Cómo seguir disfrutando de la filosofía en el día a día: "Preséntale a Nietzsche a un adolescente y verás cómo se le abren los ojos”

El docente experto en filosofía Víctor Ballesteros repasa en 'La vida pensada' las preguntas que nos surgen en todas las etapas vitales
El autor echa mano de Sócrates, Spinoza, Kant o Marx para arrojar luz sobre problemas de hoy, ayer y siempre
Pensar como un filósofo griego para ser más feliz: "La clave está en aceptar los desacuerdos"
Con Google, la IA y la wikipedia a nuestra disposición, es tentador pensar que ya tenemos todas las respuestas que necesitamos a mano. Disponemos de toda la información, pero ¿tenemos la sabiduría para interpretarla? En la era de la inmediatez, de las fake news y del algoritmo es más importante que nunca manejar herramientas que nos ayuden a cuestionar y entender el mundo en el que vivimos. Y la filosofía fomenta precisamente eso, por mucho que a algunos les parezca un residuo del pasado.
En el fondo, los problemas a los que nos enfrentamos en la vida plantean hoy las mismas preguntas, o muy parecidas, que hace 2.400 años. Puede que Sócrates o Platón no supieran nada sobre redes sociales ni sobre el precio de la vivienda, pero sus enseñanzas siguen siendo perfectamente vigentes cuando hablamos del trabajo, la identidad, la crianza o la muerte. "La filosofía puede seguir tocando nuestras vidas", asegura Víctor Ballesteros Sánchez-Molina, autor de 'La vida pensada' (Temas de Hoy), libro en el reúne, con mucho humor y cultura pop, dudas y preguntas a las que todos nos enfrentamos en algún momento de la vida.
MÁS

¿La filosofía sigue siendo útil en un mundo tan acelerado y poco dado a detenerse para pensar?
Quizá no en la manera que hoy entendemos que algo es útil: decimos que una herramienta es útil si se ajusta a nuestra necesidad. Pero esta tendencia a valorar la vida en términos de utilidad/inutilidad puede ser nociva, en tanto que nos obliga a encontrar la utilidad a todo lo que nos rodea, y no todo tiene por qué ser útil: La gente no es útil, no está ahí para cumplir un fin determinado. El arte, en cualquiera de sus formas, tampoco necesita justificar su existencia por su utilidad.
En todo caso, si tuviéramos que adjudicarle una finalidad a la filosofía, podríamos decir que es una manera peculiar de estar en el mundo, del mismo modo que es peculiar la forma en la que un ingeniero o un economista ve el mundo. Pero creo que el ingeniero o el economista no se cuestiona por qué ve así el mundo (o por qué es así el mundo que le rodea). Y es aquí donde la filosofía asoma: justo en el lugar donde empezamos a cuestionar los supuestos de nuestra mirada.
¿Cómo dirías que influyó la filosofía en la generación baby boomer?
Me gustaría creer que a todo el mundo le influyó sobremanera esta disciplina cuando cursaron BUP/COU. Creo que algo de ello queda cuando hablo con la generación de mis padres y todavía permanece en su memoria el mito de la caverna o el modus tollens. Quiero creer que algo de filosofía quedará en aquellos jóvenes mineros que recibieron clases en la mina gracias a Gustavo Bueno, que se deleitaron al escuchar a López Aranguren… etc. Algo de ello permanece cuando hoy tenemos aún a Adela Cortina, Amelia Valcárcel, Mara Manzano (de quien tuve el inmenso honor de recibir clase) o Victoria Camps.
Aunque quizá no podamos considerarlas de esta generación en sentido estricto, su pensamiento ha dejado un poso importante. Sus nombres siguen resonando en las facultades de filosofía gracias a que sus alumnos, hoy profesores más que consagrados, han seguido con la cadena de transmisión. Lo bello del asunto es que ellos han recogido el testigo y nos lo han pasado a nosotros. Ahora es nuestro turno de seguir transmitiendo esta llama.
¿Todavía puede enganchar a los más jóvenes?
