su calidad deportiva, sino también por su liderazgo y su cercanía. Disciplinada, amable y generosa, Ingrid representó la excelencia en el deporte y el esfuerzo silencioso detrás de cada triunfo. Su legado sigue vivo en quienes compartieron cancha y vida con ella: una atleta ejemplar cuyo destino se truncó de forma tan abrupta como injusta, en un viaje que debió ser breve y acabó siendo una pesadilla.