Café Quijano: “Hemos sido muy ligones, sin ser Ricky Martin ni Mark Vanderloo"

Los hermanos Manuel, Óscar y Raúl Quijano publican ‘Miami 1990’, un disco en el que recuerdan sus inicios en aquella década.
Su fama de donjuanes los acompaña desde siempre: “No bebemos alcohol”, reconocen.
Aseguran que su parentesco facilita la continuidad del grupo. “Este negocio nos hace felices. No vamos a ser tontos y joderlo”.
Declaran los tres hermanos Quijano, medio en serio, medio en broma que son “deportistas metidos a músicos”. Y aunque su acicalado aspecto donjuanesco se antepone al de ases del ejercicio, parece que algo de cierto hay en la sonora afirmación. El esquí y el ciclismo ocupan lugar destacado entre sus aficiones, aunque muestran preferencia por otra modalidad. “Nos criamos en un club de tenis”, revela Raúl, el pequeño. “Nuestros padres trabajaban y nos dejaban en el club con otros cincuenta niños. Había cinco canchas de tenis, cuatro piscinas, dos campos de fútbol… Nos recogían por la noche. Crecimos en rodeados de chicos y chicas, en un entorno de deporte y naturaleza”.
“Somos músicos desde antes de nacer —apunta Óscar, el mediano—, porque nuestro padre era profesor de música, pero tenemos otra vida. No somos músicos veinticuatro horas al día, y quizá por eso no estamos tan cascados, porque los músicos viven a tope. No bebemos alcohol. Tenemos una doble vida”. Raúl mantuvo una relación de diez años con Anabel Medina Garrigues, quien llegó a ocupar el puesto 16º en la clasificación de la ATP. Óscar, el mediano, no deja pasar un día sin intercambiar raquetazos con algún contendiente, y en Miami, donde reside parte del año —su esposa es de allí—, ha peloteado con Carlos Moyá y Andy Murray; en España, con Tommy Robredo. “¿Ganarlos? No, no, juegan a otro nivel”, reconoce.
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Además de servir de sofocante escenario para sus hazañas tenísticas, Miami ha sido enclave importante en la historia de Café Quijano desde sus inicios. Tanto es así, que después de titular Manhattan su anterior disco, de 2022, han bautizado el nuevo como Miami 1990. No es casual el guiño internacional. “Cuando fui para allá en octubre de 1990 por primera vez —aclara Manuel, el mayor—, me escapaba los fines de semana, en vuelos muy baratos, a Manhattan. Tenía amigos en Nueva York y regresaba a los tres o cuatro días. Es curioso, porque cuando llegas de Madrid, León te parece un pequeño pueblo; lo mismo pasaba cuando llegaba de Nueva York a Miami”.
Con Manuel como avanzadilla, los hermanos leoneses aterrizaron en la ciudad de Florida antes incluso de publicar su primer álbum, Café Quijano, en 1998 (de hecho, estaban en Miami cuando recibieron la llamada con la oferta de la discográfica). “Hemos vivido allí mucho tiempo —añade Óscar—, y cuando nos lo permite el trabajo, vamos para allá. Cuando llegas, todo te deslumbra. Ves a un tío con un cochazo y nadie piensa a qué se dedicará. Allí se puede trabajar para tener ese coche. Miami te ofrece todo lo que quieras. Pero es también una ciudad donde te sientes muy solo. Algunos españoles vuelven con el rabo entre las piernas, porque exige trabajar mucho. Pero para nosotros todo es positivo. Más de la mitad de nuestra vida hemos estado en Miami, y es algo muy nuestro”.

El nuevo disco transmite efluvios noventeros no solo por el título, sino por el sonido de las canciones, en ocasiones algo más rockero. Canciones que cobran forma de un modo bastante inusual. “Da un cierto apuro contarlo”, admite Manuel. “La propia compañía se sorprendía cuando hicimos la trilogía de boleros [publicada entre 2012 y 2014]: mientras mis hermanos grababan su voz en un tema, yo escribía la letra de la canción que íbamos a grabar al día siguiente”. “Claro —interrumpe Óscar—, luego tuvo que irse de vacaciones a Nepal con el Dalai Lama. Se vació entero”. Prosigue Manuel: “En este trabajo ha pasado lo mismo. La espontaneidad de la canción es lo que manda. ‘La primera noche’ y ‘De sapo a rana’ las escribí por la tarde y las grabamos por la noche. Trabajo bien bajo presión”.
Manuel deja las letras para el final porque es la parte que más le cuesta en la composición de una canción. “Cuando oigo a artistas que dicen que llevan trabajando año y medio en sus canciones, me pongo a pensar si es verdad. Hostia, que te tires año y medio para hacer canciones… No les quito mérito, pero ¿cómo sonarán aquellas canciones? A veces se quedan viejas. Nos han dicho que Rosendo funcionaba un poco igual que nosotros: dejaba las letras para última hora”.
