Ariel Rot, a sus 65: "Toqué fondo, cambié la heroína por la cocaína, pero me limpié en tres años"
El cantante, guitarrista y compositor argentino reedita en doble vinilo ‘En vivo mucho mejor’, su aclamado disco en directo de 2001
Con Tequila y Los Rodríguez vivió el lado salvaje del rock: “La esperanza de vida de un músico está muy por debajo de lo que aguanté yo”
Sobre su excelente aspecto físico, explica: “Tengo muy buena herencia genética. Mi padre va a cumplir 99 años y está increíble”
Este 19 de abril, Ariel Rot cumple 65 años. Más allá de que el dato sorprenda por el desenfrenado estilo de vida que el rockero argentino desplegó en sus primeros años de carrera, que podría haberle enviado al otro barrio cuando era muy joven, también causa asombro por eso que estás pensando: sigue hecho un pincel. Lo que él atribuye a varios factores: “Tengo muy buena herencia genética. Mi padre va a cumplir 99 años y está increíble. Aparte de los genes… todo lo que se pueda hacer, lo hago. Empecé a practicar deporte a los 27 años en Argentina. A partir de ahí, de manera irregular seguí haciendo alguna cosa. Dos veces por semana voy a clases de pilates, tras una operación de espalda”, enumera.
Llegados a ese punto de Los Secretos de Belleza de Ariel Rot, se apresura a aclarar: “Pero no soy un monje”. Y explica: “Tomo vino prácticamente a diario, es un placer por el que no me importaría darme un susto. Sin él, la vida pierde mucho sentido. Disfruto un montón la cultura alrededor del vino. Si me dicen que no debo beber, me tendré que plantear el dejarlo”.
Pocos días antes de celebrar su cumpleaños, Rot se ha hecho un autorregalo muy especial: la reedición en doble vinilo, con un disco de color naranja y el otro azul, de su disco En vivo mucho mejor, originalmente publicado en 2001 y grabado en directo a principios de ese año en el teatro Jacinto Benavente de Galapagar (Madrid). Un disco especial en su carrera: hasta entonces se había negado a incluir canciones de los dos grupos en que militó, Tequila y Los Rodríguez, en su repertorio de directo.
“En aquel momento quería reivindicar mi pasado”, explica. “Cuando empecé mi carrera en solitario, me distancié de lo que había hecho antes, pero tuve un clic: ¿por qué voy a renunciar? Es un repertorio mío, y aunque en muchos casos no canté, puedo versionarlo con todo el derecho del mundo. Pensé que era el momento de hacerlo”. Atribuye ese rechazo a “una especie de prejuicio. Es una situación corriente: tipos que incluso fueron cantantes, cuando recuperan canciones de sus grupos lo hacen con cuentagotas. Coque Malla, Jaime Urrutia… Es una reacción natural. Uno quiere dejar claro el nuevo proyecto”.
Para preparar ese único concierto, sometió a sus músicos a rigurosos días de ensayos. “Fue una preproducción muy seria; la banda, muy grande. Planteé muy bien esa previa al concierto. Ahora se ensaya cuando hay una gira, pero teníamos un funcionamiento bastante de banda y tratábamos de quedar lo máximo posible para ensayar”, dice. Finalmente, cuando subió al escenario y tocó los viejos temas, se dio cuenta de lo acertado de haberlos recuperado. “Fue un disfrute, y desde entonces los sigo interpretando, sobre todo en festivales. Son temas muy agradecidos”.
Goza lo mismo tocando sus propias canciones que las de sus exbandas. “Probablemente haya algo más de compromiso cuando toco las mías. Mis letras son muy confesionales e íntimas, cosa que en Tequila obviamente no era así. Tal vez haya un poco más de emoción cuando toco los míos. Con los antiguos, hay una sensación más lúdica, de reivindicar la grandeza de la música popular. Eran textos muy poco adultos y no tienen la potencia literaria de algunos de mis temas”.
En el lado salvaje del rock
Se trata de canciones como “Quiero besarte”, “Necesito un trago” o “Matrícula de honor”, que Ariel Rot grabó a finales de los setenta y primeros ochenta con Tequila, banda que con su astuta mezcla de rock and roll y boy band para fans, revolucionó la música en España. Ariel tenía 16 años cuando formó el grupo en Madrid con su amigo y compatriota el cantante Alejo Stivel; juntos vivieron el lado salvaje del rock, dándose atracones de todo lo que se les ponía por delante, incluidas las drogas. Hasta tal extremo, que cuesta creer que ambos sigan con vida a día de hoy.