Indudablemente. Creo que es un momento ideal para plantear cuestiones, sobre todo teniendo en cuenta que la flexibilidad mental es mayor que cuando se es adulto. El adolescente, aunque intenta mostrar seguridad en sí mismo (frente a un mundo que se le presenta como hostil en muchos casos), sigue teniendo la suficiente plasticidad como para seguir derribando prejuicios adquiridos, para hacerse preguntas incómodas sin despeinarse demasiado, para poder refundar los cimientos de su vida… etc. Basta con presentarles al contestatario Nietzsche para ver cómo se les abren los ojos.
Por eso sigo creyendo en la obligatoriedad de esta materia en secundaria (y ojalá fuera durante la ESO, no solo durante el bachillerato). Quizá sea el único momento en que un profesor pueda verdaderamente aguijonearlos, al estilo socrático, y abrir grietas en certezas que parecían inamovibles.
¿Qué tal se lleva la filosofía con las nuevas tecnologías, redes sociales, etc?
Hay un modo de usar la técnica que nos acompaña, que nos permite hacer viajes largos en cuestión de horas, que nos permite conectarnos entre países y que nos da fenómenos tan asumidos ya como internet, whatsapp y la educación a distancia. Pero también nos da cuestiones como las adicciones, nuevas formas de explotación, la Deep web… etc. Entonces el problema ya no es la técnica en sí, sino el uso que nosotros hacemos de ella: la responsabilidad no recae sobre ella o sobre quienes la crean (sabiendo que vamos a caer, porque conocen nuestros puntos flacos), sino que la culpa termina recayendo sobre nuestra falta de pensamiento crítico, sobre ese no querer saber que tan a menudo practicamos.
La madurez es un momento precioso para seguir cuestionándose la propia vida
A los 50 años muchos empezamos a replantearnos las cosas ¿Cómo puede ayudarnos la filosofía en esta etapa de la vida?
En primer lugar, me permito aquí rescatar el inicio de la 'Carta a Meneceo' de Epicuro: nadie puede decir que es demasiado joven o anciano para filosofar, puesto que sería equivalente a decir que alguien es demasiado joven o anciano para ser feliz.
Creo que en la madurez hay una serie de preguntas que se hacen más evidentes: cuál es el sentido de una vida cuando ya no la pueda definir a través del trabajo, cuáles son mis rutinas adquiridas, qué entiendo como familia/amigos… creo que, como toda etapa vital, tiene sus preguntas clave, y que son bellas a su manera, porque la vida siempre sigue desafiando nuestra capacidad de adaptarnos (y nos conviene seguir adaptándonos, por descontado).
¿Qué pregunta filosófica te parece fundamental hacerse a los 50 y que quizás no nos hacemos antes?
Asumiendo que una persona en esta edad se encuentra en el equinoccio de su existencia, quizá sea el momento propicio para mirar con honestidad el camino recorrido y poder recalibrar el rumbo para los años venideros. En definitiva, si nuestra vida fuera como la navegación marina, diríamos que es un buen momento para revisar las velas, el estado de la cubierta y la dirección de la brújula para así poder izar de nuevo el velamen y continuar con nuestro viaje, sea cual sea el rumbo.
¿Qué frase o sentencia filosófica puede ser más inspiradora en esta etapa vital?
¡Soy un terrible prescriptor para este tipo de cosas! Jajaja. Quizá en estos tiempos convulsos, marcados por la violencia y la retórica bélica, me gustaría rescatar una pequeña reflexión de Séneca. En su 'De la Clemencia al emperador Nerón', el filósofo expresa un deseo inquietante: que los humanos solo pudiéramos enfurecernos una sola vez en la vida, como les ocurre a las abejas, que tras utilizar su aguijón mueren. Tal vez, sugiere, nos ahorraríamos muchos conflictos innecesarios si cada vez que hiriéramos a alguien fuese la última.
