Jorge Martínez, de Ilegales, al borde de los 70: “De la gente de la música me he pegado con unos cuantos”

El veterano grupo asturiano publica ‘Joven y arrogante’, un disco con nuevas dosis de guitarras sucias y letras despiadadas.
“Hablo con los borrachos de los bares y obtengo una información valiosísima”, dice sobre su inspiración para los textos.
“El rock es una señal sonora y electrónica que induce a la violencia”, sostiene.
Probablemente, lo peor que puede ocurrir a un periodista cuando acude a entrevistar a Jorge Martínez es encontrárselo probando una guitarra. Es lo que a mí me sucede: en una cómoda sala de su compañía discográfica, el líder de Ilegales efectúa una concienzuda inspección de una guitarra acústica que allí se halla, tan minuciosa que parece querer comprobar cómo ha sido fabricada. Cualquiera que conozca a Jorge Ilegal, como así también le llaman, sabrá por qué es la peor situación para iniciar conversación con él: verdadero friqui de este instrumento, hasta el punto de subir vídeos a Facebook analizando los distintos matices de sus colores, será difícil sacarlo de ahí.
Consciente de que no queda más remedio que empezar con ese tema la charla, le pregunto cuántas guitarras tiene. “Unas cuantas”, responde, sin apartar la vista de las cuerdas. ¿Más de diez? “Más de sesenta”. Y añade: “Son herramientas de trabajo. Cuando vas a un estudio, pagas por horas, y si quieres conseguir un sonido distinto debes cambiar las cuerdas y preparar la guitarra, lo que lleva un tiempo. A veces me decían: ‘Vas a estar quince días grabando las guitarras’. Respondía: ‘No voy a tardar ni tres’. Y aparecía con quince guitarras, cada una preparada. El tiempo ahorrado, a tomar copas, joder”.
MÁS
Las guitarras son protagonistas una vez más en la carrera de Ilegales. En su nuevo disco, Joven y arrogante, tienen la presencia habitual y hasta un punto extra de suciedad en su sonido. “Buscaba un grado de distorsión armónica más amplio”, explica muy teórico. “En los primeros discos dejaba mucho espacio. A lo mejor cuando ya has hecho una cosa, quieres hacer otra diferente. Los cambios drásticos nos han traído muchas críticas. Ahora las guitarras son más distorsionadas y hemos memorizado todos los sonidos. Lo tengo todo archivado. Cuando salí de la facultad de Derecho, decidí dedicar esas ocho horas a estudiar la guitarra. Y me di cuenta de que ni con ocho, ni con doce, era suficiente”.
Tan esenciales como las guitarras vuelven a ser las letras, siempre ácidas, que relatan impactantes historias personales o ajenas. “La canción viene sola”, dice. “Las que están en primera persona, casi todas son autobiográficas. A lo mejor son trajes que nos hemos puesto solo unas horas. Sienta bien salirse un poco del tiesto y traicionar la propia personalidad de vez en cuando”. A menudo se inspira en sus coloquios con contertulios inopinados: “Hablo con todo tipo de gente. Con los borrachos en los bares, y obtengo información valiosísima; en América, incluso con labradores y chamanes”.
Además de contar en ellas vivencias de personajes agónicos y marginales, habla de la ansiedad. “Es la enfermedad de hoy. La achaco a haber sobrepasado el nicho ecológico para el que estamos preparados los humanos. Eso nos ha ayudado adaptarnos a temperaturas diferentes, por ejemplo. Pero la tecnología avanza cada vez más rápidamente y la especie humana sigue siendo la misma. Incluso puede que esté en clara involución, porque muchas cosas nos vienen hechas. Eso provoca ansiedad. Lo último es la inteligencia artificial, pero tuvo que ser una conmoción tremenda cuando apareció la imprenta. La IA también puede ser la hostia”.
En “El mundo contra ti” se rebela contra la voracidad de la realidad que nos ha tocado vivir. “El mundo está contra todos nosotros. Es un agresor constante. Está lleno de individuos con distintos grados de toxicidad que tienen mucho que ver con que el mundo sea cada vez más hostil. Pero es la tensión vital, lo que nos mantiene vivos: si el mundo estuviera facilitándonos las cosas, la especie degeneraría rápidamente. Y en algunos aspectos está empezando a degenerar”.
Bofetadas de rock desde 1983
Desde que Ilegales publicasen su primer disco, homónimo, en 1983, su adhesión al rock ha sido inquebrantable. Ojo a cómo define este género musical: “Es una señal sonora y electrónica que induce a la violencia. Lo digo en broma y en serio. Yo he jugado a hockey sobre patines, y era malísimo: mi misión era dar hostias a los contrarios. Pero en los deportes de masas hay escapes violentos, como los de los tifosi, que contribuyen a aliviar la presión. Algo parecido pasa en el rock”.
Pero eso sería una definición abstracta, casi de ensayo sociológico. ¿Qué representa para él? “El rock es algo que te da muchas cosas pero que acaba limitando tus libertades, porque una vez que contraes la enfermedad, tus libertades se acaban cortando. Pero te abre un montón de puertas. El rock es la puerta que nos lleva hasta los ángeles, al superhombre del que hablaba Nietzsche. Es más sólido y sofisticado de lo que se cree. Oculta propuestas que van más allá de lo que se ve a simple vista”, sostiene.

