A Jara le diagnosticaron cáncer de mama el día después de dar a luz: "Me noté el bulto, pero me dijeron que no corría ningún riesgo"
Con 30 años y un día después de dar a luz, Jara Castiñeiro recibió un diagnóstico de cáncer de mama triple negativo. Hoy, tras el tratamiento, cuenta cómo ha vivido la maternidad y la enfermedad al mismo tiempo
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Jara Castiñeira tenía 30 años recién cumplidos cuando su vida cambió de rumbo. Extremeña de nacimiento, trabajaba como restauradora en Calatayud, un pueblo de Zaragoza, y se dedicaba a las escenografías teatrales, la pintura y la escultura. Hasta que un bulto en el pecho lo alteró todo.
"Me noté el bulto en el pecho y me realizaron una ecografía, pero determinaron que era un fibroquiste —cambios mamarios benignos—, que había más en ambos pechos, pero que no corría ningún riesgo y que no debía hacerme ninguna prueba hasta los 50 años, como exigían los protocolos", recuerda Jara durante una entrevista con la web de Informativos Telecinco.
Apenas un mes después se quedó embarazada, y mientras su bebé crecía, el bulto también lo hacía. "Cuando iba a las revisiones del embarazo, les decía a los ginecólogos: 'Me han diagnosticado un fibroquiste en el pecho, pero me está creciendo mucho y me preocupa cuando tenga la subida de leche'. Nadie me miraba el bulto. Me decían que en el embarazo no se podía hacer nada, que un fibroquiste no causa problemas y que, si me molestaba después de dar a luz, se podía operar para quitarlo".
La preocupación se transformó en dolor. En el octavo mes de embarazo, Jara pasó dos noches sin poder dormir. "Era un dolor muy intenso en el pecho que me iba hacia la axila". Acudió a su médica de cabecera, que al fin examinó el bulto. "Me dijo: 'Ahora mismo te vas a urgencias porque esto no tiene buena pinta'".
A los pocos días, mientras esperaba los resultados de una biopsia, en una de las últimas citas de monitores, "el ginecólogo me dijo que me iban a inducir el parto porque la niña llevaba un mes sin coger peso".
Al día siguiente de nacer su hija, el cirujano entró en la habitación del hospital y le dio los resultados de la biopsia. "Era cáncer de mama. Supe entonces que el parto fue inducido porque ellos ya tenían los resultados. Había que empezar la quimioterapia cuanto antes, porque sospechaban que se había pasado a la axila, lo que después confirmaron".
Era febrero de 2022. Jara acababa de convertirse en madre y, al mismo tiempo, en paciente oncológica. Se trataba de un cáncer de mama triple negativo, uno de los subtipos más agresivos y difíciles de tratar. "Se encontraba en estadio tres y el tumor medía 10 centímetros", relata por el Día Mundial contra el Cáncer de Mama, que se conmemora cada 19 de octubre.
"Ha sido muy difícil. Me tuve que volver a Cáceres, mi tierra, y dejarlo todo. Con 30 años jamás te imaginas que te va a pasar algo así. Nunca pensamos que nos va a tocar a nosotros. Fue una locura emocionalmente y me quedé en shock. El duelo y los miedos que acarrea la enfermedad no los empecé a sentir hasta un año después del diagnóstico. Era madre primeriza y solo era capaz de pensar en mi niña. Creo que eso me ayudó a sobrellevar mejor el diagnóstico y afrontar los tratamientos".
Quimio, cirugía y secuelas invisibles
Fueron meses de tratamientos encadenados. "Primero 16 ciclos de quimioterapia intravenosa para reducir el tamaño del tumor y facilitar la cirugía. Después me operaron. Luego hice radioterapia, mes y medio, y finalmente estuve otros siete meses más con quimio oral porque el tumor no había llegado a desaparecer con la intervención y quedaban unos dos centímetros".
El cuerpo de Jara sufrió el impacto. "Lo típico son las náuseas y los vómitos; náuseas sí que tenía, pero las sobrellevaba bastante bien. Vómitos no he llegado a tener ni una vez, pero desde la segunda quimio se me abrió una herida en la nariz que sangraba cada vez que estornudaba o tosía. Me he pasado dos años prácticamente con un tapón puesto en la nariz".
"También llegué a estar en silla de ruedas porque me salían ampollas por toda la planta del pie". El síndrome de pies y manos puede ser un efecto secundario de algunos tipos de quimioterapia. Ocurre cuando una pequeña cantidad de medicamento se filtra desde los capilares (pequeños vasos sanguíneos), en especial hacia las palmas de las manos y las plantas de los pies.
Su sistema inmune igualmente se resintió: "Tuve las defensas muy bajas. Muchos ciclos no me los podían poner y llegué a estar ingresada una semana con aislamiento por una neutropenia —número anormalmente bajo de neutrófilos (un tipo de glóbulos blancos) en la sangre—, debido a la quimioterapia. Las defensas no me han vuelto a subir a valores normales; soy inmunodeprimida".
Además, la quimioterapia le ha dejado otra secuela persistente. "Desde la segunda tengo una neuropatía en la mano derecha. Siento dolor y calambres". Es una neuropatía postquimioterapia, un daño a los nervios periféricos que, aunque a menudo mejora después del tratamiento, puede ser persistente.