Compañeros, y sin embargo, hermanos
A punto de cumplir treinta años en la música —grabaron su primera maqueta en 1996—, Café Quijano pueden considerarse veteranos del pop-rock español. Diez discos de estudio han publicado desde entonces, incluidos los dedicados al bolero, si bien entre 2004 y 2009 interrumpieron su actividad conjunta para dedicarse a otros menesteres (algunos musicales) por separado. “Fue una necesidad. Los tres veíamos que necesitamos tomar aire para volver con más fuerza”, explica Raúl.
En cualquier caso, una trayectoria larga para tratarse de un grupo formado por hermanos, parentesco que, en otros, a menudo es causa de roces y excesos de confianza. En su opinión, dicho vínculo ha sido el pegamento del trío. “El lazo de sangre es indisoluble hasta que te mueres”, dice Raúl. “Hay grupos en los que ese lazo se ha roto, incluso de por vida. En nuestro caso ha sido positivo. Nos llevamos bien, aunque hay veces que no nos llevamos tan bien. A veces estás bien y otras no tanto. Nos llevamos como hermanos, y quien diga lo contrario miente. Luego está la inteligencia de saber articular la relación y hacer lo más adecuado en cada momento. Si no fuéramos hermanos, tal vez no estaríamos aquí”. O como señala Óscar: “Este negocio nos hace felices. No vamos a ser tontos y joderlo”.
Consideraciones familiares aparte, Café Quijano encarna otros atributos, entre ellos una elegancia, un saber estar, una clase, que parecen extraídos de otros tiempos y hoy pasados de moda. “Es cierto que ahora parece que se han perdido muchos valores”, concede Manuel. “Dan igual muchas cosas. Da la impresión de que la educación no se estila, que el despotismo es bienvenido, que la gente crece con valores que no son los mismos que nos han inculcado, que las cosas en cuanto a ética van por otro lado…”.
Y añade: “Antes no se decía ni un solo taco en televisión; ahora puedes decir: ‘Esto está de puta madre’ o ‘Me quedé acojonado’. Que está bien, pero no deja de sorprender. Ahora es todo más rápido y efímero; uno está más despreocupado incluso de la apariencia física. Parece que todo es una estrategia en la vida y menos espontáneo y natural. Hasta para decirle a una chica que te gusta hay miedo. Estamos tan encorsetados que a veces nos ponemos a cantar ciertas canciones con miedo de que alguien diga que una que hicimos con Sabina hace veinte años es machista o lo que sea”.
Aun así, no desean quedarse anclados en el pasado. “Ves ciertas cosas que piensas: ’Parece que venimos de la prehistoria’. Pero nos adaptamos a los tiempos que corren. Si me preguntas qué prefiero, me quedo con la mayoría de cosas de antes. No renegamos de la evolución, pero en ciertos aspectos vamos demasiado evolucionados”, dice Manuel. Raúl desliza que “sería para hacer una tesis doctoral sobre cómo está la sociedad. Antes había unas formas, un decoro, y ahora es tendencia lo contrario”. Óscar lo ejemplifica del siguiente modo: “Antes yo hacía algo mal en el colegio, llamaban a mi padre y me daba una torta. Ahora un niño hace algo mal en el colegio, y quien cobra es el profesor. Con eso está todo dicho”.
Aún más arraigada está en ellos la fama de ligones, cultivada a conciencia durante años. “Tanto picar flores, tanto mal de amores”, cantan en “Sabes qué te digo”, uno de sus temas nuevos. Para abordar este delicado asunto, Manuel echa mano de una analogía del reino animal: “Imagina que alguien tiene un puma en su casa. Está en la naturaleza del puma darte un día un zarpazo. Nosotros hemos sido coquetos, seductores, como creo que la mayoría de la gente. Llega un momento en que estamos más amaestrados, fruto de la edad, de la estabilidad con tu pareja… Pero eres como los pumas: lo que llevas dentro en cuanto al arte de la seducción no lo vas a perder nunca, porque te ha encantado sentarte frente a un mujer y jugar a la seducción”.
“A quien le ha gustado socializar —continúa— y tener cerca a alguien con quien jugar dialécticamente, no le va a dejar de gustar. Nos han encantado las mujeres toda la vida, creo que hemos sido como debemos ser, respetuosos siempre, y es algo que se nos ha dado bien, nos hemos prodigado… cuando ha tocado. ¿Que la vida cambia? Sí, pero la cabra tira al monte siempre. Si viene a entrevistarnos una chica y nos pilla en un momento sin pareja, cuenta con que la invitamos a cenar”. Como dice Óscar, “hemos sido muy ligones y hemos tenido mucho éxito, sin ser Ricky Martin ni Mark Vanderloo, pero desde el día que me casé, hace veintiocho años, se acabó. Aunque ves a una mujer bonita y no te deja de gustar”.