En los ochenta cosecharon éxitos innegociables como “¡Hola, mamoncete!”, “Tiempos nuevos, tiempos salvajes”, “Soy un macarra” y muchos otros que otorgaron a la banda asturiana lugar eminente en el rock nacional. Temas que a menudo provocaban estupor en el oyente por su crudeza, como “Eres una puta”, de 1985, en la que, al contrario de lo que hoy se acostumbra, no pretendía dar un nuevo significado al término.
“El día que más tensa estuvo la cosa con esa canción —recuerda— fue durante un concierto televisado en Ecuador. Nos pusieron detrás un montón de policías y nos dijeron que si tocábamos ese tema iríamos al cuartelillo. Había unas 15.000 personas. En un ejercicio de manipulación evidente, conseguí que el público la cantase. No la tocamos, pero la cantó la gente y se oyó por televisión”. Sobre discos ajenos recientes como Puta, de Zahara, o canciones como “Zorra”, de Nebulossa, y “Perra”, de Rigoberta Bandini, opina: “Me parece lícito, pero carente de interés”.
A su regreso de uno de esos viajes a América, se encontraron con una nueva hornada de grupos españoles que cantaban en inglés. “¿Por qué lo hacían, porque eran gilipollas?”, se pregunta. “Además, en un inglés horrible. Pues nada, hubo que aguantarlo. Eran unas letras tan estúpidas que no se atrevían a cantarlas en español. Luego ellos no tocaban en Estados Unidos, y nosotros sí, cantando en español”.
El grupo cesó brevemente su actividad en 2010, y el cantante y guitarrista fundó Jorge Ilegal & los Magníficos. “No tenía canciones para Ilegales”, alega. “Estar en un grupo que sea un karaoke de sí mismo no entra en mis planes. Muchas bandas lo hacen con gran éxito, pero una cosa es no renunciar al discurso original y otra momificarlo. ¿Por qué no tenía canciones? El entusiasmo se había ido en otras direcciones, que no encajaban con Ilegales”. En 2015 volvió a componer para su proyecto principal, y desde entonces la banda ha publicado cinco álbumes.
Feo, fuerte e informal
Casi tan eximia como la música de Ilegales en el rock español es la figura del propio Jorge Martínez. Este avilesino alto, flaco y con cara de pocos amigos puede resultar intimidante, por lo que procedo a confirmar con el interfecto algunos de los conceptos que el público tiene de él. ¿Está como una cabra? “Transgredir la postura mental al uso, monolítica y de acuerdo a los cánones, me parece positivo”, responde. “Si eso se llama estar loco, bendita sea la locura. Inyectémonos locura. En mí es un automatismo inevitable. No tengo ningún trastorno diagnosticado. Soy muy estable. Mis convicciones eran muy sólidas al principio, pero ahora soy más joven que viejo fui antes. Cuando has visto muchas cosas te vuelves crítico con todo, también contigo mismo”.
¿Chulo? “La arrogancia debería tenerla cualquier artista; los rockeros, por supuesto, porque esa arrogancia significa que crees en lo que estás ofertando, que sabes que estás dando algo muy bueno. Y no es fácil. Somos gentes con unos temperamentos… Pero es la única forma de hacer algo bueno. No se puede hacer tortilla sin romper los huevos”. Está al día de nuevas bandas, pero no le satisfacen. “Las escucho y pienso: ‘Lo que yo hago es mejor”.
¿Pendenciero? “Jamás he sido agresor, pero he defendido a otros y a mí mismo con solvencia. En el recreo había niños que se ponían a jugar a mi lado porque ahí se sentían a salvo. Quizá el haber leído El capitán Trueno me volvió justiciero. De gente de la música me he pegado con unos cuantos. Había grupos que iban planteando problemas. Se sentían agredidos por la solvencia musical y los conocimientos que nos había costado años aprender y muchos nos trataban como si fuéramos unos invasores. Hacían gala de no saber tocar, los críticos los ensalzaron y después no sabían qué hacer con ellos; se encontraron que tenían que padecer conciertos de músicos que no sabían tocar y se reían el público y, además, se creían divinos. Por eso tuvimos una subida meteórica, y les pareció insultante; querían buscar un conflicto y lo encontraban. Qué le vamos a hacer: ha habido algún desperfecto”.
Y, sin embargo, poco se sabe de su parcela personal. Jorge Martínez no tiene hijos y dice llevar “una vida errática, con muchos cambios”. Vive solo, “en casas muy desordenadas. El desorden, además, es lo que provoca que tengas ideas”. El próximo 1 de mayo cumple 70 años, y no parece que el paso del tiempo haya hecho mella en su afilada personalidad ni en su pasión por el rock and roll. “Sé que soy un instrumento, una herramienta, igual que la guitarra, para producir rock de alta calidad. El día que no lo sea, me apartaré inmediatamente”, anuncia.