Pocos educadores han encarnado con tanta fuerza lo que significa enseñar de verdad como Sócrates
¿Qué nos puede enseñar Sócrates sobre cómo educar a nuestros hijos adolescentes?
Para mí, pocos educadores han encarnado con tanta fuerza lo que significa enseñar de verdad. Es quien más ha desarrollado esta idea según la cual el docente no debe decir lo que el alumno quiere oír, sino lo que cree que el alumno tiene que oír. A veces es difícil entrar en conversación con adolescentes, habida cuenta de que su respuesta va a ser normalmente contestataria.
Lo óptimo, creo, es entrar en conversación con ellos haciéndoles preguntas que tengan sentido para ellos, y que les planteen horizontes mayores. Así, Sócrates iba preguntando a sus vecinos acerca del bien, de la belleza, la justicia, la educación del futuro… cuestiones que eran importantes para el ateniense del momento, igual que hoy podríamos preguntar a un joven por el éxito, la justicia, el cuerpo o el futuro, por ejemplo.
Pero Sócrates no se conforma con decir lo que la ciudadanía quiere oír, sino que empieza a cuestionarles para encontrar una manera mejor de abordar la vida. Esta labor, bastante incómoda, es la que termina condenándole. Pero incluso en su condena podemos aprender algo: el ejercicio pedagógico tiene algo de martirio (entendiendo que el martyr griego significa literalmente testigo, el que da testimonio), pero nuestro testimonio, muchas veces sufrido, tiene sentido cuando logramos que el mundo vaya a mejor.
Por todo esto considero a Sócrates como un excelente ejemplo de pedagogía: a pesar de las adversidades (incluso frente a aquellos que desprestigian la educación y condenan a los profesores), la lucha por un mundo mejor tiene sentido.
¿Qué filósofo nos podría enseñar a afrontar un despido laboral a los 50? ¿Qué diría?
En primer lugar, quizá habría que analizar las causas de este despido. En una cultura en que tendemos a desechar aquello que consideramos menos útil, vemos cómo hay trabajos que se extinguen ante la creciente informatización y/o la precarización del servicio prestado. Así, vemos como gente adulta se ve ‘en la calle’ porque prima lo tecnológico y económico a lo humano, sin dar a estos trabajadores solución de continuidad. Creo que urge una reflexión en torno a ello y a cómo la humanidad se deshumaniza en algunos ámbitos.
Por otro lado, considero que, si es por algo relacionado con lo suscrito, habría que intentar eximir de responsabilidad al despedido, al menos en el campo personal. Conviene recordar que no todo lo que nos ocurre nos pertenece como culpa: a veces simplemente estamos en el lugar equivocado dentro de una lógica deshumanizada. Muchas veces nos flagelamos cuando sentimos que alguien nos rechaza, no solo en el campo laboral, sino en lo sentimental, en lo intelectual… etc., y tendemos a preguntarnos qué índice de culpa recae sobre nuestros hombros. Por ello creo que aquí surge ese interés contemporáneo por los estoicos (aunque últimamente se les lea tan mal y de forma tan atomizada). Pero quizá podamos seguir leyendo a Séneca en estos momentos en que la vida late a otro ritmo que no es al que estábamos acostumbrados.
¿Qué filósofo nos instaría a reinventarnos (profesionalmente, personalmente) cuando creemos que ya es demasiado tarde? ¿Qué diría?
Puesto que nuestras vidas no están determinadas hasta el último momento, leer autores existencialistas en este punto quizá sea una buena opción. Si nos asomamos a 'El existencialismo es un humanismo', Sartre propone el caso de un chaval joven que se presenta en su despacho pidiendo consejo ante un cambio vital significativo. Hoy, este caso sigue resonando no solo entre jóvenes, sino también entre adultos. A veces somos nosotros mismos los que creemos que el tiempo ya se acabó, que ya no es hora para empezar tal o cual actividad… quizá más por pudor a lo que el mundo diga que otra cosa. Pero si es nuestro deseo, considero que habrá que conquistarlo de la mejor de las maneras.
