La isla canaria que aparece y desaparece desde la Edad Media

La primera aparición de San Borondón data del siglo XIII, ya que figura en el Mapamundi de Hereford del año 1280
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La idea de un territorio que emerge, y después se esfuma, ocultándose en el Atlántico ha habitado la imaginación colectiva de los habitantes de las Islas Canarias durante siglos. La leyenda de San Borondón, una isla fantasma errante, trasciende al mero folclore, hasta el punto de aparecer en mapas medievales, impulsar expediciones científicas y quedar inscrita en la narrativa cultural regional, como explica National Geographic. A su alrededor, existen otros casos similares en la cartografía europea, como son las islas “fantasma” del Atlántico Norte o la legendaria Thule, que comparten la misma ambigüedad entre lo geográfico y lo mítico.
La historia de San Borondón
La primera aparición de San Borondón data del siglo XIII, ya que figura en el Mapamundi de Hereford (c. 1280) bajo el nombre de San Brandan, con forma de barco, al oeste de Las Canarias. Ya en la cartografía del siglo XVI y XVII, tal y como se ilustra en mapas conservados del siglo XVIII permanece inscrita como una isla perteneciente al archipiélago.
El mito se retrotrae aún más, hasta el siglo VI, vinculado a San Brandán de Clonfert, un monje irlandés que sueña con descubrir la “Tierra Prometida”. Para él, la isla aparece y desaparece durante su travesía tras flotar sobre una ballena gigantesca. La pervivencia de la visión en la memoria colectiva es tan intensa que, en 1957, el fotógrafo Manuel Rodríguez Quintero captó lo que interpretó como una visión con contornos nítidos, publicada en medios locales.

Sin embargo, la evidencia científica apunta hacia la fata morgana, un espejismo superior que distorsiona la luz sobre capas de aire con diferente densidad, recreando ilusiones de masas terrestres en el horizonte. La confirmación moderna reduce la isla al espejismo o a eventuales formaciones volcánicas efímeras, pero no borra su huella en la cultura.
Expediciones, mitos y persistencia cultural
De modo reiterado, entre los siglos XVI y XVIII se organizaron varias expediciones que partieron desde Tenerife, Gran Canaria y El Hierro en busca de San Borondón. Hay autores que incluso llegaron a afirmar haberla avistado, aunque al acercarse, sólo hallaron nubes o brumas. El Tratado de Alcáçovas (1479) incluso explicitó la isla “aún por ganar” dentro del repartimiento del Atlántico entre España y Portugal.
La persistencia del mito originó nombres de lugares, negocios, expresiones culturales y narrativas artísticas. Los jóvenes canarios crecen escuchando historias de una octava o novena isla, que habita murales, canciones y literatura. Los académicos reconocen este fenómeno como parte del sanborondonismo, una dimensión esencial de la identidad regional, que despliega la tensión entre lo real y lo anhelado.
La ciencia moderna le busca sustento en espejismos, fenómenos atmosféricos y erupciones volcánicas submarinas capaces de conformar islas temporales. Pero lo que persiste en el imaginario colectivo va más allá: es la frontera entre lo visible e invisible, lo tangible e intangible.
De San Borondón al catastro de las islas fantasma
San Borondón no está sola en el panteón de lo ilusorio. La cartografía histórica registra una amplia pléyade de islas que, como si se tratara de simples espejismos, surcaban mapas durante siglos antes de desvanecerse sin dejar rastro. Estos casos ilustran el delicado equilibrio entre la percepción humana y el rigor científico.
- Thule, mencionada por primera vez por el explorador griego Piteas hacia el 320 a.C., se convirtió en la encarnación cartográfica del límite boreal del mundo conocido. Aunque nunca llegó a estar localizacada con precisión, e Islandia, Groenlandia o las Islas Feroe son candidatas frecuentes para este territorio, Thule trascendió la geografía física para transformarse en símbolo del territorio inalcanzable, una frontera mitológica adoptada por medievales, renacentistas y sociedades modernas como metáfora del misterio y la exploración más allá de lo visible.

- Hy‑Brasil, también llamado Brasil, flotaba en el Atlántico frente a la costa de Irlanda desde al menos 1325, según cartas mallorquinas, hasta su última aparición en 1873. Se describía como envuelta en niebla, visible solo un día cada siete años, y se afirmaba incluso que contenía una civilización mítica. En 1753, un cartógrafo británico lo etiquetó como “Isla imaginaria de O Brazil”, evidenciando la transición del mito al escepticismo ilustrado.
- Frisland, también conocida como ‘Frischlant’ o ‘Fixland’, dominó los atlas atlánticos entre mediados del siglo XVI y XVII. Fue apoyada por los hermanos Zeno en 1558 y replicada por figuras cartográficas de renombre como Mercator y Blaeu. Se creía separada de Islandia y Groenlandia, hasta que la exploración la borró en el siglo XVIII.
- Pepys Island emergió en 1683 en registros británicos, supuestamente observada cerca de las Malvinas. Durante décadas inspiró expediciones hasta que se descubrió que era sólo una confusión con las islas Falkland, originada por fallos de posición en los primeros registros náuticos.
- Isle of Demons surgió en mapas de Terranova a principios del siglo XVI bajo una carga sombría: mágicamente habitada por demonios y bestias. El maleficio intangible derivaba de leyendas locales y de la persistencia en cartografía europea hasta finales del siglo XVII.
- Aurora Islands, avistadas por tripulaciones españolas entre la década de 1760 y 1856 entre Falkland y Georgia del Sur, se mantuvieron en los atlas hasta los años 70 del siglo XIX. Su existencia sigue siendo un misterio, aunque algunos sugieren que pudieron tratarse de formaciones volcánicas transitorias o meras quimeras ópticas.
- Buss Island, declarada en 1578 por Martin Frobisher, fue reconocida cartográficamente entre Irlanda y Groenlandia hasta principios del siglo XIX. Explora la fragilidad del sistema de navegación precaria: el registro erróneo alimentó una ilusión repetida en mapas marítimos durante más de dos siglos.