“Una retirada a tiempo es una victoria”, arguye Ariel. En 1987, cuando "había tocado fondo", el guitarrista regresó a Buenos Aires, o lo que es lo mismo, huyó de los turbios contactos de Madrid, “y en tres años conseguí limpiarme completamente”. Aclara que en su país “tampoco fui un santo: cambié de droga, y pasé de la heroína a la cocaína. La había muy buena por entonces. Quizá puede ser otro secreto: ya que consumes, intenta que sea de buena calidad. Pero desde hace unos cuantos años llevo una vida bastante sana”.
A su regreso a España formó otra banda clave en los anales del rock de nuestro país: Los Rodríguez. Para ella reclutó como cantante y teclista a otro amigo argentino, Andrés Calamaro; completaban la formación dos españoles, el extequila Julián Infante, guitarrista (fallecido en 2000, con 43 años), y el batería Germán Vilella. De aquella época recuperó para su disco en directo temas como “Me estás atrapando”, “Milonga del marinero y el capitán” o “Mucho mejor”. El tremendo impacto de la banda los devolvió a las malas costumbres, en las que Rot se adentró con precaución.
“Cuando decidí volver a España, me dije: ‘Debo prometerme que no puedo ni probarla’ [la droga]. Tenía que tomar conciencia, como determinados enfermos que saben que tal cosa no la pueden probar”. Afirma que vio de cerca la muerte; de otros, no la suya. “Mi consumo era constante, pero moderado”, sostiene.
Indiscutiblemente, ha gozado de mayor reconocimiento con sus bandas que en solitario. Lo cual no hace que añore formar parte de un equipo o se sienta más cómodo en un proyecto conjunto. “Elijo lo que tengo”, zanja. “Lo de los grupos pasó hace mucho tiempo. No caigo en esa nostalgia. Me lo pasé increíble con las dos bandas que tuve. Pero hoy me quedo con lo que hay. Cuando estás en solitario, solo te enfrentas a ti mismo. Que no es poco”.
Músico de cuna enamorado del blues
Ariel Eduardo Rotenberg Gutkin nació el 19 de abril de 1960 en Buenos Aires, en el seno de una familia de artistas. Su madre, Dina Rot, era cantante de música sefardí, y su hermana Cecilia se convertiría en afamada actriz. Desde niño sintió atracción por la música, tanto para escucharla como para tocarla. “Soy un guitarrista de cuna: antes de saber que existía una profesión que es ser músico, yo ya era músico. Tocaba lo primero que encontraba: una flauta, una armónica, el piano… Como quien juega con cochecitos, yo jugaba con los instrumentos”, recuerda.
Su primera grabación fue un disco con Moris, Fiebre de vivir, de 1978. Después, con Tequila, publicó cuatro discos de impacto descomunal, y antes de marcharse una temporada a Argentina a cortar con las drogas —antes, por tanto, de empezar con Los Rodríguez—, publicó dos álbumes en solitario: Debajo del puente (1984) y Vértigo (1985). En ellos asumió el rol añadido de cantante. “La voz para mí siempre va a ser un desafío. Un desafío disfrutable, de querer llegar a más. Con la guitarra, eso ocurre solo”, dice.
Como oyente, todavía en su infancia, absorbió cual esponja el blues que en la década de los sesenta dominaba la escena musical argentina. “Uno de los grupos más importantes era Manal”, cuenta. “Hacían blues porteño, con letras muy bohemias, y tenían un guitarrista increíble que era Claudio Gabis, quien con el tiempo me daría clases”. El blues ha tenido un profundo impacto en Argentina; tanto es así que cuesta encontrar a alguien allí a quien no le guste el anciano género. “También me gustaba Papo (Roberto Napolitano)… Hay una escuela de guitarristas de blues que tuvieron una popularidad enorme. En todos los barrios saben quién es Papo. El rock cada uno lo entiende a su manera: yo lo entiendo desde el blues”.