¿Y cuál nos animaría a volver a empezar en el amor después de una pérdida (un abandono, una muerte…) pasados los 50?
Nuevamente, por pudor creemos que el tiempo de amar se acaba en un determinado momento, como si a cierta edad se extinguiera el derecho a una intimidad plena, a una vida afectiva intensa. ¿Cuál es el motivo? ¿Acaso la capacidad de amar se atrofia con la edad? Aquí lancé la pregunta bajo el paraguas de 'El arte de amar' de Fromm, quizá un manual perfecto que sirva como punto de partida para reflexionar sobre aquello a lo que llamamos amor.
¿Y quién podría dar respuesta a la pregunta ‘qué quiero hacer con el tiempo que me queda’?
Siento que será una lectura demasiado áspera, pero leyéndolo a sorbos me he terminado reconciliando con Heidegger en este aspecto: tan pronto como se nace se es lo suficientemente anciano como para morir. Una vez somos conscientes de este hecho, de que la muerte no es un acontecimiento lejano sino una posibilidad siempre presente —la más propia, diría él—, ya no podemos seguir viviendo como si el tiempo fuera infinito.
En 'Ser y tiempo', Heidegger no habla del tiempo como una simple línea cronológica que se agota, sino como el modo en que se da nuestra existencia. El tiempo no está ahí afuera; somos nosotros, en tanto que somos posibilidad, proyección, apertura. Entonces, preguntarse qué quiero hacer con el tiempo que me queda no es otra cosa que asumir radicalmente mi ser-ahí: ese estar arrojado al mundo con la tarea ineludible de hacerme cargo de mí mismo.
Y aquí la incomodidad: nadie puede vivir por mí. Nadie puede decidir por mí qué hacer con el tiempo que me queda. La angustia aparece justo ahí, cuando ya no puedo esconderme tras excusas, rutinas o convenciones. Pero quizá, también, es justo en ese momento cuando comienza la vida más auténtica.
¿Crees que la madurez es una oportunidad de filosofar más?
Creo que es una etapa en la que, si entendiéramos nuestra vida como un videojuego, se ‘desbloquean’ nuevas preguntas vitales a las que no teníamos acceso previamente. Por ejemplo, se podría abrir una pregunta sobre qué hacer con mi libre albedrío (la capacidad de obrar por reflexión y elección) y cómo usar mi libertad para enfrentar la realidad que se presenta ante mis ojos. Como decía antes, también una ocasión perfecta para valorar nuestro concepto de familia, el rumbo vital… incluso también para valorar cuáles son nuestros valores, qué mundo quiero dejar para quienes heredarán esta tierra… creo que es un momento precioso para seguir cuestionándose la propia vida.
¿Cómo nos puede quitar la filosofía nuestro miedo a la muerte?
Siento ser aguafiestas (máxime al final de la entrevista), pero la muerte es algo ineludible: da igual si la tememos o no: llegará, no sabemos cuándo, cómo, en compañía de quién… Por eso tenemos una doble urgencia: estar preparados para ella, en primer lugar, y no temer aquello que sabemos que ha de llegar. El temor a veces paraliza, nos hace vivir como si no fuera a llegar nunca, eludiendo el momento… pero no elimina la posibilidad de la muerte.
Asumiendo esto, creo que hay una labor por hacer: seguir revisando nuestras prioridades, qué consideramos importante y qué no debería recibir tanta importancia. Una vez valorado, tomar la decisión de ir con ello, llevar una vida que consideremos auténtica.
Don Bosco, un sacerdote decimonónico cuya acción por los jóvenes desfavorecidos es conocida por muchos, planteaba a sus chicos lo que conocemos como “ejercicio de la buena muerte”: Si yo me encontrase al final de mi vida, y mirase para atrás, hacia todo lo hecho y dicho, ¿Me sentiría satisfecho por haber vivido coherentemente con mis valores? Si la respuesta es que sí, vamos en el buen camino. Si la respuesta es negativa, conviene revisar nuestras acciones, para que se adecuen con nuestra escala de valores.