"Siento que mi maternidad fue robada"
La maternidad y el cáncer avanzaron de la mano. "Cuando me operaron, la niña tuvo que estar un mes con mis padres porque yo no podía mover el brazo ni coger peso. Ha sido muy duro; siento que mi maternidad ha sido robada en cierto aspecto. No puedo evitar compararme con otras madres al recordar el primer año de vida de mi niña. No puedo pensar en la maternidad sin pensar en el cáncer: van de la mano totalmente".
El diagnóstico también supuso un punto de inflexión personal y familiar. "Toda la enfermedad desembocó en que mi pareja y yo nos divorciáramos. Fue muy duro en casa, con la bebé pequeña, y al separarme me tuve que venir a vivir a casa de mi madre. Desde los 18 años vivía sola, independiente, trabajando… y de repente me vi en una situación en la que no podía hacerme cargo sola de un hogar y de una niña".
Una vida que se reinventa
El cáncer también a su trabajo. "Trabajaba como restauradora, lo que implicaba exposición a productos tóxicos, movimientos repetitivos con el brazo y cargas de peso. Son las tres cosas principales que los médicos te dicen que no hagas después de estar operada de cáncer de mama. Así que no podía volver a dedicarme a lo que había estudiado y para lo que llevaba una vida entera formándome".
Tras dos años de baja y un tribunal médico que le denegó la incapacidad por falta de años cotizados, Jara decidió reinventarse. "He estudiado un máster, gracias al apoyo de mi familia, y ahora soy profesora".
"El cáncer no fue un capítulo nuevo; fue un libro diferente"
El tiempo le dio perspectiva. "Me di cuenta de que el cáncer había sido un punto y aparte en mi vida. No solo era un cambio de página o de capítulo: era un libro diferente, una segunda parte. Al principio crees que va a ser una época más, que luego se pasará y volverás a tu vida de antes… y no. Me di cuenta de que esto ya me va a acompañar para toda la vida".
También vino el miedo. "El miedo a la recaída está siempre. Tengo revisiones cada tres meses porque estoy en un ensayo clínico, y eso me deja un poco más tranquila. Cuando me pongo enferma, enseguida pienso en lo peor. No hay un solo día en el que no pase por mi cabeza algún pensamiento respecto a la enfermedad".
Y también la soledad. "La gente se vuelca mucho al principio con el diagnóstico, pero cuando te empieza a crecer el pelo la gente se relaja, porque piensan que todo va bien. Obviamente físicamente te ves mejor, pero los pacientes sentimos una desprotección social muy grande. En mi caso, los momentos más duros fueron a largo plazo".
El valor del acompañamiento
Durante todo el proceso, la Asociación Española Contra el Cáncer fue uno de sus mayores apoyos. "Tanto la psicóloga como la asistenta social han estado muy pendientes de mí en todo momento. De hecho, la discapacidad me la concedieron gracias a su orientación y el psicólogo me lo propusieron ellos mismos: fui por probar, y la primera sesión fue como abrir los cajones de la ropa sucia. Dije: 'igual necesito esto más de lo que pensaba'".
También le ayudó conocer a otras mujeres en su situación. "A través de redes sociales encontré la asociación Las Triples, y desde ahí he conocido a más mujeres. Comunicarte con alguien que ha pasado por lo mismo es totalmente distinto". Comprensión que no encuentra en la sociedad. "Queda muchísimo trabajo social por hacer. La gente tiene buena intención, pero no se nos educa para acompañar. Cuando alguien te dice: 'Tranquila, seguro que pasará', intenta ser amable, pero no empático. Ni estoy tranquila, ni sé si va a pasar".
Una nueva mirada
Con el tiempo, Jara ha desarrollado una conciencia distinta sobre la salud, la sociedad y el consumo. "No doy gracias por haber tenido un cáncer, pero sí pienso que a pesar de todo he conseguido sacar cosas positivas. Me ha mentalizado a nivel físico, de alimentación y de cuidado. Pero también te mantiene más alerta. Me ha hecho desarrollar un pensamiento crítico con la sociedad de consumo en la que vivimos".
Sobre el movimiento del octubre rosa, lanza una reflexión: "Está muy bien que se le dé visibilidad y que se apoye la investigación, pero me gustaría hacer una reflexión crítica hacia la mercantilización de la enfermedad. ¿Por qué con el cáncer de mama sí y con el de próstata no? Porque las consumidoras somos nosotras. Todas las marcas que se implican el 19 de octubre son de cosméticos, joyas o productos de higiene femenina. El cáncer de mama vende".
Para Jara, la clave está en la prevención y la conciencia colectiva: "Es importante que realmente hagamos un análisis de cómo estamos tratando el planeta y cómo nos tratamos a nosotros mismos. Si nos cuidáramos más en ese sentido, quizá no se generarían tantas enfermedades. Hay que pensar qué productos cosméticos usamos a diario o qué alimentos consumimos. Muchos tienen conservantes cancerígenos y la gente ni lo piensa, porque están en el supermercado".
Hoy, a tres años del diagnóstico y libre de enfermedad, Jara pide visibilizar la situación de las mujeres con cáncer de mama, "tanto para pacientes como para quienes no lo son". "Por un lado, para concienciar en hábitos saludables y, por otro, para generar comunidad", concluye.