Siendo el blues un estilo bastante limitado (la inmensa mayoría de sus canciones tienen solo tres acordes), y a pesar de dominarlo, Ariel Rot no ceja en su empeño de crecer como instrumentista. “Cuando sobresale un guitarrista de blues, es porque te está dando algo diferente”, apunta. “Es la misma receta, pero con un sabor nuevo. Eso es lo que uno busca: ¿dónde está? En la esencia, en la manera de tocar. Cuando empecé a hacer la gira con Kiko Veneno me dijeron: ‘Nos gusta mucho tu toque’. Y eso me encantó. Nunca pienso que he llegado, porque no dejo de descubrir guitarristas increíbles que me animan a analizar de dónde vienen”.
Se muestra modesto cuando le pregunto si el calificativo de “leyenda”, aplicado con rigor a su extensa y vigorosa trayectoria, le satisface. “Después de cincuenta años de carrera, puede sonar un poco rimbombante —responde—, pero sí me gusta un reconocimiento. No es fácil. Si se hace un estudio de esperanza de vida de un músico de rock estaría muy por debajo de lo que aguanté yo. Esas palabras tan raras de ‘superviviente’, ‘leyenda’… suenan a cliché, pero la esencia es buena”.
Aunque siente predilección por el rock clásico, no le desanima el panorama actual en cuanto a este tipo de música, para muchos en horas bajas: “El jazz, el tango… eran movimientos revolucionarios y juveniles, y tuvieron reinados cortos. El rock tuvo un reinado largo y es normal que atraviese una brecha. Lo increíble es su capacidad de resiliencia. Siempre ha encontrado la manera de volver a estar en el mapa cultura. Desde hace muchos años eso ya no pasa. Probablemente el último momento en que el rock tuvo trascendencia planetaria fue con Nirvana. En la pandemia, los chicos estaban solos en sus casas con el ordenador, pero ahora se vuelven a juntar con músicos, y los jóvenes tienen una capacidad extraordinaria, son unos máquinas”.
No desanimaría a un chaval de 15 años que quisiera aprender a tocar la guitarra. “Una cosa es el negocio de la música y otra la música”, distingue. “Tocar un instrumento, como saber escribir o pintar, es una herramienta para el espíritu, para ser más feliz en la vida. Debes sentir que tienes una habilidad. Si a alguien le das una guitarra y en una semana no consigue hacer nada, que no se ponga a estudiar. O sí: hay gente que aprende a tocar el piano con partituras y es feliz. Siempre te va a servir para algo, aunque sea para escuchar mejor”.
No es el caso de sus hijos, Mateo (de 23 años) y Valentina (de 20), quienes no han elegido la profesión de su padre. “No me da pena”, afirma. “Estoy convencido de que si no tienen vocación, imponerles que lo intenten no cuaja. Lo intenté, pero en un momento me dijeron: ‘Es una pérdida de tiempo cruzar Madrid dos veces por semana para ir a clase de guitarra’. No tienen esas aptitudes”.
En este tramo de su vida, Ariel Rot lleva una vida sencilla. En su casa dispone de un espacio a su medida, donde reúne instrumentos, libros y un pequeño estudio de grabación. “Y un sitio donde tirarme a descansar”, añade. Goza leyendo libros de música, ya sean biografías o cancioneros. “Le dedico más tiempo a la lectura que a la música”, dice. Fuera de casa, le gusta pasear y salir a comer. “Tengo mis rutas. La gastronomía me organiza bastantes planes”.
Así es la vida de un auténtico rock star, quien jura que entre eso y las horas que dedica a pensar su trabajo y crear nuevos arreglos para sus temas, no se aburre. Temas ya publicados, porque si de algo se ha retirado (de momento) es de componer.
“Lo abandoné, sinceramente. Tengo cantidad de temas a medias, pero no el estímulo ni el hambre para grabarlos. No siento la necesidad de reconfirmarme como compositor de canciones. Durante veinte años siempre tuve la agenda creativa detrás de mí. Para mí es una liberación. En algún momento volverá. Ahora estoy con otras cosas que me apetecen más que componer una canción. Disco nuevo no habrá, de momento”. Lo que si habrá es gira de presentación de la reedición de En vivo mucho mejor, que pasará por Málaga (29 de mayo), Granada (30), Santiago de Compostela (5 de junio), Murcia (14), Barcelona (18) y Madrid (21).
